Nunca el cambio ha sido tan rápido ni los valores del conocimiento y la capacidad intelectual tan apreciados como en este final de siglo. Por ello, nunca se insistirá bastante en la importancia del papel que las instituciones de enseñanza superior pueden desempeñar en el desarrollo de un país. En un mundo en el que el conocimiento tendrá cada día más importancia que los recursos materiales como factor de desarrollo, aumentará forzosamente el impacto de las instituciones de educación superior. Además, a causa de la innovación y del progreso tecnológico, las economías exigirán cada vez más competencias profesionales que requieren un nivel elevado de estudios. La aparición de sectores industriales basados en las tecnologías de la información y las comunicaciones y el peso creciente de la inversión intangible alteran profundamente los procesos reguladores de la economía.
En años recienes, las políticas de formación de recursos humanos para la ciencia han sido objeto de intenso debate, entre otras razones, por la dimensión internacional de la formación científica, que juega un papel cada vez más importante en la movilidad de los egresados del doctorado en regiones económicas multinacionales, como la Unión Europea o en los países de la Cuenca del Pacífico.
La Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos manifestó hace poco que la enseñanza superior esta en crisis en gran parte del mundo en desarrollo por las políticas de ajuste estructural y por la inestabilidad política. La forma y el contenido del entrenamiento doctoral ha sido objeto de intensa discusión entre los países miembros de esta organización. Una de las cuestiones centrales del debate se refiere a la calidad del entrenamiento: ¿debe ésta ser medida por la producción de una tesis que sea una contribución significativa al conocimiento, o lo importante es la calidad del proceso de formación; esto es, el énfasis en el adiestramiento, en los procesos y los métodos de la investigación?
Además del papel tradicional de los doctorados para la preparación en una carrera académica y docente, la Organización insiste en que los egresados deben tener una preparación más amplia para respodner a una mayor variedad de funciones sociales, como la capacitación para la industria. Por ello, se empieza a considerar la conveniencia de que la calidad de los doctorados se base no sólo en la originalidad de la contribución al conocimiento que debe representar la tesis doctoral, sino además en el dominio de un amplio cuerpo de conocimientos y habilidades; al mismo tiempo, los temas de investigación deben acercarse cada vez más a los problemas del desarrollo. Algunos consideran estos puntos de vista como atentados a la libertad académica, pero otros insisten que es necesario dar atención a la demanda de los doctorados no sólo en, sino también fuera de las instituciones de educación superior.
Para los expertos de la educación superior en los Estados Unidos, los retos son otros. El número de nuevos doctorados ha crecido hasta llegar a más de 25 mil graduados al año. Algunos dudan seriamente la conveniencia de continuar con ese ritmo de titulación. Los pesimistas consideran que ese país ha llegado al inicio de una crisis Maltusiana en la que la oferta del mundo académico excede peligrosamente a la demanda. Otros piensa que lo que se requiere es un tipo de doctorado diferente, menos prolongado, menos estrecho en miras y más relacionado con las necesidades del mundo de la producción. Los primeros piden reducir la matrícula de ingreso al doctorado, los segundos han iniciadao nuevos modelos de doctorado más cortos, una base de adiestramiento más amplia, contactos frecuentes con la industria y programas que contemplan más de un tutor para cada alumno y más de un departamento para cada currículo académico. La idea es lograr un profesional más versátil, más flexible, más apto para el trabajo en grupo y dotado de un espectro más amplio de habilidades, que las que adquiere en el doctorado tradicional, heredado de la Alemania del siglo XIX.
El Programa Iberoamericano de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo también ha analizado estos retos. El Programa retoma una reciente proyección del Banco Mundial: América Latina tiene el potencial para duplicar su tasa promedio de crecimiento a un seis por ciento anual en el transcurso de la próxima década. Si la región se desarrollara sólo al nivel de la tasa promedio anual para el periodo 1970-1985, que fue de 2.9 por 100, ni siquiera llegaría a disminuir los niveles actuales de pobreza. América Latina ha experimentado en las últimas décadas un crecimiento acelerado de sus sistemas de educación superior y de ciencia y tecnología. Así, el número de universidades se multiplicó por 10, la matrícula aumentó de 270 mil a más de 7 millones de alumnos y los graduados pasaron de 25 mil a 700 mil por año. Sin embargo, este crecimiento asombroso no ha ido parejo con un desarrollo de las capacidades nacionales para innovar; las redes de comunicación son débiles, la utilización práctica de los productos del sistema es escasa y esporádica y su aprovechamiento para transformar la realidad, adaptar la sociedad al cambio y producir novedades es limitado. Además, los recursos y resultados científicos en América Latina no llegan al uno por ciento de los totales mundiales, teniendo el ocho por ciento de la población global.
La formación de los futuros investigadores está así sujeta a cambios complejos que las instituciones de educación superior deberían tomar en cuenta: las relaciones de la economía con la sociedad, su función con respecto a las políticas nacionales de investigación y su adecuación a la dimensión internacional.
¿Son válidas para nosotros estas inquietudees? Algunas sí, otras definitivamente no. Es evidente que nuestro sistema de educación superior está muy lejos de llegar a la saturación en el número de doctorados que requiere. ¿Ajustar los tiempos de titulación en el posgrado? A todos conviene ceñirnos a tiempos más reducidos, siempre y cuando sean compatibles con una formación rigurosa. ¿Redefinir el perfil del doctorado? Es éste, también, un tema importante que merece un estudio detallado en todos los establecimientos que otorgan doctorados en el país.
Para que las naciones de América Latina, entre ellas la nueestra, ingresen al próximo siglo en condiciones mejores, se requiere ampliar y mejorar las capacidades nacionales necesarias para aumentar la competencia hacia afuera y fomentar la equidad hacia el interior.
Desde luego, los científicos y los tecnólogos no son los únicos partícipes en la renovación que todos anhelamos. Está claro, sin embargo, que ambos son absolutamente indispensables para que ese cambio se realice.