José Blanco
Dictadura legítima
Mientras los izquierdistas revolucionarios perdieron la brújula, muchos mandatarios perdieron todo rastro de humanidad: Sendero, MRTA y Fujimori ilustran lo dicho.
Marx intentó dejar enseñanzas mil a quienes pugnaban por una justicia social que cobrara realidad en una sociedad socialista. Una de ellas, repetida en múltiples textos, aclara: ``la liberación de las masas es obra de las masas mismas''. Una aplicación práctica de esa tesis fue el célebre ensayo de Lenin sobre el infantilismo de izquierda.
En 1980 surgió la guerrilla maoísta Sendero Luminoso que en su tiempo cobró más de 30 mil víctimas. La respuesta militar fue feroz, hasta la captura en 1992 de Abimael Guzmán, en medio de la ovación de una gran proporción de los peruanos. Sendero cuenta ahora con unos 500 miembros ocultos y dispersos en áreas andinas y amazónicas, viviendo una profunda derrota. Este grupo revolucionario, por supuesto, fue impulsado por un afán profundo de acabar con la injusticia vivida por el pueblo peruano, especialmente por sus comunidades indígenas. Creyendo tener de su parte la razón histórica, la pensaron suficiente para alcanzar la liberación de las masas, por la vía de toda clase de brutales asesinatos. Pero la liberación de las masas --en este asunto Marx sabía lo que decía--, sólo pueden llevarla a cabo las masas mismas. Sendero no representaba a las masas; éstas no le dieron nunca su representación. Se representaba a sí mismo. La amplia zona en que operó, quedó sujeta no a la leyes de un Estado de derecho, sino a las disposiciones del Código Militar, y su enloquecido actuar quedó librado a las leyes de la guerra: gana quien posee mejores armas, mejores técnicas, mayor poder de fuego; no quien tiene la razón histórica. En 1979 los sandinistas derrocaron a Somoza, apoyados por grandes masas de nicaragüenses.
En abril de 1992, con el apoyo del ejército Fujimori disolvió el parlamento e hizo su Constitución para conservar el poder hasta 1995, fecha en que ganó las elecciones a Pérez de Cuéllar. La mayoría activa de los peruanos legitimó así el autogolpe de Estado del zafio dictador peruano y le entregó su representación política. Es Fujimori quien representa a las mayorías de parias del Perú, no el MRTA. También representa por supuesto a la alta burguesía.
Ciertamente hoy la legitimidad de un gobernante electo no es duradera. La de Fujimori decaía cuando el MRTA le entregó una impresionante recuperación: 8 de cada 10 peruanos aprueban el operativo por el que fueron liquidados los 14 rebeldes encabezados por Néstor Cerpa Cartolini, mientras jugaban ``fulbito''. Patético. En los enfrentamientos violentos, repitamos, gana quien tiene las mejores armas y la mejor tecnología guerrera, no quien cree poseer la razón de la justicia histórica.
La reprobación moral de los asesinatos cometidos por el cuerpo de élite que liquidó eficazmente a los rebeldes, resulta estéril. Como lo atestiguaremos, en unos cuantos días todo quedará olvidado para todos. No en Perú, ciertamente, donde en una hazaña más de torpeza e ignorancia política, el MRTA --¡desde Alemania!-- le ha declarado la guerra al genocida. Muchos muertos más llenarán el panteón de los revolucionarios, en medio de las declaraciones no exentas de hipocresía de los gobiernos de los países civilizados.
Una enseñanza más de Marx a sus seguidores, fue la también memorable burleta que hizo de Kant, apoyándose en Hegel: el imperativo categórico kantiano concibe falsamente el principio de la moral política por encima de la historia concreta y del comportamiento efectivo de las clases sociales. Los peruanos eligieron a Fujimori y goza de una popularidad tan alta hoy que, en un gesto grotesco si los hay, ha ofrecido ``asesorar a los países con problemas de terrorismo''.
En un Estado de derecho, quienes tomaron por asalto la Embajada de Japón hubieran sido aprehendidos, sometidos a juicio y encarcelados. Pero no hay tal cosa como un Estado de derecho en Perú, sino --a la española con Franco, o a la alemana con Hitler, o la italiana con Mussolini-- una dictadura apoyada en un consenso de masas. En ese marco han de entenderse los aberrantes sucesos de la embajada japonesa.