Teresa del Conde
Xavier Esqueda en un nuevo espacio

Durante mucho tiempo me pregunté la razón por la cual una hermosa casa, que yo creía porfiriana, se hallaba en sumo estado de abandono en Pedro Antonio de los Santos 84, cerca de avenida Revolución. Observé que el restauro empezó a finales del año pasado y --casi al mismo tiempo-- Xavier Esqueda me anunció que la finca había sido adquirida por la Universidad Autónoma Metropolitana y que a él le correspondía ser el primero en exhibir, en lo que ahora es la Galería Francisco Corzas.

El día de la inauguración de la muestra de Xavier, hablé con el responsable del restauro de lo que fue, entre otros usos, la residencia de Ezequiel Padilla. No es una casa porfiriana, pues la construcción original data de 1860 aunque se ha encontrado sometida a varias intervenciones posteriores, la más radical es de principios de siglo y es la que le da el tono europeizado, un poco ecléctico al inmueble. Esas y otras cosas interesantes me contaba Roberto Heatley Cortés, director de obras en la UAM.

Lo que no queda del todo explicado es si la galería va a permanecer como tal o si tendrá otros usos. La exposición de Esqueda lucía muy bien el día de la inauguración, pero posteriormente ciertos adminículos introducidos en algunas salas conspiraban contra su óptima apreciación. La muestra está integrada por obras realizadas en esta década: pinturas y esculturas. Quienes no están familiarizados con los trabajos escultóricos del artista, van a recibir una grata sorpresa; los hay en mármol, en obsidiana y plata, en basalto y acero. Hay una pieza con corazones que es realmente maravillosa, sin que transporte a ella sus visiones bidimensionales, aunque sí algo de su iconografía. Una persona que observaba junto a mí las pinturas ``vegetales'', me dijo: ¡qué felicidad encierran los cuadros de Xavier Esqueda! No estuve muy de acuerdo con su observación, la representación de la naturaleza en este pintor es luminosa, pero la felicidad natural está siempre conflictuada, incluso en ese árbol (1994) que se antoja ser del bien y del mal, un árbol enloquecido que da todo tipo de frutos. Se titula Los buenos tiempos, sus raíces son como tentáculos y hay una plaga que se insinúa en las grandes hojas estratégicamente dispuestas al lado de la mata principal del follaje. Las hojas (¿de acanto?) han crecido inconmensurablemente y están perforadas, las oquedades funcionan como ojos que nos disparan.

Esqueda, hasta donde sé, fue el primero en unir en nuestro medio las nociones implícitas en los términos: nostalgia, kitsch y pop. Otros pintores, bajo parámetros diversos, han sido después notables perseguidores de esa corriente. Hace mucho tiempo que Esqueda planteó las bases de algunos de sus principales elementos iconográficos. Fue un artista precoz que exhibía con Antonio Souza, que atrapó la atención de eminencias como Justino Fernández, Francisco de la Maza e Ida Rodríguez Prampolini y que a lo largo del tiempo fue gestando una iconografía a la que se adhieren cada vez elementos, si no nuevos, sí dotados de combinatorias sui generis. Vivió largos periodos en San Francisco y Nueva York y luego se reintegró al medio mexicano. La exposición ofrece la posibilidad de observar con detalle varias características del estilo Esqueda, preciso, impecable, plano en cuanto a su propositiva adherencia pop, detallista hasta la obsesión.

Entre óleos y esculturas (la que tiene incrustados ojos de tigre es impresionante) son 36 las obras que se exhiben en el inmueble rescatado. Hasta donde advierto, esta interesante exposición no tiene la difusión necesaria, cosa que me parece un desperdicio porque no es fácil armar una muestra de tal índole, que cuenta con su correspondiente catálogo prologado por Luis Carlos Emerich, quien observa: ``En cierto modo, las obras de Esqueda dan por sentado que el objeto de consumo no sólo devora al hombre y lo contiene, sino que lo reproduce a su imagen y semejanza''. Reproduce entre otras cosas la lógica desarticulada que funciona de dos maneras: como aviso ante las amenazas que sufre la Tierra (Esqueda es incansable viajero) y como posibilidad libertaria.

Si bien es cierto que Esqueda ha estado en deuda con Magritte, sus reflexiones actuales hablan de mitos, maniere, ridiculización, absurdo, cosificación y superación. Todo al mismo tiempo. Los ambiciosos son insectos magnificados y las Señales en el camino II serpientes de cascabel entrelazadas. Hay obras más tranquilas: como es apasionado de la arquitectura, rindió un homenaje a la escuela de Amsterdam. Allí combina el uso del ladrillo con el del granito y en Hitos I, los cuerpos geométricos de madera (sigue reiterándolos, se trata de una pintura de 1996) explotan en un paraje poblado de tótems mientras que un perverso jarrón con azucenas y ortigas lleva el título de Las grandes ilusiones.