Luis Hernández Navarro
Sindicalismo: el actor ausente

A la memoria de Pablo Pascual

La clase obrera mexicana no sólo no va al paraíso sino que ni siquiera parece dirigirse hacia la democracia representativa. En un momento en que una enorme gama de actores políticos de todo tipo (desde indígenas hasta deudores, desde las clases medias hasta los pobres urbanos) convergen en los intentos por hacer transitar al país hacia la democracia, el movimiento sindical brilla por su ausencia.

Si en países como Brasil (con la oposición sindical) o España (con Comisiones Obreras) la lucha de los trabajadores urbanos organizados fue clave en el desmantelamiento de regímenes autoritarios, en México las organizaciones gremiales siguen siendo uno de sus principales apoyos. La imagen de La Güera Rodríguez Alcaine como secretario general sustituto de la CTM, se ha convertido en una metáfora del sindicalismo mexicano. El operador de la derrota de la Tendencia Democrática de los trabajadores electricistas dirigidos por Rafael Galván en 1976 (sin duda la insurgencia sindical más relevante en muchos años) es hoy el sucesor visible de Fidel Velázquez.

No hay en el panorama inmediato motivos de optimismo. El sindicalismo independiente puede llenar el Zócalo de la ciudad de México el primero de mayo pero no ha sido capaz de organizar el descontento. Las oposiciones democratizadoras dentro de los sindicatos son, a excepción del magisterio, débiles. Los agrupamientos sindicales clasistas controlan muy pocos contratos colectivos. El sindicalismo universitario (salvo unos cuantos casos) se ha estancado en el clientelismo y la burocracia.

La derrota es, sin embargo, mucho más grave y profunda de lo que muestra su debilidad organizativa. Es una derrota cultural del mundo del trabajo. Pueden contarse con los dedos los sindicatos que gozan de buena reputación y, salvo en la frontera norte, no hay motivo de orgullo en ser obrero. ¿Dónde están los Demetrio Vallejo de hoy? Los continuos llamados de sindicalistas independientes para buscar solidaridad han llegado a extremos dramáticos como los de largas huelgas de hambre o la extracción de sangre, pero han recibido poca respuesta. Excepciones como la de los barrenderos de Tabasco son eso, excepciones.

Detrás de la derrota cultural del mundo del trabajo subyace un hecho de enorme dramatismo. Más de la mitad de la población económicamente activa de nuestro país se encuentra en el sector informal de la economía. Con salarios mínimos devaluados es más redituable dedicarse al ambulantaje que ser obrero.

Y, mientras algunos ponen sus veladoras y esperan un recambio sindical a partir del grupo de dirigentes conocidos como foristas, éstos no parecen encontrar ni su lugar ni su momento, e impulsores destacados del proyecto como Elba Esther Gordillo ponen sus cartas en otro lado: en su reciclamiento en las filas del partido oficial.

A juzgar por los hechos, la verdadera ``modernización'' del sindicalismo nacional no se está procesando desde los grandes sindicatos nacionales de industria sino a partir del sindicalismo maquilador. El crecimiento de los trabajadores empleados en este sector ha sido vertiginoso. Si en 1990 había poco más de 446 mil personas empleadas en él, en enero de 1997 pasaban ya de 818 mil. Ciertamente, se trata de una ``modernización'' distinta a la de quienes esperaban poder contar con un movimiento gremial democrático, representativo y con una creciente cultura productiva. Pero en esa dirección apuntan las líneas principales de transformación de las organizaciones de resistencia de los trabajadores.

El sindicalismo maquilador tiene una tasa de afiliación muy baja (entre el 10 y el 15 por ciento en Ciudad Juárez y 30 por ciento en Tijuana). Salvo algunas excepciones notables está mucho más cerca del sindicalismo blanco fomentado por los empresarios que de un sindicalismo de clase. Son comunes los contratos de protección, la debilidad del sindicato dentro de la empresa, la flexibilidad laboral y salarial, la aplicación de la cláusula de exclusión a disidentes, y una muy limitada conquista de reivindicaciones de género (derechos reproductivos y salud), a pesar de la enorme cantidad de mujeres que trabajan en el sector.

Gran ausente de las luchas por la democracia en el país y de las movilizaciones por replantear el modelo de desarrollo, el futuro del movimiento sindical parece estar más cerca de Jorge Doroteo Zapata (secretario general de la Federación de Trabajadores de Chihuahua) que de Francisco Hernández Juárez.