La Jornada martes 29 de abril de 1997

José Steinsleger
La omisión de los tres chiflados

Hubo un tiempo en que acciones como las del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA) encendían el imaginario político de la juventud latinoamericana. Impecables en su ejecución, estas acciones se inscribían, hace 20 años, en las luchas por un mundo mejor. Hoy, todo es distinto. En tanto los jóvenes dudan si el cambio social debe hacerse a tiros, el poder dominante apenas puede ofrecer algo más que el fundamentalismo doctrinario del llamado ``único modelo viable''. En este contexto, donde ley y derecho se confunden, la democracia se dibuja con puntos suspensivos. ¿Democracia es igual a eficiencia económica y a disuasión militar? Como fuere, su margen político es tan estrecho que cualquier ponderación parecería responder a escurridizos sofismas pseudo o plenamente constitucionalees, hostiles a la realidad social.

El cuadro es enredado. Sin apoyo popular, la insurgencia armada conduce a una vía muerta. Las experiencias de Cuba y Nicaragua fueron capaces de convocar a un amplio espectro de fuerzas opositoras. En cambio, las de El Salvador y Guatemala se dieron en un escenario tan complejo y tan poco arrebatador como el de Colombia y Perú ahora. Por su lado, la economía ``libre'', identificada síbilinamente con lo democrático, navega como el Titanic, con lastre pesado: los pasajeros de tercera, para quienes no hay salvavidas disponibles.

En los ámbitos donde la única opción es el pacto de sangre, la salida es morir matando. Según esta lógica, en el contexto de los hechos ceder es perder, y lo contrario también. Es una opción acaso razonable, más también nauseabunda y, por tanto, injusta. Batista y Somoza estaban desacreditados y aislados cuando cayeron, y aún así fue necesaria la generosidad heroica de la juventud para acabar con sus tiranías. ¿Cuán débil pensó el MRTA que estaba el gobierno de Fujimori? ¿Algunos puntos negativos en la escala del marketing electoral ahora recuperados con creces? ¿Quién se responsabiliza de esto? ¿Los latinoamericanos que reflexionamos cómodamente sobre hechos que nos avergüenzan y nos dejan catatónicos? Ni el genialmente insidioso novelista John Le Carré pudo imaginar a un dirigente como Cerpa Cartolini, quien le vino como anillo al dedo a Fujimori y a su brazo derecho, el mafioso Vladimiro Montesinos. En este sentido, la acción del MRTA encierra puntos de semejanza con la que hace diez años protagonizó Gorriarán Merlo en Buenos Aires, cuando empujó a un grupo de chicos al asalto del cuartel de La Tablada. Aunque, a diferencia del líder emerretista, Gorriarán, el único experto, salvó su vida porque dirigió la operación desde afuera, a control remoto.

En suma, la toma del MRTA de la embajada del Japón destapó algo más profundo que los efectos colaterales de la recurrente confrontación Estado vs. insurgencia, algo más dramático y menos espectacular que la idoneidad militar de las fuerzas en pugnas: la anemia institucional.

El sangriento desenlace de Lima nos sitúa en los deprimentes intestinos de la implosión social, umbral de la desintegración nacional. Si los gobernantes embobados por los dictados del casino financiero optasen por el sinceramiento político, en las próximas reuniones cumbres deberían entonar a capella el tango Cuesta abajo. La realidad latinoamericana ha vuelto a morderse la cola, realidad que Mario Vargas Llosa y los tres chiflados olvidaron apuntar en el idiotísimo Manual del perfecto idiota latinoamericano.