Sin lugar a dudas, una de las más importantes manifestaciones artísticas mexicanas fueron los retablos: adscritos a todas las corrientes estilísticas que se han sucedido en nuestro país (renacentistas, platerescos, manieristas y barrocos --en todas sus modalidades--, además de neoclásicos), y elaborados en diversos materiales (madera, alabastro, mármol y piedra), se localizan lo mismo en las misiones de Baja California que en las iglesias chiapanecas, a todo lo largo y ancho del territorio nacional.
Edificados principalmente entre los siglos XVII y XIX, muchos fueron destruidos de manera intencional o por siniestros, perdiéndose con ello valiosos testimonios históricos. En cuanto a los que lograron sobrevivir, muchos presentan ahora --debido a lo perecedero de sus materiales y el deficiente mantenimiento-- severos daños en sus estructuras y elementos decorativos.
En nuestro siglo se han llevado a cabo trabajos de restitución de algunos retablos que se habían perdido, como el del Perdón, en la Catedral metropolitana, obra de Miguel Angel Soto; el mayor de la iglesia de San Fernando, que pretendió reproducir el antiguo colateral principal del XVIII; y también el mayor del templo de Santo Domingo, en Oaxaca, encargado a Jesús García y Emilio Bourguet. Asimismo se llevó a cabo, en la capital, la fabricación del principal de San Francisco conforme al plano dibujado por Gerónimo Antonio Gil, en 1782. Más recientemente se perdió una gran oportunidad en San Agustín, Zacatecas, al no aprobarse la hechura de uno contemporáneo para el ábside de la iglesia, creado por Manuel Felguérez.
Ahora la antigua parroquia de San Buenaventura, en Cuautitlán (fundada por los franciscanos, terminada en 1535 con artesonado de madera y reconstruida en 1730), cuenta desde el pasado viernes con un nuevo retablo mayor. Originalmente albergaba uno barroco que fue sustituido, en el siglo XIX, por un ciprés neoclásico que también fue retirado. En los últimos tiempos se encontraba otro de concreto armado que semejaba --según el arquitecto Vicente Mendiola-- un ``tendedero de ropa''. Templo de importancia para el culto guadalupano --conforme a las Informaciones de 1666 publicadas por Fortino Hipólito Vera-- también lo es artísticamente por conservar cuatro de las ocho pinturas existentes en México del pintor Martín de Vos: los apóstoles San Pedro y San Pablo, La coronación de la Virgen y un espléndido San Miguel.
Desde 1987 el arquitecto Manuel González Galván se dedicó, a petición del encargado del recinto, a proyectar un sobrio retablo-marco que cumpliera tanto con los requerimientos religiosos como con los iconográficos y estéticos. Su trazo compositivo incluye tres cuerpos y tres entrecalles, rematados con un resplandor semicircular dividido también en tres secciones. Sujeto a una estructura de acero --anclado a un basamento de cantera que se encuentra separado del muro testero--, y descansando en sillares de cantera, fue tallado en madera de cedro rojo y posteriormente dorado junto con sus molduraciones.
Propuesta que sigue los preceptos constructivos de los retablos novohispanos, resultó una digna solución que no compite, ni con las obras de arte que alberga (los cuatro lienzos del flamenco, además de un Cristo de caña de maíz del XVI y una imagen del santo patrono), ni con la arquitectura dieciochesca, sino que las complementa. Vale la pena conocerlo.