De pronto las piezas sueltas cobran significado y expresan una cruda realidad: este país tiene espacios que se comportan igual que hace 15 años en su apertura democrática. La censura en los medios electrónicos cubre otra vez de sombras lugares que la sociedad ya le había ganado al control autoritario del Estado. De un solo golpe se despide a los comentaristas críticos, o se les reducen los espacios en estaciones de radio: Lorenzo Meyer en Estéreo Rey; Sara Sefchovich, Macario Schettino, Rafael Loret de Mola de la mesa informativa de Radio Red; Demetrio Sodi de Radio 13, entre otros.
Al mismo tiempo, la fracción del PRI en la Cámara de Diputados reforma, de manera apresurada y solitaria, el Código electoral para prohibir el financiamiento externo para la observación electoral. En este contexto, el dirigente nacional del PRD mantiene un intercambio de cartas con el presidente Zedillo, en donde le pide que recupere su lugar de jefe de Estado, y la respuesta es la de un candidato en campaña que vuelve a atacar al perredismo.
También hace un par de semanas, el investigador Enrique Márquez fue despedido de El Colegio de México por claros motivos de intolerancia política. El tribunal electoral contribuyó con su parte a debilitar valiosos instrumentos para la equidad y transparencia electoral. Esta es una simple muestra de la única estrategia --apretar tuercas-- que encuentran el PRI y el gobierno para defenderse de su inminente caída electoral. El círculo se cierra de forma peligrosa y el temor se apodera de los estrategas del gobierno. ¿Hasta dónde vamos a llegar?
El clima de las campañas electorales está tomando un rumbo poco deseable y muy alejado del espacio que se necesita en estos momentos. La intolerancia y la censura acompañan el endurecimiento y pueden incrementar la incertidumbre. El punto de partida es muy sencillo: en México no tenemos las condiciones de una democracia, y al parecer tampoco las de una transición: censura en los medios electrónicos, candados legales a la observación, abierta militancia de la Presidencia por su partido, propaganda negativa en lugar de debates de proyectos, nos perfilan como un régimen autoritario completamente definido.
En estas condiciones es perfectamente legítimo desaprobar la campaña presidencial por el PRI. El día que en México no exista coacción y compra de votos, censura en los medios para tener información y análisis alternativos, trampas y candados en la legislación electoral para la observación, coaliciones, y equidad en las campañas, quizá ese día el Presidente de la República pueda hacer campaña por su partido como se hace en los países democráticos.
Mientras no se logren estas condiciones, la campaña presidencial resulta facciosa y desequilibrante.
Muy lejos estamos de tener una legislación sobre medios de comunicación que pueda generar espacios de libertad y crítica. Por lo pronto, la relación entre el Estado y los concesionarios de los medios está cruzada por una serie de distorsiones que posibilitan el chantaje, el temor y la subordinación.
Con toda tranquilidad el gobierno puede decirle a los concesionarios: no me gusta tal comentarista, o hay que cambiar la línea editorial porque al señor Presidente le resulta molesto o al señor secretario lo tiene irritado, o de lo contrario le pueden cancelar la concesión. Esta amenaza genera la subordinación que hoy se actualiza, y que va en contra de los esfuerzos importantes que la sociedad y los medios han hecho en los últimos años para abrir los espacios. Primero fue la prensa, en la que hoy en día nos hemos ganado un espacio bastante amplio de libertades; luego vino la radio, que tuvo cambios y aperturas muy importantes, y por último, la televisión, la cual no ha podido tener una apertura importante y sigue amarrada a los controles gubernamentales, salvo algunas pocas excepciones. Hoy la reversa viene sobre la radio. De pronto, al gobierno le han resultado amenazantes las voces independientes y críticas y las cancela.
Esta historia de censura e intolerancia es parte fundamental de los gobiernos priístas; la única diferencia es que hoy se hace cuando partes muy importantes de la sociedad se encuentran en una pluralidad que va a ser muy costoso suprimir. Lo importante sólo es ubicar en dónde estamos, si al principio de una ola expansiva de restauración y control, o al final de un ciclo priísta en donde se quiere apretar tuercas como las últimas patadas de un ahogado.