Hay que admitirlo: la actitud de Fujimori es detestable pero no sorprendente. La matanza de los emerretistas se convirtió, por ahora, en una especie de apoteosis, de fiesta sin fin. Las muertes del comando rebelde han sido semilla para que tanto en Perú como en el exterior, se alaben las razones y acciones de quien ostenta el poder. La consigna fue no ceder ante el chantaje, no negociar. No existió el espacio para pensar que quien tiene el valor de convertirse en guerrillero, no lo hace por uno, sino por el otro. Y en esta América Latina, el otro, los otros, son las mayorías. Si no hubiese tanta miseria y tanta opresión, es probable que tampoco existiesen guerrilla ni fujimoris. Tampoco habría comandos emerretistas ni voces zapatistas. En el caso de la embajada japonesa, la alegría y la lógica parecen tener sólo una cara. La muerte de los 14 miembros del comando era el único punto final.
No asombra la indiferencia de Fujimori cuando, frente a las cámaras de televisión, camina al lado de los cadáveres. Su júbilo al anunciar la muerte de todos los rebeldes raya en el morbo. Ejemplo al mundo, dijo el presidente andino. En cambio, conmueve y lacera hasta la médula la aprobación de muchas naciones y demasiados sectores de la sociedad. El gobierno de México también expresó su beneplácito por la conclusión de la crisis de los rehenes.
Nadie, en uso de la lógica y la moral, ha de sostener que la captura de rehenes sea una vía prudente para negociar. Tampoco hay quien, apelando al Estado de derecho, considere que la guerrilla haga bien al detener personas inocentes. Lamentablemente, en Perú y otras naciones latinoamericanas han sido asesinados muchos seres ajenos a la génesis de los conflictos. Pero no hay duda de que las monedas tienen dos caras. Los muertos por armas gubernamentales en nuestra América son demasiados y las cárceles del país inca, acorde con observadores internacionales, semejan la antesala del infierno.
La historia escrita por los emerretistas es distinta. Actuaron con otra moral. Liberaron a la gran mayoría. Los enfermos fueron privilegiados. Ningún rehén ha hablado de maltrato o vejaciones. Por el contrario. Muchos comentaron que durante la acción militar, los guerrilleros tuvieron la oportunidad de acribillarlos. En cambio, aún no sabemos con exactitud lo acaecido en el interior de la embajada. La ``esterilidad'' en las acciones militares es un término que pertenece al cine y no a la realidad de las armas. Así como era impensable que los bombardeos estadunidenses en Irak sólo reconociesen blancos castrenses, es improbable que la élite militar peruana pudiese actuar con tanta precisión. Aunque haya que esperar las conclusiones de Amnistía Internacional, muchos sectores de la opinión pública piensan que hay suficientes razones para presuponer que al menos algunos rebeldes fueron asesinados.
No dejan de conmover dos sucesos más. El primero refleja la zozobra vigente en la mayoría de los países tercermundistas. Durante más de cuatro meses el mundo fue testigo de la incapacidad para llegar a cualquier acuerdo. Tal inhabilidad no refleja sólo terquedad, publicidad o insuficiencia para dialogar y concertar. El problema es mucho más profundo. No hubo pacto porque en América Latina muchos de los puentes entre el poder y la oposición, o entre gobiernos y hambrientos, están rotos. Absolutamente rotos. Tanto los pilares como los maderos que los unen están apolillados, alicaídos. Es por eso que la comunicación no prosperó: se hablaban lenguajes diferentes. El segundo hecho es la costumbre cada vez más frecuente y cercana de televisar in vivo las masacres. En los últimos años, las matanzas, sea en Sarajevo, Ruanda o Lima, se transmiten justamente cuando se lleva a cabo la acción. Es difícil digerir esta situación. Se observa desde casa el bombardeo y luego se conoce el resultado. ¿Maravillas de la ciencia y de la tecnología?, o ¿miseria de la condición humana?
Duele que las guerrillas escojan caminos crispados y que hagan de inocentes, prisioneros. La contraparte no es plana: ¿cómo sugerir otros senderos para negociar con gobiernos omnipoderosos, que no escuchan? Con el final de la historia ya escrito, es probable que Cerpa Cartolini y camaradas hubiesen hecho bien asilándose en Cuba o República Dominicana. Podemos pensarlo pero no aseverarlo: la dignidad pesa en ocasiones más que la vida. En espera del dictamen de Amnistía Internacional sobre el (muy) probable asesinato de los rebeldes, Fujimori y similares seguirán actuando igual. El cúmulo de felicitaciones y adhesiones recibidos por su éxito, avalan las matanzas como forma para dirimir desencuentros milenarios.