Se inauguró el domingo 27 de abril, en diversos espacios del Centro Nacional de las Artes, el esperado Primer Salón Nacional de Artes Visuales, Sección Bienal Tridimensional 1997 que organiza la Coordinación de Artes Plásticas del INBA. Esperado porque desde la suspensión de los anteriores salones nacionales se sentía un hueco en la escena del país; los salones, criticados a menudo, sin duda criticables (¿qué concurso no lo es?), difíciles de organizar, eran sin embargo un acontecimiento importante, que tenía su lugar, era esperado y donde pudieron muchos artistas hacer sus primeras armas y ser vistos por otros artistas, la crítica y las instancias de promoción. Esperado también porque la convocatoria salió hace un año y la decisión del Comité Unico de Selección se realizó sobre proyectos en noviembre del 96. Era, pues, una realidad anunciada.
El comité seleccionó, de un total de 242 proyectos, 37 de ellos para su realización y exposición. Una selección que por lo menos puede llamarse ajustada.
Toda opinión sobre este salón, como sobre cualquiera, debe partir de las premisas de la convocatoria. Antes hubo salones de escultura y después, además, discurridos por Oscar Urrutia cuando fue director de Artes Plásticas (de hecho él inventó o reinventó esa racha de salones) los salones de arte alternativo, que fueron teniendo otros nombres pero daban espacio a aquello que, dados los tiempos actuales, no cabía junto a lo propiamente escultórico.
Ahora se tomó un partido diferente: precisamente el de juntar todo lo que pueda ser tridimensional, de la escultura propiamente, a objetos diversos, instalaciones, ambientaciones y aun performances, donde lo conceptual no está exento. (Pongo un ejemplo ilustrativo, La escuela de Atenas, de José Miguel González Casanova, quien describe su técnica como ``piedra y diccionario''). La decisión se justifica por la cada vez menos clara división en géneros, ante el hecho de que los artistas suelen muchas veces zafarse de esa molesta camisa de fuerza. Pero no deja de ser problemática pues reúne cosas muy dispares y pone seguramente algunos objetos en desventaja. Cualquier decisión de ese tipo tiene peros qué ponerle; cualquiera es necesariamente un riesgo, pero es también una propuesta. Ensayar, variar las propuestas debe tenerse como positivo.
Al fin y al cabo siempre hay divisiones. La misma acta de la comisión de selección señala que de los 37 proyectos ``16 pertenecen a la disciplina de escultura, 12 a instalación, 6 a la de arte objeto y 3 al performance'', de tal modo que como quiera se acepta que se están juntando peras con manzanas.
Pero el ensayo ha sido exitoso. Hay alguna confusión, es verdad, pero no les viene mal muchas veces a unos y otros objetos (o acciones) la vecindad con sus hermanos cercanos o lejanos o distanciados. El conjunto es una gran fiesta de obras, de cosas diversas, de propuestas variadísimas, que discurre por el gran espacio cerrado (21 obras) y caminas de un extremo al otro del Centro de las Nacional de las Artes (14, más tres performances, uno de ellos el Viacrucis de Eloy Tarcisio, que es objeto --una serie de enormes cruces enopaladas-- y también fue permormance).
Entre las virtudes de esa aglomeración un tanto disparatada con, por ejemplo, una finísima escultura portable en papel de Humberto Spíndola y ahí afuera la inmensa de acero de Mayagoitia, o las formidables líneas rojas que atraviesan una zanja, Líneas de tezontle de José Antonio Aldrete-Hass, encuentro la gran afluencia de artistas jóvenes, no pocos de ellos de fuera de la ciudad de México, a menudo con propuestas muy novedosas y no pocas veces logradas. Y junto a ellos otros maduritos, que ya cuentan con un justificado reconocimiento y que participaron también con entusiasmo.
Imposible referirme a todo. Cito casi al azar algo de lo que más me atrajo, además de lo ya referido, Jorge Yáspik, Noami Siegmann, Kiyoto Ota, Paloma Torres, Francisco Ruz, Hiroyuki Okumura, Perla Krauze, Manuel Marín, María José de la Macorra, Androna Linartas, Márgara Goyzueta Zulueta. Obras frescas, obras nuevas, obras finas, obras aventadas, obras de gran delicadeza. De todo. Suficiente para que el soleado domingo de la inauguración los artistas y otras especies afines estuvieran de plácemes, a menudo acompañados de sus chamacos.