La Jornada martes 6 de mayo de 1997

Alberto Aziz Nassif
La visita

La visita del presidente Clinton a México puede tener diversos ángulos de análisis y quizá podrá generar consecuencias importantes para la relación bilateral, pero lo que no se puede negar es la paradoja que hoy cubre el vínculo entre México y Estados Unidos: pocas veces en la historia de los dos países la relación ha sido tan fuerte y compleja y, al mismo tiempo, tan problemática.

La aprobación del Tratado de Libre Comercio amarró un modelo de desarrollo, estableció las nuevas reglas del intercambio económico entre los dos países y Canadá, y también ubicó un horizonte de posibilidades para el presente y el futuro inmediato. Una prueba de fuego de las posibilidades del tratado se vio durante la crisis que se desencadenó en diciembre de 1994. El paquete de rescate financiero mostró al gobierno de Clinton como el aval del gobierno mexicano; un aval que otorga y a la vez exige a un costo muy alto.

Dentro de estas variables se puede calibrar la nueva dimensión de la dependencia mexicana. El perfil del rescate financiero estadunidense también modeló una parte sustantiva de la política económica del zedillismo; los compromisos adquiridos con Estados Unidos determinaron el abc de la política para enfrentar la crisis, sus contenidos, tiempos y ritmos. En esa tesitura es donde están anclados los intereses duros de este gobierno. Por eso, cuando el gobierno hable de soberanía nacional sería muy sano que modulara el discurso dentro de estos espacios y márgenes en los que el país se mueve hoy, para poder acercar lo dicho al hecho. Esta parte es la que corresponde a la agenda del desarrollo económico.

La otra parte tiene que ver con la agenda negra, con los temas que mantienen la relación bilateral tensionada y llena de agravios. Los dos temas son conocidos de sobra: migración y narcotráfico. Los datos de la migración son muy elocuentes, cuenta Jorge Bustamante que el año pasado hubo un millón y medio de deportados (según cifras del Servicio de Inmigración y Naturalización), lo cual se puede considerar como un proceso masivo; en la otra cara de la moneda está que la tercera parte de la producción agrícola de Estados Unidos viene del estado de California, la cual es sostenida por una fuerza laboral mexicana en un 90 por ciento, del cual el 66 por ciento es indocumentada (Proceso, 1070). La reciente Ley de Inmigración establece reglas terribles para los migrantes: penaliza severamente, refuerza la deportación masiva, suprime derechos adquiridos y establece un cuadro crítico para millones de mexicanos que han sido expulsados de su propio país por no tener condiciones mínimas para la sobrevivencia aquí. No se puede culpar a Estados Unidos de la incapacidad del gobierno mexicano para crear empleos.

Un dato de contraste es que el famoso TLC no ha creado los empleos y las condiciones maravillosas que falsamente se prometieron cuando estaba en negociación. Lo que sí se puede reclamar con fuerza y dignidad es el origen de las medidas en contra de los migrantes mexicanos: la política de racismo y xenofobia, las prácticas de violencia y brutalidad de la patrulla fronteriza, actitudes y prácticas frente a las cuales no ha habido una respuesta satisfactoria de ninguno de los dos gobiernos. La migración es uno de los huecos más graves del TLC.

El tráfico de drogas ha sido en las últimas semanas el dolor de cabeza del gobierno zedillista. El narco crece en México y sus huellas de violencia se generalizan, casi al mismo ritmo en el que el gobierno produce programas y discursos en una guerra que cada día le resulta más costosa, como quedó de manifiesto con el caso del general Gutiérrez Rebollo, factura que sigue pagando el presidente Zedillo. La presión estadunidense se ha incrementado hasta llegar a niveles intolerables; la supuesta colaboración se ha convertido en un cuestionado proceso de certificación, en exigencias para detectar el lavado de dinero, incrementar la cantidad y condiciones de los agentes de la Droug Enforcement Agency (DEA). Veremos qué se resuelve en estos días. Lo más trágico es que México enfrenta una guerra perdida, como ya lo han demostrado otros países, mientras no cambien las reglas jurídicas y económicas de juego bilateral.

La visita del presidente Clinton puede tener la novedad del acercamiento con la oposición; un conocimiento que puede ayudar a quitar prejuicios y a propiciar mejores condiciones de respeto al proceso político de transición mexicano. Veremos...