Laberinto urbano Ť Julio Moguel
El lodazal panista y las elecciones del 2000

1. Tal vez no sea sólo desesperación lo que llevó a Castillo Peraza a entrar al terreno sucio de las calumnias contra Cárdenas. Se corre por allí otra hipótesis que vale la pena considerar seriamente: dicen que dicen algunos de los más altos jerarcas panistas que su partido ya no tiene posibilidades de ganar la jefatura del Distrito Federal y que, en consecuencia, ``lo conducente'' es vender lo más caro posible la cabeza de Castillo. ¿Pero quién quiere o querrá comprar la efigie perdedora del voluntarioso candidato panista? Dicen que dicen que los compradores virtuales son varios, aunque todos priístas.

En la hipótesis indicada, ¿cuál sería la función del candidato del partido blanquiazul en la campaña electoral de aquí al 6 de julio? ¿Y cuál sería el precio a pagar por los priístas? La función fue claramente representada por Diego Fernández de Cevallos en 1994: servir de golpeadores en favor de la candidatura priísta. Castillo Peraza agrega su propio sello a la estrategia: lumpenizar la contienda política y enrarecer el ambiente electoral para desestimular el voto. En otras palabras, al panismo capitalino tocaría la función de ayudar a Del Mazo a ganar la jefatura del DF, ``descontando'' por la vía del golpe y la calumnia al puntero Cárdenas, el más peligroso de sus enemigos comunes desde 1988. Siempre dentro de la misma hipótesis, el precio que el priísmo tendría que pagar estaría referido a cuotas de representación política que los panistas esperan tener en el Congreso; tendría que ver también con algunas de las expectativas blanquiazules (en posiciones electorales) en los planos locales.

La estrategia panista para ganar la presidencia del país en el año 2000 estaría centrada nuevamente, en consecuencia, en (re)crear a toda costa la idea de que la democratización del país no es en lo fundamental más que la conquista definitiva de la alternancia --idea cara por cierto a las mentes de los demócratas y republicanos de Estados Unidos--, y que, de cara al nuevo siglo, dicha alternancia es y será sólo entre dos partidos políticos (PRI y PAN, se entiende). En esta perspectiva Cárdenas no es sólo el enemigo principal sino el ``enemigo absoluto'', pues es convicción de los panistas y de una buena parte de los priístas que el PRD sin Cárdenas es poca cosa; que el ascenso perredista en las ciudades --y ya no sólo en las zonas rurales-- es coyuntural o ``reversible'', y que, por lo demás, una derrota de Cárdenas el 6 de julio tendría efectos profundos y multiplicadores en este proceso de ``reversibilidad''.

2. El modelo de ``democratización'' del país basado en la alternancia PRI-PAN fue ideado y construido a pulso durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari. Y la fórmula de construcción de la vía tuvo entre sus componentes esenciales el despliegue de una guerra prácticamente a muerte contra el cardenismo-perredismo.

Las concertacesiones y el amasiato parlamentario entre panistas y priístas fueron algunas de las expresiones de este nuevo pacto tecnoburocrático de cambios. Complicidades íntimas entre panista y priístas en compartidos esquemas de acción y de gobierno se repitieron durante el sexenio salinista hasta la aburrición, marcando el sendero de lo que sería en adelante el nuevo esquema de ``cogobierno'' y, con éste, la seguridad de que en el futuro aparecería finalmente la perseguida alternancia.

Cuando Ernesto Zedillo se hizo cargo del despacho presidencial la estrategia pansalinista de cambios quedó firmemente refrendada. Después de todo el jefe Diego había cumplido fielmente su papel, dentro del marco de un acompañamiento político de campañas PRI-PAN basadas en la descalificación y golpes bajos al perredismo, y en la conquista del ``voto del miedo'' y de la promoción efectiva del no-voto. Cuando el panista Antonio Lozano Gracia fue llamado a hacerse cargo de la PGR todo pareció seguir sobre la misma ruta o, para ser más precisos, su nombramiento pareció sugerir que se daban nuevos y definitivos pasos hacia la referida meta del ``cogobierno''.

Pero después de la fiesta vino la debacle. La cada vez más firme convicción popular de que las muertes de Colosio y Ruiz Massieu fueron crímenes de Estado, y de que el narcotráfico ganó espacios decisivos entre la propia burocracia y núcleos salinistas, generó una de las crisis de legitimidad estatal más serias de este siglo. De hecho, tales factores de desconfianza y creciente falta de credibilidad en las instituciones políticas del país se asentaron sólidamente a la vez en los nefastos efectos de la crisis económica y las drásticas políticas de ajuste.

La apuesta panista de ``cogobernar'' con Zedillo desde la PGR fue en consecuencia más un canto de cisne que el canto a la alegría. Cómplices y aliados menores del esquema salinista de transiciones tuvieron que pagar la cuota de hacer una parte no desdeñable del trabajo sucio. No habrá por ello razón ni fuerza humana que quite a Lozano Gracia --y con él al panismo-- el estigma de haber ``fallado'' en su papel de descubrir y castigar a los asesinos de Colosio y Ruiz Massieu. Mucho menos cuando en medio de osamentas sembradas y claras señas de corrupción salió por piernas de la dependencia.

Tienen razón por ello los que piensan que Punta Diamante se ha convertido más en un símbolo del amasiato corrupto entre el priísmo-salinista y el panismo que de las travesuras y excesos de un panista. Es el matrimonio entre el panismo y el salinismo lo que la gente realmente repudia; lo segundo --las travesuras y excesos del jefe Diego-- es apenas un dato más en la interminable lista de pequeños agravios que el pueblo de México simplemente... registra.

3. Así leídos los signos de la anunciada tormenta, resulta claro de qué tamaño son los actuales retos políticos del perredismo y de su candidato a la jefatura del Distrito Federal. Pero ¿hizo mella en Cárdenas la andanada de proyectiles lanzados por Castillo Peraza la semana pasada? Todo parece indicar que la calumnia tuvo y tendrá el efecto de un bumerang para el contendiente blanquiazul, pues la respuesta del líder moral del perredismo tocó y dañó las fibras más débiles y sensibles del panismo: evidenció de nueva cuenta la íntima relación entre el salinismo y el partido de la derecha mexicana. Por lo demás, sin quererlo Castillo Peraza permitió a Cárdenas cortar de tajo con todo proceso de especulación sobre sus propiedades. Al final Castillo se evidenció como un simple marrullero y peleador de barrio, muy limitado en sus capacidades políticas y morales para ser un digno contendiente de la campaña política más importante de la época.

¿Se replegará Castillo Peraza?, ¿corregirá sus rutas? En la hipótesis que hasta aquí hemos manejado queda claro que el candidato panista sólo tomará algún ligero respiro para intentar de nuevo una jugada del mismo corte. Los priístas, por su parte, verán cómo se desvanecen los esperados efectos del ataque de Castillo a Cárdenas, pero no cejarán en su interés de aprovechar al panista para hacer el trabajo sucio abierto, pues a ellos corresponderá en lo fundamental hacer el trabajo sucio ``cerrado''.

Con todo, mantiene Del Mazo y su núcleo una carta que ya ha sido ampliamente anunciada por Zedillo, Roque y otros conocidos priístas: la de generar o propiciar un espacio de violencia política que polarice el ambiente electoral y produzca el conocido ``voto del miedo'' y el no-voto, al tiempo que se aplica la conocida táctica del ladrón que, en medio de la confusión y el desconcierto, grite ¡¡al ladrón, al ladrón¡¡, señalando con índice de fuego hacia el perredismo y Cárdenas.

Nada está asegurado en consecuencia de cara al próximo 6 de julio. Faltan aún dos dificilícimos meses, en los que habrá sin duda todo tipo de sorpresas y golpes bajo la mesa. Pero vale la pena constatar que Cárdenas cabalga hoy en caballo de hacienda. Puntero sólido en las preferencias electorales, desgrana la mazorca corporativa y conquista adhesiones políticas fundamentales. ¿Encontrarán priístas y panistas la forma de detener su paso?.