Luis Hernández Navarro
Los túneles de la Lacandona

Durante la última semana se han recibido dos noticias relacionadas con el proceso de pacificación en Chiapas. Una es buena y la otra mala. La buena es que hay un nuevo jefe de delegación gubernamental. La mala es que eso no implica un cambio de rumbo en el tratamiento del conflicto.

Ante el nombramiento de su nuevo representante, la Secretaría de Gobernación insiste en el mismo discurso que ha utilizado en los últimos cuatro meses y que se sintetiza en dos frases: hay disposición para reanudar el diálogo en el menor tiempo posible, y en Chiapas no pasa nada.

Declarar que hay disposición para dialogar suena bien, pero no sirve de mucho si no se acompaña con la instrumentación de medidas para destrabar el conflicto. Y lo que de manera central impide la reanudación de las negociaciones es el incumplimiento gubernamental de legislar en materia de derechos y cultura indígenas de acuerdo a lo pactado en San Andrés.

El diálogo entre el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el gobierno federal parte de un par de premisas elementales: se dialoga para acordar, y se acuerda para cumplir. Si no se cumple lo pactado la negociación se desnaturaliza, pierde sentido. Y eso fue lo que pasó en la Mesa de San Andrés. El gobierno federal firmó una serie de compromisos y ahora no quiere respetarlos. ¿Para qué va a regresar al diálogo el EZLN en estas condiciones? ¿Para permitir que lo engañen?

El relevo de Marco Antonio Bernal por Pedro Joaquín Codwell significa muy poco si no se acompaña del retiro del veto gubernamental a la reforma constitucional en materia de derechos y cultura indígenas. No importa que el nuevo jefe de la delegación haya sido gobernador o secretario de Estado o que haya participado en las negociaciones sobre los refugiados guatemaltecos. El hoy candidato a senador por el PRI firmó los Acuerdos de San Andrés como representante gubernamental. El compromiso no se desvanece por el hecho de que él ya no esté al frente de la delegación oficial.

Al incumplir su palabra el gobierno federal tiró a la basura los principales activos en una negociación: la credibilidad y la confianza. No es, por cierto, la primera vez que lo hace. La ofensiva militar en contra de los zapatistas de febrero de 1995, realizada mientras hablaba de diálogo y negociación, muestra que la construcción de túneles no es exclusiva de Fujimori. Meses después, cuando en febrero de 1996 se firmaron los primeros acuerdos sustantivos del proceso, el gobierno ignoró una presunción básica de la negociación: la de que, a mayores acuerdos correspondería una mayor distensión. En lugar de aflojar la presión militar sobre las comunidades zapatistas la sostuvo.

El nuevo comisionado tendrá detrás de sí el desgaste de la vieja delegación gubernamental. Dos fueron las principales obsesiones de ésta: por un lado, dialogar con Marcos y no con los comandantes indígenas. Por el otro, bajar ``artificialmente'' la dimensión del conflicto que a su juicio había sido inflada por Manuel Camacho.

Debido a ellas, los representantes del gobierno federal cometieron errores de trato hacia los zapatistas que se convirtieron en obstáculos adicionales en la negociación. Fue en mucho debido a la conducción metodológica del diálogo por parte de la Conai, que éste pudo desarrollarse.

Tendrá que cargar, además, con la incógnita de su capacidad real de mando. Aunque formalmente Marco Antonio Bernal era el jefe de la delegación, enfrentó, en los momentos críticos del proceso, las posiciones de la Secretaría de Gobernación, con su propio juego. En Chiapas, ni el gobierno federal ni el estatal tuvieron, en circunstancias claves, una política unificada. ¿Cómo negociar en esas condiciones? Además, en el camino, el Ejército ha ido ganando una creciente autonomía operativa. ¿Cuáles serán las posibilidades reales del nuevo comisionado para influir en las Fuerzas Armadas?

A pesar de las declaraciones del gobierno federal de que no busca diferir el diálogo de paz, no ha hecho nada sustantivo para facilitarlo.

Por el contrario, mantiene la militarización, fomenta la formación de grupos paramilitares como ``Paz y Justicia'', e intensifica las tareas de inteligencia. Como en Perú, habla de paz mientras cava los túneles para preparar una ofensiva en contra de la comandancia zapatista.