La Jornada jueves 8 de mayo de 1997

Octavio Rodríguez Araujo
Mitin en la UNAM

Soy profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM desde 1966. Desde 1970 imparto la cátedra de Partidos Políticos en México. A mi clase, en varias ocasiones, he invitado a los dirigentes de los partidos para que expongan sus puntos de vista y, en todos los casos, mis alumnos han sido respetuosos con los ponentes, aun en la disidencia o en la oposición a sus planteamientos.

Lo ocurrido el martes en la Facultad con la visita del candidato del PAN al gobierno del Distrito Federal no corresponde a lo que pudiéramos llamar una conducta universitaria. No repruebo que se exhibieran carteles en contra del candidato panista, tampoco que se le hicieran preguntas incluso agresivas. Pero me parece que no fue correcto que le aventaran objetos o que se interrumpieran sus respuestas con gritos y abucheos.

Los estudiantes de ciencias sociales, supuestamente mejor informados sobre el proceso electoral que los de otras disciplinas que no tratan asuntos de este tipo, tuvieron la oportunidad de hacer gala de sus conocimientos e interpelar con inteligencia a un candidato que, obviamente, no es grato a la comunidad de la Facultad. En lugar de tolerancia (y tolerancia no quiere decir consentimiento o aprobación) se recurrió a la descalificación grosera, pasando por alto que el mejor repudio, si esto es lo que se quería, hubiera sido la demostración de debilidad en los argumentos del candidato o, ¿por qué no?, el desaire absteniéndose de asistir al mitin. ¿No habrán sido provocadores ajenos a la Facultad, me pregunto, los que agredieron al candidato panista o iniciaron la agresión?

Porque creo conocer a los estudiantes de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, estoy convencido de que quienes agredieron a Castillo Peraza no fueron, en principio, estudiantes sino provocadores que, expertos en su tarea, motivaron que otros, los verdaderos estudiantes, terminaran por actuar como los provocadores. La lección del mitin del martes podría ser sencilla: que los estudiantes no deben caer en las provocaciones de quienes quieren convertir las elecciones en un río revuelto de insultos y agresiones para infundir temor (y abstención, por lo mismo) entre electores menos informados que los universitarios.

La forma de trato al candidato del PAN deja un mal precedente: ¿cuál es la dificultad para que un reducido grupo de provocadores haga lo mismo contra un candidato que tenga mayores simpatías entre los estudiantes de nuestra Facultad? Un mitin ante mil o dos mil estudiantes puede ser presa fácil de provocaciones, sobre todo si los ánimos se caldean. Y no es el caso, no debería de serlo.

Se ha criticado, con razón, que los niveles de la campaña electoral se han pervertido en buena medida por golpes bajos y una guerra sucia interpartidaria ante los medios. Se ha criticado, igualmente, que en lugar de una campaña con argumentos, críticas y proposiciones, se esté recurriendo a formas agresivas de propaganda (publicidad en lo comercial) como las que han venido realizando, por ejemplo, las empresas que quieren ganar suscriptores de teléfonos de larga distancia: descalificando a la competencia en vez de simplemente demostrar las ventajas de una compañía sobre las demás en beneficio de los usuarios.

Y esto que se ha criticado es lo que debió tomarse en cuenta en el mitin universitario que comentamos. La universidad es un espacio abierto, abierto a las corrientes políticas y a la población en general, por lo que no resulta posible (ni deseable) impedir que a un mitin público asista quien quiera y debata ideas y posiciones partidarias. Pero una cosa es debatir ideas y posiciones políticas y otra agredir físicamente a quien se considere contrincante o adversario de lo que uno piensa. La agresión física no pertenece a las tradiciones universitarias. Nuestro campo es el de las ideas y la reflexión.