Pablo Gómez
¿Los temas importantes?

Durante un asalto a un restaurante en alguna ciudad de EU:
``¡Mexicanos, salgan de la cocina con las manos en alto!''

De la película Pulp Fiction

Los acuerdos adoptados en la comisión binacional no son nada en sí mismos: la visita de William Clinton a México no estuvo pensada para procesar nada nuevo, que modificara en alguna medida la política de Estados Unidos hacia México o de nuestro gobierno hacia el poderoso vecino del norte.

Pero algo ha ocurrido: de parte del gobierno de México, una embestida propagandística para imbuir confianza en su gestión; y del lado estadunidense, el mensaje de la ``cooperación binacional'' dirigido a los escépticos que la combaten en Estados Unidos.

Washington está comprometido con un programa de integración económica internacional, ante la creciente competencia. Países como México son clave en su estrategia global, cuando las conquistas territoriales ya no son la característica del periodo. Los dos últimos inquilinos de la Casa Blanca han encontrado en sus colegas mexicanos a grandes colaboradores que buscan entrar en la globalización de la mano de la mayor economía del mundo.

Pero no existe en el gobierno mexicano una concepción del desarrollo socioeconómico, sino sólo la idea de que la liberación del comercio es, en sí misma, una vía de crecimiento y prosperidad.

Con todo, el mayor problema es el papel de cada cual en la integración económica. El gobierno mexicano, por lo visto, admite que su propio país asuma el elevado costo de competir con fuerza de trabajo barata y sobrexplotación de recursos naturales. Enredados en la economía de las desigualdades, los gobernantes mexicanos de las últimas décadas no han propuesto ningún plan para impulsar la nueva industrialización, la reconversión de la industria, la aplicación intensiva de capital, la investigación y el desarrollo de nuevas técnicas, la educación para todos.

Las exportaciones al norte de cemento, petróleo, productos baratos y chatarra, por valor de 80 mil millones de dólares, no son suficientes para cubrir la suma de las importaciones y el pago de servicios, especialmente los beneficios de capital y el pago de la deuda externa. Pero la cuestión de fondo es que no existe vía de acceso a la superación de tan terrible condición de país tributario, ni siquiera cuando hemos tenido transitoriamente un superávit comercial debido a la depreciación internacional de las manufacturas mexicanas y la recesión interna.

La subordinación de México a la economía vecina es mucho mayor que en el pasado, lo cual no ha mejorado en nada el hoyo negro de las desigualdades sociales y la pobreza mexicana. Aquí está el problema y no en los revólveres que quieren portar aquí los agentes de la DEA, por más que tal pretensión sea inadmisible.

El lema salinista está vigente en el actual gobierno: ``Queremos negocios, no ayuda''. No la habrá, aunque tendría que plantearse cuando los ``socios comerciales'' son tan desiguales entre sí, no obstante lo cual México pagó más de tres mil millones de dólares por el numerito del ``rescate de Clinton''. Pero, ¿qué clase de negocios? Aunque la economía mexicana es impensable sin el comercio con Estados Unidos, los negocios no parecen ser tan buenos para México. Más allá de las maquiladoras, que destruyen la fuerza de trabajo pues no la capacitan, los empresarios de Estados Unidos no inyectan a México tecnología ni proyectos avanzados. Y, por ello, la economía del vecino muy poco contribuye directamente a la formación interna de capital.

Ningún país se desarrolla de manera integral sin robustecer su mercado doméstico y sus fuerzas productivas. Esto lo ha olvidado el gobierno neoliberal mexicano y al de Estados Unidos le importa sólo cuando se trata de su propia economía, no en cuanto a México.

Así, el gobierno mexicano no sigue al de Estados Unidos, sino que es mucho peor, aunque Clinton no se atreve a decirle a Zedillo que es necesario cobrar más impuestos a los ricos para fortalecer los programas sociales, como él lo ha intentado, débilmente, en su país.

El presidente visitante difícilmente se impresionó con el despliegue publicitario y de seguridad. No calculaba que obtendría más concesiones en materia de vigilancia sobre la policía mexicana antinarcóticos ni en lo referente a detener el torrente migratorio. Sencillamente, vino a cantar victoria por su tan criticado ``paquete de salvamento'' y por haber detenido la descertificación del gobierno mexicano en el Capitolio.

Cooperación, exige el presidente estadunidense, y se la están dando, pero aún no se encuentran en la mesa de las negociaciones los temas verdaderamente importantes para el pueblo de México: no podría ser con un gobierno como el actual.