Olga Harmony
Fantasía subterránea para mujer y violín

Así como algunos autores desean enfrentarse con la dirección, no es extraño que un director se sienta tentado por la dramaturgia, sobre todo en esta joven generación que ya enterró las hachas de guerra de la violenta e inútil batalla entre autores y directores escénicos, para borrar muchos de los límites del teatro. Iona Weissberg, que ya ha demostrado su versátil talento para dirigir obras de muy diferentes características, emprendió la escritura con esta Fantasía subterránea para mujer y violín que fue trabajando desde sus primeros borradores hasta el libro publicado por la UAM, e incluso después, según las necesidades surgidas en los ensayos, en una constante relaboración que dio por resultado un texto mucho más teatral, más comprimido a lo esencial y por lo tanto más logrado.

Iona se plantea el tema de la fantasía y la realidad desde dos vertientes. La primera consiste en mostrar la posible realidad de su protagonista --esa maestra teleadicta que desdeña a su compañero porque la aburre el amor cotidiano-- y los arquetipos con los que construye sus fantasías. El primero está muy obviamente tomado de la más rutinaria de las telenovelas; a los siguientes se acerca con la ayuda del violinista, aunque sin duda yacen en su inconsciente; incluso para la más difícil de sus fantasías, la del amor lésbico, imagina a una intelectual, pero reducida al lugar común de la científica ajena a todo lo que no sea física cuántica, prototipo artificial tomado también del cine y el video. Las fantasías de la maestra son tan torpes y limitadas como su escaso entorno cultural.

Para entender a plena cabalidad la segunda vertiente del juego realidad-fantasía hay que aceptar la convención de ese otro mundo fantástico que propone la autora y que está dado por el violinista que cumple los más recónditos deseos de la maestra en un ámbito, el del Metro a deshoras, que se muestra como el de una ambigua realidad. Así, cuando la protagonista está empapada por la lluvia, el galán llega de un clima seco, pero otro personaje --el preso político-- también ha sufrido clima lluvioso. O mientras la mayoría de los personajes alternos no logra ver al violinista, el boxeador no sólo lo ve, sino que lo ataca. Realidad-irrealidad se dan la mano para enmarcar la reducción de los prototipos (un hermoso galán, rico y mundano; un revolucionario --ella piensa en el Che--; la intelectual o el atleta) a seres de carne y hueso, tan imposibles para la fantasía como el novio desdeñado. Con ello el texto rebasa su propia anécdota y, a pesar del chispeante humor que campea en los diálogos, propone una reflexión más bien amarga acerca de las pequeñas vidas sin horizontes.

Philippe Amand diseña una entrada del Metro que no recuerda a las estaciones mexicanas, por lo que su ubicación puede ser en cualquier parte (como la misma historia que en ella transcurre, si se exceptúan las referencias a nuestra realidad inmediata), además de que resuelve de modo muy eficaz el tránsito de los vagones, que en el texto original se soslaya a base de oscuros. Allí, Iona Weissberg dirige con su indudable capacidad tanto para el trazo escénico como en la dirección de actores, amén de ese saber apoyarse en los recursos de su escenógrafo e iluminador, el propio Amand; su vestuarista, Sara Salomón y su diseñador de sonido, Héctor González Barbone.

Mónica Dionne es una excelente actriz y una delicia de gracia escénica y aquí realiza una labor impecable, desde los matices que utiliza hasta la complicidad-dependencia que establece con el violinista, a veces con sólo una mirada. A Silverio Palacios se le estaba encasillando un tanto en tipos populares, que encarnaba con singular solvencia; Iona Weissberg lo rescata para darle el papel del violinista, personaje muy complejo en su irreal realidad, su cultura y su malicia, su triste soledad final, que el actor aprovecha en todas sus reconditeces. Luis Artagnan es uno de los más dúctiles actores jóvenes de nuestra escena y en este montaje lo demuestra al encarnar a los cinco personajes diferentes --incluyendo una mujer, en la que desdeña cualquier recurso fácil-- que se le asignaron. Un acertadísimo montaje del talentoso grupo que se hace llamar La máquina de teatro y que produce sus espectáculos en diferentes foros.