Jorge Legorreta
Estadunidenses en la ciudad

Como se esperaba, la fugaz visita del presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, a la ciudad de México tuvo más la intención de generar una mayor confianza política de la actual administración que la firma protocolaria de acuerdos bilaterales. Tal intención se logró a costa incluso de las previsibles manifestaciones de protesta que despierta obviamente la presencia del representante del imperio más poderoso del mundo.

Lo que no era definitivamente previsible fueron algunos actos que provocaron una mayor irritación social del pueblo mexicano. Nos referimos no sólo a las agresiones y arrogancias contra los ciudadanos, sino a otros más graves que expresan el extravío de nuestra memoria histórica. Pertinente resulta, entonces, enmarcar tal visita en un breve recuento sobre la presencia de los estadunidenses en nuestra ciudad.

Durante el siglo XIX se produce la invasión más costosa de nuestra historia. Como se recordará, se reclamaron los territorios nacionales, poblados con anterioridad con colonos emigrantes del norte de los Estados Unidos. El 14 de agosto de l847, las tropas comandadas por Scott llegaron a los alrededores de la ciudad de México. El l9 del mismo mes, derrotan a las tropas mexicanas en Padierna. En el corazón de la colonia hoy llamada Héroes de Padierna se conserva un modesto monumento. Al siguiente día, destruyen y toman el convento de Churubusco. Existe ahí un museo como testimonio de las intervenciones extranjeras que ha sufrido nuestro país a lo largo de su historia.

Con el fracaso de las primeras negociaciones, el 8 de septiembre se libra una cruenta batalla en el Molino del Rey, cuyos vestigios se ocupan hoy por los guardias presidenciales de Los Pinos. Finalmente, el día 13 de septiembre toman el Colegio Militar de Chapultepec, convertido posteriormente en el castillo imperial de Maximilano. Entre el 15 y 16 de septiembre, paradógicamente los días conmemorativos de nuestra Independencia, se hiza la bandera de EU en los principales edificios de la ciudad. El pintor italiano Pedro Gualdi la muestra ondeando a fines de l847, en el asta bandera del Palacio Nacional. La desafortunada pintura se exhibe actualmente en el Museo Nacional de Arte, ubicado en la Plaza Tolsá. En ese entonces, las tropas estadunidenses ocuparon la ciudad de México durante l0 meses, retirándose durante los primeros días de junio de l948. Durante la Revolución hubo dos ocupaciones más. Entre el 2l de abril y el 23 de noviembre; es decir, durante siete meses, los marines ocuparon Veracruz y Tampico; posteriormente, y como represalia a la histórica incursión de Francisco Villa a Columbus, el 9 de marzo de l9l6, el ejército del país vecino realiza la expedición punitiva, ocupando nuestro territorio por 11 meses más.

Pero la historia no se plasma sólo en los libros, sino también en sus monumentos convertidos con el tiempo en símbolos nacionales. Es el caso del monumento a los Niños Héroes de Chapultepec, símbolo de la defensa contra las invasiones estadunidenses que nos recuerda tristemente la pérdida de más de la mitad de nuestro territorio. Por eso, fue absolutamente insensible la visita que hiciera ahí, a invitación oficial del gobierno mexicano, el presidente Bill Clinton. Tales actos no cierran heridas, ni borran la historia; mucho menos desaparecen los sentimientos de un pueblo. Fue un acto innecesario que, más que olvidar, refuerza las identidades nacionalistas de un pueblo contra los pueblos invasores.

Las críspidas actitudes antiestadunidenses de nuestro pueblo tampoco son, como equivocadamente cree el actual gobierno, exclusivas de las organizaciones políticas radicales. Es probable que ello explique la silenciosa desaparición de la estatua de George Washington de su glorieta original en la colonia Juárez y, en cambio, el mantener en el parque de Polanco dos figuras más cercanas a los intereses históricos con nuestro país. Una es el presidente Abraham Lincoln, vetado durante un periodo como congresista, precisamente por oponerse a la ocupación de México en l847. La otra es de Martin Luther King, defensor de los derechos humanos y étnicos en los Estados Unidos.

Como quiera que sea, los nuevos tiempos de la globalización y los acuerdos internacionales del comercio tienden a diluir las fronteras, a marginar los valores nacionales por una avasalladora cultura televisiva de violencia, consumo y fantasiosos héroes. Son nuevas formas de dominación ante las cuáles solamente nos queda recurrir a la memoria histórica para reforzar nuestra identidad.

La defensa de nuestros símbolos patrios, sembrados por toda nuestra ciudad, se hace por eso cada vez más indispensable, en estos tiempos en los que el nacionalismo se ha convertido en un valor olvidado.