El escenario de las artes, frecuentemente grato, a veces nos depara sorpresas agradables. Arnaldo Coen, espíritu abierto, espíritu lúdico, ocurrencia chispeante, caviloso juguetón y reflexivo moroso ha sido más de una vez culpable de esas sorpresas.
Ahora reincide con Apariencias y reflexiones: tiempo que vuelve y se retira, muestra inaugurada el día de San Jorge en el Museo Nacional de las Estampa, en el marco del XVIII Festival del Centro Histórico de la ciudad de México.
La exposición consta de cien obras de muy pequeño formato, a punto de miniatura, cuyo sentido --y el significado del título-- es necesario explicar.
Entre 1978 y 1982 el pintor, escultor y hacedor Manuel Marín capitaneó una experiencia de ``arte correo'', una forma de arte alternativo, de las muchas que tuvieron auge en los años setenta. Como otras, su idea iba enderezada en contra de la exaltación del artista-dios, del valor monetario de la obra y de los sistemas de distribución y consumo comercial de ésta; y, como dice bien Marín, no privilegiaba la obra terminada como tal, sino alguno de los momentos de ella, desde la concepción, la realización, la distribución y el consumo. La experiencia de cinco años que prohijó Marín consistía en una especie de ``cadena'' a partir de tarjetas de tamaño postal (3 x 5 pulgadas), cada una con la palabra ``Aquí'' --nombre del proyecto-- y un sello de hule que cada artista diseñaba. Reunió en ese intercambio cerca de 130 artistas de 30 países. Murió de muerte natural, cuando soplaron otros aires.
El ocioso y curioso de Arnaldo Coen tuvo la paciencia de conservar las tarjetas y, desde que terminó la aventura de Aquí, a partir de 1983 y hasta la víspera de la exposición, trabajarlas, pintando a la acuarela las más de las veces, pero también al temple o al óleo, con tintas o mezclando esos medios.
Su trabajo tiene como punto de partida, la forma generalmente bastante sencilla y burda, puesto que no es otra cosa que un sello, impresa con la tinta del cojinete. A veces la utiliza de una manera franca, enriqueciéndola con el color o continuando en consecuente forma su sentido. Otras casi la desvirtúa o, en un juego muy suyo, alrevesa ese sentido. Otras más incluye el sello como motivo en un espacio pintado que aparentemente no tiene que ver con él. Es un ejercicio lúdico, un chiste repetido con chistosa tenacidad y paciencia. Como todo chiste legítimo y espontáneo, es una manera profunda de decir verdades, más profundas que las que se pretenden serias.
Téngase en cuenta que esa tarea se la impuso con sentido de jolgorio Coen durante 15 años (1983-1997: por eso ``tiempo que vuelve y se retira''). En esos años su manera de pintar ha venido cambiando. Ya había superado ese espontaneísmo jugoso de sus años tempranos, pero atraviesa los tiempos en que se metió en un cubo, aquéllos en que decoraba maniquíes; sus tiempos de obsesivos cudriculados, sus puntos, su diálogo con los florentinos cuatrocentistas, etcétera. Las cien obras expuestas --y felizmente no en orden cronológico-- son, de hecho, una autobiografía festiva del pintor. Un recuento de su tiempo en su propio transcurrir.
Así, su tarea ha sido en estricto sentido una desconstrucción. Aunque, digamos, en sentido inverso. Se ha tomado todo ese trabajo (trabajo o juego, no lo sé: más bien ambas cosas) que inevitablemente invalida la intención primera del proyecto ``Aquí'' de hace 20 años. Su desconstrucción es por enriquecimiento. Lo que nació con la idea de no tener valor, sino ser sólo un intercambio entre artistas, sin más costo que el del timbre para expedirlo, ahora ha adquirido uno. El de cada objeto en particular y el del conjunto. Las cien tarjetas pintadas son objetos valiosos. Pero a contraluz contienen un inevitable sentido conceptual. Por una parte, por su formato: porque la miniatura hace mucho que ha dejado de considerarse arte y apenas suele rebasar el nivel de tienda de curiosidades. Por otra, porque revertir el sentido original del proyecto de los sellos es una aventura conceptual. Y, en fin, porque los nombres de los artistas que mandaron las tarjetas han desaparecido de éstas y no se conservan sino como registro.
Quiero aludir a la pequeña hazaña que representó --para el equipo del Museo de la Estampa--, montar una muestra tan difícil, con obras en un solo formato y necesitadas de ser vistas de cerca. Como animados por la inventiva de Coen, sacaron fuerzas de la imaginación. Y consignar el pulcro catálogo impreso por Pinacoteca 2000 e Imprenta Madero, con diseño de Julieta Ceballos y Regina Olivares, con fotografías de Gilberto Chen y el bello texto de Ana Terán.