Jaime Martínez Veloz
¿Y la paz?

¿Una Comisión, surgida del Congreso de la Unión, que logra ganarse la confianza de dos partes en conflicto y además apropiarse de un espacio político entre la ciudadanía? Imposible.

¿Una Comisión paritaria que toma las decisiones de manera unánime y que no está subordinada ni a las necesidades partidarias ni a los requerimientos, presiones o acusaciones de las partes, sino sólo a lo que sus integrantes conciben como el camino de la paz? Sospechoso.

Es demasiado civilizado para ser verdad.

Afortunadamente, siempre alertas, los guardianes de la verdad absoluta no se tragaron nunca ese cebo. Desde la extrema izquierda recelaron del mecanismo, de los alcances y de la efectividad de esa Comisión. Escatimaron apoyos, desconfiaron de las acciones de la Cocopa. Ahora sabemos que creían en la Cocopa, pero que ya no creen porque ha resultado cierto lo que ellos siempre sospecharon: es un instrumento más al servicio de las peores causas.

Los otros poseedores de la verdad absoluta, enquistados en la derecha y agazapados en algunas posiciones gubernamentales, siempre supieron también que la Cocopa era una instancia incómoda. Finalmente, desde hace meses están convencidos de que tenían razón. La Cocopa ha cometido el delito grave de no haberse sometido a presiones ni chantajes y ha sabido señalar trabas y provocaciones que han afectados a grupos de poder contrarios al diálogo.

Desde sus tibios nichos, estos dos grupos han alertado al gobierno federal y al EZLN para que desconfíen totalmente de su contraparte. El gobierno federal nunca ha tenido la intención de cumplir, aseguran unos. Los otros responden: el EZLN busca socavar las instituciones en nombre de intereses oscuros.

Mientras, los problemas siguen su curso: en la zona del conflicto se vive un ambiente de tensión, en el norte del estado crímenes irresueltos y un clima de persecución desmienten el ``aquí no pasa nada''; una propuesta de cambios constitucionales en materia de derechos y cultura de los pueblos indígenas aguarda una discusión más enriquecedora; y un diálogo espera que el azar y no la voluntad política lo rescate. Este es el panorama. Los meses se acumulan en una negociación que pudo haber rendido frutos hace meses.

Se acumulan señales contrarias al espíritu que debía privar en la resolución del conflicto. La más reciente es el relevo del diputado local Juan Roque Flores como representante del Congreso chiapaneco en la Cocopa. Una decisión apresurada de la Comisión Permanente de esa instancia revocó lo que el Pleno había decidido en su momento. Si bien el cambio pudo haberse apegado a las normas establecidas, sorprendió y lastimó la forma y el poco tacto que esta acción demuestra, máxime si se tiene en cuenta que la accion del diputado Juan Roque siempre demostró su genuina preocupación por el diálogo y su entrega a las tareas de la coadyuvancia por la paz. No es equivocado afirmar que se ganó el afecto y el respeto de todos los restantes integrantes de la Cocopa. Hay desazón por la medida y una pregunta flota en el aire: ¿es ésta una medida aislada o hay que poner las barbas a remojar? Si es lo primero, fue un error. Si es lo segundo, entonces en su momento habrá que dar puntual respuesta.

El diálogo por la paz se encuentra en la peor de sus crisis. Las instancias de intermediación y coadyuvancia están en una evidente situación de desgaste, la sociedad civil acusa también los efectos de más de tres años de jalones sin avances concretos. Ahora que la zozobra de 1995 se ha alejado, la economía parece haber encontrado su camino y los partidos se preparan para la más disputada contienda electoral del México moderno. En este contexto, cabe hacer sólo una pregunta: ¿dónde quedó el anhelo por una paz digna?.