Letra S, 8 de abril de 1997
Entre las diversas preocupaciones de Mark Platts, del Instituto de Investigaciones Fiolosóficas de la UNAM, figura la relación de la ética y la práctica de la medicina, tema presente en dos antologías: Sida, aproximaciones éticas (1996) y Dilemas éticos (1997) ambas publicadas por la UNAM y el Fondo de Cultura Económica. En esta entrevista, Platts subraya, entre otras cosas, la ausencia de formación ética en la gran mayoría de los trabajadores de la salud.
¿Por qué existe en México poca preocupación por un tema --ética y sida-- que en otras partes genera tanto interés?
México es un país que no se distingue por sus debates públicos razonables sobre cuestiones sociales. Y esto se manifiesta en cualquier esfera de la vida cotidiana. Este es un fenómeno que está cambiando, las cosas han mejorado en los últimos años. Lo cierto es que en México no prospera mucho la idea de un debate público razonable.
Hay otro hecho fundamental: México es un país católico, y en los últimos siglos la Iglesia católica tampoco se ha distinguido por favorecer discusiones razonables.
En la introducción del libro Sida: aproximaciones éticas afirma usted que los ensayos ahí incluidos son contribuciones al desarrollo de una verdadera moralidad social ¿qué debemos entender por verdadera moralidad social?
¿Qué ha pasado con el sida en México y en tantas otras partes? Hay inicialmente un énfasis en la culpabilidad de la persona infectada o enferma que es un problema del individuo, de su buena o mala conducta, etcétera. Por supuesto, hay cuestiones morales importantes para los individuos. Por ejemplo, un seropositivo y su conducta en el futuro, su posibilidad de infectar a otras personas. Pero todo el énfasis se ha puesto en el hecho de condenar a individuos. Ha sido una moral individualista y condenatoria de los demás. ¿Cuál es la responsabilidad de la sociedad hacia la gente infectada con el virus y hacia quienes no lo están? No la hay. Como tantas otras sociedades, incluída Inglaterra, México es una sociedad que no acepta este tipo de responsabilidades y obligaciones. Es preciso, por ejemplo, dar todas las facilidades para cuidar y mejorar la salud de la gente. Pero lo que pasa es que resulta mucho más fácil y mucho más barato andar condenando. Esto no cuesta nada de dinero y proporciona un sentimiento muy agradable de superioridad moral.
Ahí es donde tú hablas de valores sociales agotados.
La frase no es muy afortunada pues sugiere que al estar agotados alguna vez tuvieron validez y la perdieron; en muchos casos creo que jamás la tuvieron. A mí me interesa cómo utiliza la gente el discurso moral para criticar y condenar a los demás. Es un ejercicio de superioridad moral. La idea de autocrítica moral, es decir, lo que la moral exige de mí en relación con los otros, eso no, es mucho más cómodo condenar a las demás personas.
Sin embargo, muchos de estas argumentaciones no se asumen como moralistas, sino que adelantan otro tipo de razonamientos. Es el caso, por ejemplo, de Castillo Peraza y su argumento ``ecológico'' contra el condón.
Ahí si hay algo que un filósofo puede hacer porque en teoría un entendimiento filosófico te ayuda a distinguir mejor entre argumentos malos y buenos. Hay ahí una contribución del filósofo, y es estrictamente negativa: destruir los argumentos. El filósofo debería ayudarte a ver los errores grotescos y generalmente deshonestos detrás de algunas argumentaciones.
¿Ese es el objetivo del libro?
El propósito principal del libro es tratar de hacer que la gente reflexione sobre el tema. Hay muchas resistencias. Al ser humano no le gusta pensar. Es fascinante como la gente define desde Aristóteles al ser humano como un ser racional. No somos muy racionales, no nos gusta pensar mucho, cuesta trabajo. Y especialmente sobre un tema donde hay mucha resistencia, ya sea por homofobia o porque el tema está relacionado con la muerte; no es una forma agradable de pasar el tiempo. Hay mucha resistencia y manipulación por parte de la derecha, porque ofrecen argumentos espurios. Es entonces mucho más fácil para alguien aceptar esos argumentos espurios que ponerse a pensar.
Recientemente, escuché en la Facultad de Medicina una conferencia de un médico que parece creer que alguien seropositivo no debe tener relaciones sexuales, ni siquiera con condón, apoyándose en argumentos espurios contra el condón. Y se trata de un médico que atiende cotidianamente a pacientes con VIH/sida. Yo prefiero que la persona sea más honesta, y que diga ``El uso del condón es un pecado'', en lugar de inventar argumentos dizque ecológicos, dizque científicos. Lo que ese médico está haciendo es imponer una moralidad individual a partir de argumentos a menudo grotescos.
¿De qué manera se evita caer en la trampa del
juicio moralista al abordar el tema del sida?
No se puede hacer
mucho contra alguien que es seropositivo y desea hacer el amor sin
condón; sin embargo, sí se puede abordar el problema de otra
manera. En Estados Unidos, en una clínica médica excelente, a la gente
seropositiva se le brinda el mejor tratamiento médico posible, todos
los estudios clínicos son gratis, con una sola condición: que lleguen
con su pareja a la clínica. Si en México se optara por una alternativa
parecida, en lugar de andar moralizando, las cosas serían un poco
diferentes.
Existe también la tentación de penalizar.
Es difícil saber qué tipo de delito sería tener relaciones desprotegidas sabiendo que eres seropositivo (¿intento de homicidio, asalto sexual?, hay muchas categorías). En Inglaterra esto no es nada claro. Pero también el recurso a la ley en estos casos suele ser improductivo. Se procede siempre cuando el daño ya está hecho; nunca tienen estas medidas un efecto preventivo. Sólo te dan la gran satisfacción de poder castigar de manera muy estúpida.
Se piensa sin embargo que se está protegiendo a la sociedad al segregar al elemento nocivo.
En Estados Unidos, las restricciones contra seropositivos extranjeros tienen la virtud de dar la impresión de que el gobierno hace algo contra la epidemia, pero en realidad no está haciendo nada, excepto encubrir la incapacidad del gobierno de educar a sus propios ciudadanos acerca de sus conductas. Es mucho más fácil moralizar, mucho más dramático, y más atractivo para la prensa amarillista.
En esa mecánica de culpabilizaciones, ¿cómo funciona la famosa categoría de ``víctimas inocentes''?
Tienes primero la creencia de que este bicho no es un producto de la naturaleza, y escoges: es un castigo de Dios o la culpa de los norteamericanos en algún laboratorio. Si crees que es un castigo de Dios, y supones que tu Dios es alguien muy inteligente, luego descubres que los afectados no sólo son, como creías, los ``maricones'', sino también las mujeres y, peor aún, los bebés. Tienes ahí un problema: ¿Que pasó con tu Dios tan inteligente? Te inventas entonces la categoría de víctima inocente. Aun cuando como moralista quieras matar a los ``maricones'', a las putas, los drogadictos, los haitianos, los extranjeros, te niegas a matar a un pequeño bebé, y lo conviertes en víctima inocente. El concepto es muy pernicioso. Si lo que quieres y verdaderamente te interesa es hacer de un seropositivo o un enfermo un síntoma de pecado, de culpabilidad, entonces necesitas el concepto de víctima inocente para poder reforzar la condena a los culpables. No piensas tanto en la salud del bebé como en la necesidad de justificar el odio hacia las gentes cuyas conductas te parecen condenables, y el bebé te permite hacerlo con mayor facilidad. Cuando alguien utiliza esa categoría en mi presencia, estoy seguro de estar hablando con alguien a quien le encanta la idea de que los homosexuales mueran. Y no importa que esta gente diga luego que ama a la gente que sufre con una enfermedad --estoy citando al Papa--, o incluso a los homosexuales que padecen la epidemia, en el fondo es un placer ver al pecador recibir su castigo merecido.
En la introducción de tu libro, señalas la manera en que el sida ha cuestionado la relación tradicional entre médicos y pacientes. ¿Cómo se podría remediar la falta de formación ética de muchos médicos?
En Estados Unidos el sida sí ha logrado cambiar dicha relación, y si hemos de ser justos hay que reconocer la contribución de muchos médicos que apoyaron ese cambio. Lo que debe cambiar es la actitud pasiva de los pacientes, quienes ya deben comenzar a indignarse. Con frecuencia, la organización sociopolítica te quita la capacidad y la posibilidad de indignación. Los pacientes deben indignarse y no sentir que el gobierno y la sociedad está haciéndoles un favor; y no sólo pacientes con sida, sino también con cáncer, y con tratamientos muy caros que no están incluidos en el cuadro básico de medicamentos. Ellos deben indignarse frente a médicos que se creen dioses.
¿Cómo se prepara un médico para hacer frente a los dilemas éticos que le plantea la atención de un paciente en fase terminal?
En la educación médica en México hay enormes carencias; una de ellas, casi universal, es la falta de ética médica. Los únicos lugares donde realmente se enseña ética médica a estudiantes de medicina son las universidades particulares ultracatólicas. Comúnmente no se prepara al médico joven para su primer caso con un paciente, porque él ya no puede hacer nada. Es una experiencia muy fuerte, crucial para muchos médicos.
¿Frente a médicos que se niegan a atender a pacientes con sida, estaría de acuerdo en obligarlos legalmente a hacerlo, como sucede en Inglaterra?
La respuesta fácil sería sí, estoy a favor de obligarlos, pero tengo miedo de imaginar cómo va a tratar a un paciente con sida un médico obligado a hacerlo; aunque, por otra parte, si no hay otra alternativa, y si él es el único infectólogo, digamos, en una ciudad pequeña, entonces sí hay que obligarlo. Cuando los médicos se niegan a tratar a un paciente con VIH o con sida, los argumentos para justificarse son espurios. Dicen que el mal del paciente es una consecuencia de su propia conducta. Sin embargo, a mí me tratan mi cáncer de pulmón y mi hígado destrozado. Son inconsecuentes. Lo que en realidad no quieren es tratar a pacientes homosexuales.
¿Con el sida no sólo se da una batalla epidemiológica, sino también un combate en términos de valores?
Existe un fenómeno fascinante: la fe en la ciencia. Según esa fe, no tenemos porque preocuparnos, ya que en un años, tres años, diez años, la ciencia va a encontrar el tratamiento definitivo. En la historia de la medicina, la ciencia ha logrado resultados que podrían eliminar tantas enfermedades, pero sólo una ha desaparecido: la viruela. La tuberculosis se podría eliminar; la lepra es totalmente tratable. Luc Montagnier podría mañana encontrar la cura para el sida. Pero una solución efectiva requiere algo más que un argumento científico; es preciso abordar la cuestión social, hablar de política, y, naturalmente, de ética.
¿Sabe usted, señor Castillo Peraza, cuántos guantes de látex se utilizan diariamente en nuestro país? ¿Ha investigado qué les sucede a esos desechos hospitalarios después de su utilización en cirugías y procedimientos de auscultación? ¿Por tener un destino tan infame debería desalentarse su utilización?
El utilizar esos objetos es obligatorio, por lo menos según las normas oficiales sobre higiene vigentes en nuestro país. Los mencionados guantes salvan miles de vidas. Los condones también. Aunque no lo quiera creer usted, señor candidato.
Si su texto no fuera tan ridículo, sería inadmisiblemente trágico. Para su conocimiento, señor Peraza, los condones no son sólo un producto comercializable y de uso suntuario como lo alega su ignorancia y sexofobia.
En mi caso son asunto de vida o muerte: tengo el virus del sida en mi sangre y semen desde hace ocho años, soy casado y mi esposa es seronegativa. Decenas de veces he tenido prácticas sexuales protegidas y ella sigue manteniendo su salud integral. Esa bolsita de látex (más biodegradable que el colorante artificial del papel sanitario que usted y casi todos los mexicanos utilizamos a diario) me auxilia para no reinfectarme con otros bichitos oportunistas y fatales.
Si usted puede prescindir del condón porque se cree ajeno al ominoso signo del VIH, yo no. Tengo la emperrada pero feliz costumbre de amar y ser amado. Con TODO lo que ello implica. ¿Entiende usted esto?
P.D. Suelo tirar los condones bien anudados al bote de basura, donde no le harán daño a nadie. Nunca se desechan en el drenaje, señor candidato, porque se puede tapar y entonces sí tendríamos graves broncas ecológicas. Y pase la voz.