Carlos Bonfil
Ferreri: utilidad de la provocación

A dos días de cumplir sesenta y nueve años, el 9 de mayo falleció en París, víctima de un paro cardiaco, el realizador italiano Marco Ferreri. A los veinticinco años, luego de abandonar la carrera de veterinario, el joven milanés Ferreri se dedica al periodismo cinematográfico y publica la revista Documento mensile, donde colaboran Moravia, Visconti, y Antonioni, y a la realización de cortos publicitarios; participa igualmente en la producción de los seis episodios de la célebre Amor en la ciudad (52) dirigidos por Fellini, Lattuada, Lizzani, Antonioni, Mesalli y Dino Risi. Su encuentro con el guionista español Rafael Azcona lo lleva a filmar en España, entre 1958 y 1961, tres primeras películas en las que se manifiesta la singularidad de su humor corrosivo. El pisito, Los Chicos, y El cochecito. Los chicos, secuestrada en su momento por las autoridades franquistas, es una cinta muy poco conocida que tiene un parentesco temático con La noche brava (59) de Bolognini (guión de Pasolini). Su obra más notable de esa época es naturalmente El cochecito, fábula negra sobre la vejez, el optimismo vencido y la discapacitación física.

Ya de regreso en Italia, y a lo largo de los años sesenta, Ferreri precisa sus obsesiones temáticas, su gusto por el absurdo, la sátira de las costumbres e instituciones burguesas (en primer término, el matrimonio), y su comprensión personalísima de las influencias del cine negro norteamericano. En El lecho conyugal (63), surge una de las primeras metáforas ferrerianas: la vinculación del amor y el comportamiento animal: Marina Vlady, la ``abeja reina'', somete al zángano Ugo Tognazzi; un año después, Annie Girardot será en La pasión más extraña del mundo, la mujer barbuda o mujer simio, gran atracción en las ferias y sustento económico de Tognazzi, nuevamente en papel de zángano. Sine mbargo, la obra maestra de Ferreri de esta década es Dillinger ha muerto (68), insólito itinerario de la oliberación de un hombre a través de un acto gratuito (el asesinato de su esposa), con la aparición de un tema que en lo sucesivo será capital: la comida como ritual que precede al hartazgo existencial y a la muerte.

En los setenta Ferreri se convierte, sin proponerselo, en uno de los símbolos culturales más destacados de la revuelta política y sexual en Europa. Su temática se enriquece e incluye reflexiones corrosivas sobre la condición femenina(Liza o La perra, 71), el crepúsculo del ideal machista (La última mujer, 76), y el colapso moral de la civilización contemporánea (La gran comilona, 73; Adios macho, 78). Al tiempo que celebra el hedonismo Äactitud constante en su cineÄ en el humor extravagante de películas como No tocar a la mujer blanca o Pido asilo, el realizador italiano también ofrece imágenes de exasperación dramática (la automutilación fálica de Gérard Depardieu en La última mujer), la irrepetible bacanal sexoculinaria de La gran comilona, o la intuición apocalíptica en el desenlace de Adiós macho.

La obra de Ferreri suscita polémicas, rechazos encendidos, adhesiones inesperadas. En los ochenta irrita a las feministas, pero también cautiva a quienes saben descifrar en La historia de Piera o en El futuro es mujer una radiografía social compleja, desilusionada, construida a partir del tema de la mujer moderna. ¿Qué otro cineasta célebre se atreve a abordar con desenfado el cinismo de un escritor como Charles Bukowski, y a adaptar de manera original su libro Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones y otros cuentos de la locura ordinaria? ¿Qué discurso más eficaz que la exhibición frontal del sexismo ordinario, sin eufemismos ni precauciones de corrección política? En Cuentos de la locura ordinaria Bukowski y sus provocaciones verbales (``La mujer es como la cerveza; se le destapa, se le bebe y se le orina'') pasan a la pantalla transfiguradas en imágenes de decadencia sexista. Con su presencia ambigua y provocadora, Ornella Muti neutraliza la fanfarronería y la procacidad viril, señala su naturaleza obsoleta, y repite, con Ferreri, que el futuro es mujer. Otra cinta de los ochenta, muy poco conocida en México, es Yo te amo, inquietante fantasía estelarizada por Christophe Lambert en la que el personaje termina insensible al contacto real con una mujer; su respuesta erótica se reduce al culto fetichista que le rinde a un llavero con forma de mujer desnuda, boquiabierta, reducción de una muñeca inflable; al silbido obsesivo del personaje, la mujer-llavero responde cada vez con el mismo ``I love you''. Entre las cintas posteriores destacan: ¡Que rico saben los blancos! (88), delirante sátira de la filantropia europea en Africa. La casa de la sonrisa (90), mirada irónica sobre el trato que la sociedad reserva a la tercera edad, La carne (91) y su última realización, Nitrato de plata (96).

Ferreri es, como Luis Buñuel, un genial perturbador de los sentimientos nobles y un agudo observador de la sociedad patriarcal, a la que extiende, a su manera, un certificado de defunción. En una época en que dominan el conservadurismo político y la demagogia sentimental, su muerte representa la pérdida de un espíritu inconformista y de una invaluable actitud irreverente. Ferreri solía decir: ``Los provocadores como yo pueden ser útiles''.