José Cueli
La historia del ojo

``Granero, cuando toreas en la plaza de Madrid te dicen las madrileñas ¡Granero, te vas a morir!''

El siete de mayo se cumplieron 75 años de la muerte de Manuel Granero en la plaza de Madrid. Fue en la cuarta corrida de abono, con tres toros de Albaserrada y tres del Duque de Veragua, que lidiaría en la compañía de Juan Luis de la Rosa y Marcial Lalanda. La plaza estaba completamente llena y hacía un sol magnífico que había de colorear la tragedia del torero creador del pase de la firma.

Granero vestía de negro y oro, y el quinto toro que le tocó en suerte se llamaba Pocapena, y traía en los afilados pitones la muerte. Cárdeno, bragado, burriciego y manso, buscaba las tablas.

En ese terreno inició la faena Granero, y cuando el burel lo empitonó y lo clavó contra el burladero, le destrozó la cabeza, en cornada que le entró por la cavidad orbitraria y le dejó colgando el ojo derecho. El valiente diestro moría minutos después en la enfermería. Las mujeres cantaban a los pocos días la célebre coplilla con la que inicié esta crónica.

George Bataille, el escritor y filósofo francés del erotismo, le dedicó uno de sus más célebres libros, La muerte y lo que sobra, basado en ese episodio. La historia del ojo, que es con mucho una de las joyas de la literatura erótica --traducido espléndidamente por Margo Glantz-- y de la que entresaco algunos pasajes.

``Acaba de cumplir veinte años y ya era muy popular: bello, grande y de una simpleza todavía infantil. Simona se había interesado vivamente en él, y excepcionalmente manifestó un verdadero placer cuando Sir Edmond anunció que el célebre matador había aceptado cenar con nosotros después de la corrida''.

``Granero se diferenciaba de los otros matadores en que no tenía aspecto de carnicero, si no de príncipe encantador, muy viril y de perfecta esbeltez. Su traje de torero destacaba la línea recta erguida y tiesa como un chorro cada vez que el toro arremetía junto al cuerpo y porque además le modelaba exactamente el culo''.

``Habría que añadir el tórrido cielo, particular de España, que no es en absoluto coloreado y duro como se imagina: apenas perfectamente solar, con luminosidad brillante, blando, caliente y turbio, a veces irreal, a fuerza de sugerir la libertad de los sentidos, debido a la intensidad de la luz aunada al calor''. Esa irrealidad solar que ligó lo sucedido al torero valenciano que se decía sucedería a Joselito, muerto dos años antes en la plaza de Talavera de la Reina, un 16 de mayo.

Pero el destino le tenía preparada la muerte que le anunció una bruja. ``Granero despertó. El grito de terror inmenso en la plaza coincidía con el orgasmo de Simona que, levantándose del asiento, era lanzada contra la baldosa, boca arriba, sangrando por la nariz y bajo un sol que la enceguecía''.

``Granero, cuando toreas
en la plaza de Madrid
te dicen las madrileñas
¡Granero, te vas a morir!''

Setenta y cinco años después, dos mexicanos, El Zotoluco y Armillita, partieron plaza en la monumental de Las Ventas, madrileña, y no se murieron, pero tampoco triunfaron, ni nadie les cantó coplillas.

Bataille G., La historia del ojo, Premia Editor, Méx., 1981.

Cosío J.M., Los toros II, Espasa Calpe, Madrid, 1968.