En esa especie de cajón de sastre que es nuestra cartelera teatral, van siendo necesarios algunos deslindes, el más importante de los cuales resulta de entender qué es el teatro comercial y que es el teatro propositivo, el que nace de la necesidad de compartir con los espectadores ideas, convicciones y sentimientos --una visión de la vida-- entrañables para el autor y los demás responsables de una escenificación. Esto último lo tienen muy presente los teatristas más talentosos de la nueva generación, como sería el caso de la autora y directora Carmina Narro, quien en un par de obras explora la relación de los muy jóvenes con un hombre adulto que de alguna manera se convierte en vértice hacia el que confluyen los intereses de aquéllos. Si en Credencial de escritor el conflicto se establecía a partir del poder --el dominio del profesor hacia sus discípulos, que superaba con mucho la competición por una beca-- en Ay, mi vida, qué tragedia es la pugna por el amor de Santiago que entablan su hija y su amante joven la que da pie a esta historia de final abierto, construida dentro del más estricto realismo y con una más que inteligente mirada hacia sus caracteres.
Cada una de las dos muchachas requiere una clase de amor diferente por parte del hombre, pero también cada una desea ser la única e indispensable en su vida, de allí la rivalidad --en una historia cuya vulgar cotidianidad hace resaltar no sólo lo cruel de la situación, sino la dificultad de las relaciones humanas-- de estas dos jóvenes, muy diferentes entre sí aunque cercanas por la edad. A mi entender, es el personaje de Fernanda el más logrado, porque matiza su antagonismo con una suerte de curiosidad no exenta de simpatía por Erika y lo que representa: no en balde ésta es modelo, con todo lo que eso entraña de sofisticación y belleza, lo que incide en la inseguridad esencial de la hija. Un acierto del texto es presentar a Erika con la misma inseguridad respecto al amor de Santiago y a éste como propiciador inocente --aunque egoísta-- de esa rivalidad en la que no existen culpables. Narro dirige con gran soltura su texto y logra un muy buen desempeño del conocido actor Néstor Galván y las incipientes actrices Laura Hidalgo y Norma Gris: esta vez Carmina cuenta con una escenografía que se debe al arquitecto j.j. gurrolaiturriaga, como se firma en la actualidad el viejo lobo del teatro, Juan José Gurrola.
En el otro extremo estaría ese otro gran teatro comercial, con todo el boato de Broadway que ejemplifica muy bien La Bella y la Bestia, despliegue de técnica y disciplina, con actores que cantan bien y bailan bien, con magia, canciones tarareables y un cierto encanto. Si bien corresponde al tipo de teatro que inhibe la creatividad de los teatristas nacionales, ya que se representa con la fórmula bien probada desde su estreno neoyorkino, hay que reconocer que no es otra la apuesta de OCESA, la empresa mexicana que la trajo a un multimillonario costo en dólares. Lo que quiero decir es que el producto que ofrecen tiene todos los requisitos de calidad: se trata de un muy honesto teatro comercial por parte de arriesgados empresarios jóvenes quienes, por otra parte, tienen previsto apoyar a El Foro Teatro Contemporáneo, que dirige Ludwig Margules en el proyecto por el cual se le otorgó en comodato el Julio Prieto del IMSS. OCESA, así, cubrirá lo mismo --y a reserva de otros planes que tenga-- el deslumbrante musical de Broadway que el teatro propositivo y de arte, todo lo cual resulta muy bienvenido, aunque algunos hubiéramos preferido que todo el esplendor contemplado correspondiera a uno de esos musicales menos ñoños que la versión Disney del viejo relato de la señora de Beaumont.
Entre ambos extremos, el teatro de autor y el más fastuoso teatro comercial, existe toda una gama de escenificaciones que apenas resisten algún análisis. Tal sería el caso de Mónica y el profesor, inepta comedia escrita por Nacho Méndez, que se presentó con un recurso de fuerte sabor mercadotécnico, como es el de haberse estrenado en tres teatros diferentes con diversos repartos para establecer un récord Guiness. Aunque la triple y simultánea dirección de Héctor Bonilla es eficaz y merecía mejor suerte, la comedieta es insulsa, a pesar de que se apuntala en el gag sexual y a pesar de los discursos seudo sociales del profesor, soltados al porque sí, metidos con calzador, más de mala conciencia que de convicción real. Lo sorpresivo es que la UAM preste la Casa de la Paz como uno de los tres escenarios, con lo que se invalida la idea general de lo que es el teatro universitario y se bordee --por decir lo menos-- el más chato teatro comercial