En su gira por Coahuila, Ernesto Zedillo lanzó un ataque inusual a quienes criticaron hace dos años su política económica, acusándolos de deshonestidad intelectual. Según él, esos críticos se dividen en dos grupos. En el primero están aquéllos que prefieren no hablar de economía ni recordar las propuestas que hacían, porque el gobierno ya superó la ``emergencia'' económica. En el segundo están los que ahora reconocen que la política oficial fue la acertada. En síntesis, dijo el Presidente que la crítica se evaporó tras el éxito obtenido en materia de crecimiento, empleo, inflación, estabilidad financiera y auge exportador.
El Presidente tiene razón al reclamar honestidad intelectual, sólo que el discurso del poder debiera ser el primero en practicar lo que predica. Por ejemplo, no basta con hablar de un crecimiento económico promedio. El ejercicio de honestidad intelectual que reclama el señor Zedillo exige señalar que el crecimiento no es parejo y que el mercado doméstico sigue deprimido. Y cuando el Presidente exclama que se han recuperado los empleos perdidos durante la crisis, debiera decir ipso facto que el punto de comparación no debe ser el nivel más bajo de la crisis, sino el déficit de empleos que ahora tenemos acumulado. Las cifras que el Presidente presenta son a todas luces insuficientes. Además, el número de empleos mal remunerados ha aumentado: cuatro de cada diez nuevos empleos en México son generados por la industria maquiladora, en donde en promedio el salario mensual es de sólo 1.5 salarios mínimos. Según el INEGI, la proporción de la población económicamente activa que estaba desocupada o ganaba menos del salario mínimo pasó de 16.2 por ciento en 1995 a 17.2 por ciento en 1996. El 47 por ciento de la PEA gana hasta dos salarios mínimos, suma insuficiente para adquirir los componentes de la canasta básica. Las tendencias negativas del modelo neoliberal no se han revertido. Por el contrario, la política de contención salarial forma parte medular del proyecto neoliberal, pero de esto no quiere hablar el discurso oficial.
Hablar de estabilidad financiera, como lo hace el Presidente, requiere reconocer que continuará la tensión por temor a nuevos aumentos en la tasa de interés en Estados Unidos y que las reservas netas del Banco de México son apenas 12 mil mdd (equivalen a sólo un mes y medio de importaciones). Es decir, después de dos años de ajuste sin paralelo, las reservas netas son insuficientes y podrían esfumarse en unos días. La banca no se ha recuperado y seguirá en un estado letárgico por el resto del sexenio. La cartera vencida se duplicó y alcanzó los 90,690 mdp en marzo pasado. El programa de rescate bancario ya absorbió recursos fiscales por 154 mil millones de pesos (aproximadamente 8 por ciento del PIB) para limpiar las hojas de contabilidad de los bancos, pero no se ha construido un sistema bancario saludable. La política monetaria pasiva no ayuda nada en este ámbito. La economía mexicana es, por éstas y otras razones, no una economía en recuperación, sino una de las más distorsionadas del mundo.
El auge exportador ocupa un lugar privilegiado en el discurso oficial, pero la honestidad intelectual exige hablar del saldo de la balanza comercial. El saldo positivo se logró por medio de la contracción de 1995, pero con algo de crecimiento, aún modesto, reaparecen las tendencias de 1990-91. Por eso el superávit comercial se está reduciendo, se debe en su totalidad al desempeño de las maquiladoras y no es, ni será, suficiente para superar la restricción externa. El saldo negativo en la cuenta corriente envía hoy las mismas señales de 1991-1992. La vulnerabilidad financiera reaparecerá al mantenerse la dependencia del flujo de capitales de corto plazo. Los intereses sobre la deuda pública externa siguen siendo una carga insoportable. Los ingresos de las exportaciones petroleras, en volumen en su punto más alto desde 1985, se destinan íntegramente al pago de intereses. El refinanciamiento de la deuda externa no resolvió estos problemas, sólo se los hereda al próximo sexenio.
Al igual que hace dos años, existen estrategias alternativas de política económica para México. La honestidad intelectual requiere abrir un debate serio sobre sus alcances, en lugar de descalificarlas con el falso argumento de que son más onerosas que la política oficial. La estrategia del gobierno sólo busca enfrentar las inconsistencias del modelo neoliberal con retórica y medidas de corto plazo. Es necesario ir más lejos. Hoy, como hace dos años, la honestidad intelectual implica reconocer que se necesita una buena estrategia.