La pasada visita de William Clinton a México no hizo más que ratificar la estrategia estadounidense de promoción y expansión de los esquemas de integración liderados por Washington. Son dos las premisas básicas de dicha estrategia: i) el TLCAN, a pesar de su corta edad, funciona porque abate barreras y crea comercio; ii) todo lo que suceda fuera del área comercial no incumbe a la integración, sean estos problemas de migración, narcotráfico, financieros o de otro tipo.
El interés que está detrás de la estrategia de bajo perfil seguida por la Casa Blanca es minimizar los costos que tanto Estados Unidos como México han tenido que pagar para adaptar la economía mexicana en un entorno de apertura e integración. De ahí que alumbrar los resultados que en materia comercial se han alcanzado en los últimos tres años resulte la estrategia idónea para relativizar dichos costos.
El comercio bilateral se ha incrementado, tal y como orgullosamente lo recalcó Ernesto Zedillo a su homólogo estadounidense, en más de 60 por ciento desde que el TLCAN entró en operación. Cabe recordar, sin embargo, que son dos los rubros donde las exportaciones mexicana hacia el norte han conocido un desempeño espectacular: textil y ropa y sector automotriz. Resulta difícil afirmar que el boom en las exportaciones textiles se deba a la eliminación de cuotas que el TLCAN abatió. El rápido crecimiento se podría deber más al impacto que la macrodevaluación de 1994-1995 tuvo sobre los costos de producción en un sector en que el uso de mano de obra poco calificada y barata es clave, sobre todo en el subsector de la confección, fuertemente dominado por la maquila.
Por lo que toca a las exportaciones automotrices, a nadie escapa que este sector está manejado, casi en su totalidad, por empresas multinacionales. Esto ha hecho que prácticamente el intercambio en esta rama esté dominado por el comercio intrafirma, es decir, por ventas que las filiales estadounidenses en México realizan con las compañías matrices ubicadas al norte del Río Bravo. El desempeño favorable en las exportaciones de este sector se inició además desde mediados de los ochenta, como producto de una restructuración de las armadoras automotrices para hacer frente a la contracción del mercado mexicano. Dado que sus intercambios obedecen a una lógica de producción regional, el auge en este sector ha estado poco relacionado al abatimiento de barreras comerciales. Se debe más bien a la supresión de las restricciones en materia de inversión, de requerimientos de ``contenido nacional'' y de requisitos de desempeño en la balanza de pagos, que el TLCAN ha hecho irreversible.
Por último, las exportaciones de crudo todavía constituyen, por sí solas, 9 por ciento de las exportaciones mexicanas a Estados Unidos, y son la garantía más sólida que aún tiene el gobierno mexicano para garantizar sus elevados compromisos financieros con la banca internacional, tal y como la ``salida'' a la crisis de 1994 lo demostró. El comportamiento de dichas exportaciones es completamente ajeno al abatimiento de barreras comerciales y seguirá ligado a la capacidad de producción de Pemex, por un lado, y a las presiones que el servicio de la deuda externa imponga al gobierno mexicano, por el otro.
Consecuentemente, insistir en que el éxito del TLCAN radica en el desempeño comercial de los países involucrados, tal y como el consenso Clinton-Zedillo no los quiere hacer ver, requiere de más de un matiz. Un mensaje de esta naturaleza busca aislar los éxitos relativos de la apertura comercial con los costos generados por la apertura financiera, sin duda otro de los objetivos que el TLCAN ha hecho irreversibles. Nadie duda que la apertura financiera ha logrado compensar la escasez de ahorro interno en México, así como superar el cuello de botella del servicio de la deuda externa. Pero esto ha implicado prácticamente la ``carterización'' de los recursos financieros en México, cuya lógica obedece a las estrategias de inversión de la banca globalizada. Esto ha hecho del ``riesgo cambiario'' una variable no sólo dependiente del calendario político mexicano sino también de las estrategias especulativas de la banca internacional. Al respecto, el consenso Clinton-Zedillo guarda silencio. Quizás porque exigir una estrategia trilateral que busque atacar la vulnerabilidad financiera de México constituye un obstáculo para Clinton en el Capitolio, donde tendrá que negociar el fast track para proseguir con su estrategia de promoción del TLCAN apostando a las veleidades del ``libre comercio''.