Arnoldo Kraus
El peligro de las palabras

Si hubiese cómo medir el nivel de intolerancia, tanto a nivel mundial como en México, es probable que la conclusión fuese que vivimos el acmé de la peor enfermedad de la humanidad. Tanto en los países civilizados como en nuestro medio, sobran ejemplos. Ni amanecen por serendipia grupos guerrilleros, ni se asesinan médicos gratuitamente en Estados Unidos --en el nombre de la humanidad-- por haber practicado abortos. Tampoco es por azar el resurgimiento del neonazismo en Europa ni espontáneas las luchas intertribales en algunas regiones de Africa. Lo mismo puede decirse de los vapuleados trabajadores mexicanos que emigran hacia el Norte. Los campos de concentración de Sarajevo, la estigmatización de homosexuales y enfermos de sida, y el maltrato que reciben turcos y rumanos en Alemania son, asimismo, manifestaciones del mismo mal. Imposible olvidar el desprecio hacia los indígenas en México o las matanzas de campesinos en Brasil y en nuestro estado de Guerrero. Tan largo es el enlistado como breve la síntesis: el mundo se encuentra ahogado en la intolerancia, asfixiado por los desencuentros.

No hay duda que las palabras preceden las vejaciones, la violencia y por supuesto los asesinatos. De las bocas de los líderes nacen las ideas y de sus seguidores las acciones. Del peso de la voz depende también odios y racismo. Finalizado el ejercicio entre Alfredo del Mazo y Cuauhtémoc Cárdenas me detengo en un pequeño párrafo para reflexionar acerca de la trascendencia de las palabras. Cito a Del Mazo del Perfil de La Jornada: ``Y quisiera dar lectura, es una revista Mira donde está expresado el pensamiento de una senadora del PRD que textualmente dice: Que Hitler debió acabar con todos los judíos, pues le parecen pocos los 6 millones que asesinó''.

El uso de la idea anterior --la frase es de Irma Serrano-- por el candidato del PRI para gobernar el DF puede interpretarse de diversas formas. Una posibilidad es la de amedrentar a las minorías para que no voten por el PRD. Otra, es que el PRI ondeé banderas en favor de la comunidad judía --y otros grupos similares-- para granjearse sus votos. Y, finalmente, para enfatizar que el grupo de Cárdenas está constituido por políticos intolerantes. Evidentemente, la referencia también engloba la deslucida tónica del encuentro: descalificar en lugar de construir, agredir en vez de ofrecer datos duros que definan cómo se reordenará nuestra ciudad. La otra cara, la respuesta imprescindible, quedó sin rostro: Cárdenas no respondió. Preocupa ad nauseam la noción de la senadora pues es muy fresca la sandez del presidente del PRD capitalino, Armando Quintero, cuando, para atacar al candidato del PAN mostró claras actitudes homófobicas. Es alarmante que los cuadros del PRD incluyan sectores racistas cuando buena parte de su ideario se orienta hacia caminos distintos. Aunque de Quintero ya se haya deslindado la dirigencia del PRD, sería prudente que Cárdenas se manifestase públicamente en relación a lo dicho por Irma Serrano.

El meollo del problema radica en usar laxamente frases peligrosas ante millones de televidentes. Al utilizar sentencias tan arteras y tan cercanas a un pasado inmediato y doloroso, Del Mazo cometió un error que se agravó por el mutismo de Cárdenas: el peso de las palabras quedó en el aire, suelto, a disposición de la interpretación y uso de los escuchas. Las reflexiones incompletas, inopinadas, suelen ser más peligrosas que las verdades más crudas. Así pasó en Armenia en 1914, en Alemania en 1933, y en el Sarajevo reciente. Sólo cuando llegaron las muertes se comprendió el peligro de las palabras.

Voltaire tenía razón al afirmar que la tolerancia empieza al aceptar la intolerancia. Sin embargo, las discusiones públicas, sobre todo en este tipo de debates, deberían estar matizadas por la ética. Asimismo, la comunicación de ideas e inquietudes del candidato priísta deberían primero haber sopesado si oraciones como la aludida construyen o generan malestar. Así como es dudoso que el PRI se beneficie explotando este tipo de aberraciones es, execrable, que el PRD dé cabida a la intolerancia.