Jorge Alberto Manrique
Felguérez en Monterrey

Para presentar en la Casa de la Cultura y en Arcanos el libro, Diez y va un siglo, testimonio de los diez años que lleva --acogida por el Museo Universitario del Chopo-- la Semana Cultural Lésbica-Gay y la exposición erótica que, con fama internacional ha venido realizándose ahí (250 ilustraciones de las obras expuestas y 20 textos diferentes) fuimos a Monterrey, José María Covarrubias, Carlos Bonfil, David Torres y quien esto escribe, atendidos por el Colectivo Nancy Cárdenas. Parece que a pesar de todo en la ciudad reinera las cosas tienden a cambiar un tanto en cuanto a tolerancia, interés legítimo y solidaridad.

Así, pude ver la bienal del Museo de Monterrey y el premio Marco, ambas sin duda importantes exposiciones. Y la de Manuel Felguérez, en el Marco, titulada El límite de una secuencia.

Después de su retrospectiva Cuatro décadas, que tuvo lugar en 1992 en el Centro Cultural San Angel y de la de 93 en la Casa Diego Rivera, en Guanajuato, que no vi, ésta es la mayor muestra de Felguérez. Es desde luego más grande que las anteriores: 24 obras de gran formato, siempre mayor de un 1.50 m y en algún caso (Tercero sueño) casi 6 metros, además de 13 esculturas casi todas de formatos muy respetables.

Confieso que había perdido un poco el paso a la obra más reciente de Felguérez y no había visto buena parte de ella.

La exposición abre con un retablo que contiene pequeñas piezas desde los años cincuenta, carteles de algunas de sus más importantes exposiciones individuales, y fotos que recorren su biografía desde aquellas de scout con su cuate Jorge Ibargüengoitia, la constante cercanía con Meche, hasta donde ya estamos más amorcillados. Un poco una idea, me imagino, del curador Miguel Cervantes para situar un tanto al artista y el largo y complejo discurso de su obra interior, que ciertamente funciona.

Felguérez lleva 20 años de un contacto y trato directo con el público de Monterrey. No es un desconocido, pues ha realizado allá obra pública importante en calles y plazas y en el Centro Alfa y su obra se encuentra en importantes colecciones reineras.

La exposición, inaugurada el pasado enero, tiene algunas obras de 1963 y 64, pero se centra en 1965 y en 66. Permite sí, ver una secuencia muy abierta de sus años recientes, de lecturas diversas y de diversos ``tonos'', a veces más a lo lúdico, otras más a lo tenso. Confieso que el título no es claro ni me ayuda el texto de Juan Villoro en el catálogo. ¿Se trata de aquel sistema de formas inventado por él desde La superficie imaginaría y El espacio múltiple en los setenta y principios de los ochenta, aquellos tiempos de su quehacer estricto y riguroso, geométrico a ultranza (aunque siempre ``sentido'') del cual conservó trazas importantes en su obra de hace 10 o 12 años y se va perdiendo casi totalmente en la actual? ¿Es esa la secuencia que termina? ¿O es la otra, la de su actual vuelta de tuerca en clave lírica? Y entonces, ¿terminaría cómo y cómo se sabe?

El riesgo hace al pintor. La dimensión de Felguérez puede calibrarse en su continuo hurgar e inventar, hacer y deshacer. Proponer. No hay problemas que no se haya puesto enfrente, no hay medio que no haya probado, no hay certeza de la que no se haya desdicho. Y haciéndolo, ha seguido siendo el mismo Felguérez. Cuando salía de la etapa rigurosa yo hablé de un ``regreso'' en su obra, no en el sentido de ir hacia atrás (lo que no pasa en ningún artista de veras, ni siquiera en De Chirico) sino en el hecho de recuperar ciertas cualidades que adrede había subsumido a otros intereses.

En su intenso trabajo de estos últimos años, Felguérez entra y sale con facilidad asombrosa de estructuras formales y colorísticas como si tratara con una mujer querida y siempre deseada. Se acerca y hasta a veces se contamina de otros, siendo siempre él mismo. Lo hace con soltura y elegancia. Con una seguridad que sólo da su trabajo anterior. Su sobria paleta, que se mueve entre terracotas, ocres, negros y blancos no desdeña, como en el formidable tríptico del Tercero sueño, enriquecerse de carmines o dar acceso a la brillante luminosidad de El rito de las estrellas o Coetlicue II. El sabio manejo de las transparencias, el trazo decantado, entran en contubernio lúdico con el chorreado. Y en las esculturas recupera el bronce, el mármol, la piedra (una sola versión del Arco del día es en plaza de fierro pintado) para alcanzar un sentido de objeto rotundo, capaz de mantenerse por sí mismo en el mundo de los objetos, pero él mismo existente por una inevitable carga lírica.

``Fiesta'' es la palabra que pienso para tener una imagen de la obra actual de Manuel Felguérez.