León Bendesky
Tolerancia, tema de campaña

El tema de la intolerancia religiosa y del antisemitismo fue llevado al debate político por Alfredo del Mazo en el programa televisivo que realizó con Cuauhtémoc Cárdenas el pasado 25 de mayo. No es común que estos asuntos se ventilen abiertamente entre los políticos mexicanos, y sorprende que Del Mazo haya optado por hacerlo en el marco de su campaña para alcanzar el gobierno del Distrito Federal. La descalificación que con ello intentó hacer de su contrincante pone de manifiesto su falta de sensibilidad; ¿qué fantasmas quiere revivir y por qué en este momento? El asunto indica, también, la imposibilidad que tiene para asumir por completo su propia historia de gobierno y sobrellevar el descrédito de las políticas que avala con su candidatura.

El señalamiento de Del Mazo sobre la intolerancia religiosa del gobierno de Cárdenas en Michoacán, tal y como se desprendía de su cita de una iniciativa de ley en el campo de la educación, no fue siquiera suficientemente documentado, y el escenario no era el adecuado para hacerlo. Las referencias aisladas y superficiales a una cuestión tan esencial como es la de la libertad de creencias sólo debilita el argumento que quiso hacer; son como los cabezazos a las cejas de un fajador con pocos recursos técnicos en los puños, o más bien en este caso en las palabras, los argumentos y las propuestas políticas.

Además, estas provocaciones, que ciertamente van más allá del ámbito del debate electoral, crean fisuras innecesarias en la convivencia entre diversas creencias en este país que ha sabido mantenerlas y respetarlas después de experiencias muy traumáticas. La comunidad judía lleva asentada libremente en México mucho tiempo, y su primera escuela fue fundada hace más de siete décadas; hoy la inmensa mayoría de este grupo es nacida aquí.

Como cálculo político para ganar el voto de la comunidad judía, si es que ese era su objetivo, la estrategia de Del Mazo fue pésima, e indica su falta de visión y la incapacidad de su equipo de campaña. Como argumento de convencimiento para lograr el favor del voto, o como forma de crear temor es francamente irrespetuoso, política e intelectualmente. En primer lugar, como cualquier ciudadano de modo individual o incluso como parte de uno de los varios grupos comunitarios en México, incluyendo los que profesan la religión católica o cuyos miembros no provienen de la inmigración, los judíos harán uso de sus derechos ciudadanos el 6 de julio con base en las expectativas que tengan sobre el país, de la manera en que juzguen la posibilidad de mejorar sus oportunidades y de las condiciones de su vida cotidiana, lo que se podrá expresar, por cierto, en el voto por el PRI o por cualquiera de los otros partidos.

En segundo lugar, una revisión somera del censo de población, o una simple consulta telefónica, le hubiera dicho a Del Mazo y a su equipo de asesores que por su número, el voto judío es totalmente marginal y por lo tanto irrelevante en el resultado de la elección, que esperamos siga la práctica simple e invariable de: un ciudadano, un voto.

La verdad es que la acusación de intolerancia hecha por Del Mazo exigía de una respuesta enérgica y decisiva por parte de Cárdenas. Este no la dio en el curso del debate y tendría que hacerlo de manera pública y clara. El PRD tiene sus propia ropa sucia que lavar, como son las posturas de Armando Quintero o las estupideces de Irma Serrano.

En fin, que quede claro que en este caso mi apellido es una mera casualidad y que esto no lo escribo desde una perspectiva que supuestamente se derive de mi origen familiar. Mi posición se basa única pero firmemente en mis derechos ciudadanos, en que tengo mi cartilla de elector con fotografía y en el cumplimiento de mis obligaciones fiscales.