Hugo Bánzer, dictador de Bolivia entre 1971 y 1978, responsable entonces de violentas represiones contra estudiantes, obreros y campesinos, y cuyo entorno ministerial estuvo muy ligado al narcotráfico, posiblemente volverá a ceñirse la banda de presidente de la república boliviana en nombre de la democracia. Las transformaciones sociales y económicas en el país andino: privatización de las empresas estatales con sus consiguientes despidos, destrucción de la minería estatal, liberalización del comercio y destrucción de la pequeña y mediana industrias locales, aniquilamiento de la producción rural de alimentos, anulación de hecho de la reforma agraria, el vaciamiento consiguiente del altiplano y el desarrollo de la industria cocalera en el oriente tropical, donde se refugiaron los despedidos, han creado una Bolivia enteramente diferente a la nacida con la revolución nacionalista y la reforma agraria en 1952, que la dictadura de Bánzer ayudó a transformar en los años setenta y que sus sucesores enterraron definitivamente.
Al populismo conservador y derechista de Bánzer, que puede movilizar algunos sectores de las clases medias rurales y urbanas más acomodados, despolitizados por la demagogia de los ex aliados de Bánzer (Movimiento Nacionalista Revolucionario y Movimiento de Izquierda Revolucionaria) cuando ocuparon la presidencia, se une la falta de alternativa política y social resultante del gran debilitamiento de la Confederación Obrera Boliviana, cuyos gremios obreros urbanos tradicionales (fabriles, construcción, mineros) tienen ya escaso peso y cuya importante base campesina radicalizada está alejada de los centros de decisión. De este modo, una grave crisis social y económica no encuentra alternativa ni solución política y se expresa, electoralmente, entre las fuerzas tradicionales y los viejos y nuevos populismos que, en la época de la mundialización, resultan obsoletos y no pueden controlar nada. Es lógico, entonces, que en esta división interna entre los que siempre se repartieron el poder en Bolivia predomine ahora el partido del hombre que responde mejor a la necesidad de totalitarismo implícita en la política llamada neoliberal, que afecta a la vez la soberanía del país, planifica su economía desde el exterior, rebaja al máximo los salarios reales y destruye las leyes sociales, anula los espacios democráticos de decisión (sindicatos, Parlamento), concentra el aparato estatal, no en sus funciones asistenciales o educativas, sino en las represivas.
Bánzer, como Fujimori en Perú o como el gobierno argentino en Jujuy, para hablar sólo de las regiones fronterizas con Bolivia, no puede depender del consenso, sino de la represión de la ``cuestión social'', que se transforma en ``cuestión de seguridad'' y debe apoyarse en la alianza entre los grandes capitales (extranjeros y del narcotráfico) que muchas veces se presentan entremezclados como banqueros o inversionistas y siempre están unidos como guardianes del ``orden''.
El eventual retorno de Bánzer no se debe pues a la falta de memoria histórica en un país de gente joven, sino al debilitamiento profundo del Estado y de la democracia y al extrañamiento de la población de ese proceso formalmente ilegal, pero que entraña una expropiación política. La Bolivia productiva y social no está representada en la Bolivia política. De todos modos, el tener que resucitar un viejo dictador de 71 años siete veces derrotado después del enésimo fracaso del populismo y el indigenismo gubernamental del MNR (el vicepresidente saliente es indio, pero los indios no lo reconocen como tal) no es una prueba de fuerza, sino de extrema debilidad y plantea grandes incógnitas para el futuro.