Dicen que el hombre es el único animal que se tropieza dos veces con la misma piedra. Ya el candidato del PAN al gobierno del Distrito Federal había ensayado la línea de ataques personales, y sus preferencias en las encuestas se habían desplomado incluso en comparación con las de su propio partido.
En el debate que se dio entre los otros dos candidatos y a pesar de ese antecedente --para no invocar razones de civilidad y de cumplimiento de un acuerdo político--, fue ahora el candidato del PRI el que se lanzó por la línea del ataque personal. Claro, el resultado quedó a la vista en las encuestas publicadas al día siguiente.
A pesar de estos dos antecedentes, esos mismos partidos siguen centrando su ``campaña electoral'' en similares ataques. Acusaciones de haber cometido delitos que luego la Procuraduría aclara que no fueron tales, nuevas insistencias sobre las propiedades de un candidato, violentas acusaciones de promover la violencia, y demás.
En no pocos casos se recurre a ``anónimos'', como si no fuera transparente su origen luego de publicaciones como las del órgano oficial del PRI que se han reproducido en estas páginas. Quienes se siguen deslizando por esta línea de acción no se dan cuenta de que están dejando, precisamente a aquéllos a quienes atacan, la iniciativa política y el planteamiento de alternativas de solución a los problemas del DF. Creo que la carta de renuncia al Consejo de esa publicación por parte del candidato a senador por el PRI, Esteban Moctezuma, también debería mover a reflexión a quienes impulsan esa peculiar forma de entender la ``política''.
Todo esto no sería tanto problema si sólo viéramos el corto plazo: los lanzadores de lodo finalmente lo lanzan hacia arriba y cosechan lo que sembraron, por lo menos hasta donde las encuestas lo pueden indicar. El problema, si no se rectifica y si no se ve el daño que se está causando no sólo a los lanzadores sino al país, viene después.
En efecto, el que se rebaje el nivel político de las campañas electorales, y por lo mismo de la vida política del país, dificulta lo que venga después. De una u otra manera, el país saldrá de estas elecciones con tres fuerzas políticas comparables entre sí, y la construcción de una nueva gobernabilidad va a implicar acuerdos y compromisos entre esas fuerzas. La guerra de lodo no sólo hace más difíciles esos acuerdos, sino que rebaja el posible nivel político de los mismos.
Lo deseable es que el consenso al que se llegue incluya avances políticos y medidas económicas y sociales necesarias. Si no se debate, ante los electores, sobre las plataformas de los partidos al respecto, será más difícil lograr luego esos consensos. Existe la posibilidad de que los acuerdos se limiten a un reparto de posiciones políticas entre los partidos y, si sólo eso se acuerda, la gobernabilidad será frágil y quién sabe cuánto dure: recordemos que los acuerdos entre las fuerzas políticas que se dieron en diciembre de 1994 permitieron un cierto tiempo de convivencia civilizada entre distintos agrupamientos, que luego se fue desgastando y del que al cabo de dos años ya quedaba muy poco; y eso que hubo acuerdo de, por ejemplo, una nueva reforma electoral. Finalmente existe la posibilidad, nada deseable, de que no haya ahora tales acuerdos ni se construya ningún esquema de gobernabilidad.
Por interés propio y en interés del país, debería de suspenderse la campaña de ataques personales, y las campañas deberían centrarse en lo que nunca debió de dejar de ser el centro: el planteamiento de alternativas de solución y la discusión sobre estas alternativas.