La Jornada Semanal, 1 de junio de 1997
ENTREVISTA CON PAUL BOWLES
Paul Bowles llegó a México en 1937. Traía consigo una carta de recomendación de su maestro Aaron Copland para los músicos mexicanos y 15,000 etiquetas antitrotskistas con las que iniciaría su tortuoso romance con el Partido Comunista Mexicano. Encontró un México inmerso en los disturbios almazanistas, donde su admirado Revueltas vivía en condiciones deplorables y donde él padecería enfermedades, desavenencias, trabas burocráticas y aun acusaciones de espionaje. El novelista Ignacio Padilla viajó a Tánger para hablar con el autor de El cielo protector sobre su desencanto mexicano.
En su autobiografía es fácil reconocer la fecha de su llegada a México, pero no así la de su última visita. ¿Fue antes de la guerra?
-No, creo que la última vez fue en 1945, a Manzanillo. Más o menos, no lo recuerdo bien. Fue hace ya mucho tiempo. Y ahora estamos... no sé. ¿En qué año estamos?
-En 1997. Hace, entonces, más de medio siglo de su último viaje a México, quizás el cuarto o quinto de una serie que, a juzgar también por lo que usted escribe en Without stopping fue un tanto accidentada. A pesar de sus múltiples visitas a México puede decirse que, en comparación con çfrica, su literatura inspirada en México es escasa, ¿por qué?
-Es probable que fuera más el músico que el escritor quien llegó a México en 1937.
-De hecho, usted dedicó sus primeros meses a conocer a varios músicos mexicanos, especialmente a Revueltas, y la música folklórica...
-Sí, lamenté mucho la muerte de Revueltas. Pero había otros: Chávez, Covarrubias, Galindo, Contreras... Escribí un buen lote de piezas musicales no precisamente basadas en la música mexicana, pero en estas obras hay ciertamente una vaga idea de ella.
-Es curioso, pero estas piezas son francamente difíciles de conseguir en México.
-¿Quiere decir música impresa? También es difícil de conseguir en Europa, y es ciertamente más difícil conseguirla en çfrica. Pero mi música es por costumbre difícil de encontrar simplemente porque, por supuesto, es bastante mala. He oído que parte de esa música será grabada este año, en un sencillo, pero de todas formas es música. El año pasado grabaron también algunas piezas sobre Latinoamérica, sobre México, mi visión de la música mexicana. Asimismo se ha grabado recientemente algo en París.
-Otro asunto que menciona usted en Without stopping es que en México, por disciplina, usted comenzó a leer la literatura latinoamericana...
-Leía literatura mexicana y latinoamericana incluso antes de ir a México. Recuerdo especialmente Los de abajo, de Mariano Azuela... Y muchos años después leí esa novela realmente extraña que escribe un hombre muerto, Pedro Páramo.
-Además de Azuela, ¿había en ese entonces algunos otros autores latinoamericanos en su equipaje?
-Me gustaban mucho Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Creo que Bioy escribió un libro llamado Plan de evasión, excelente novela. Publicó muchas otras cosas después, pero a mí me gusta pensar en sus primeros dos libros: La invención de Morel y Plan de evasión. Luego se hizo demasiado... demasiado argentino. Y creo que sus primeros dos libros son más honestos.
-Estos autores suelen ser contrapuestos a una corriente de la literatura latinoamericana llamada realismo mágico, en la que, por cierto, algunos críticos estadunidenses han incluido también su obra. ¿Conoce usted el término?
-Nunca he entendido qué es eso del realismo mágico. Es como decir que algo es ``posmoderno'', no significa nada para mí, ni siquiera sé de dónde sacaron el término...
-Es bastante antiguo, una probable invención europea. En Latinoamérica, Alejo Carpentier fue el primero en introducir un concepto similar: lo real maravilloso, pero se usa ahora para etiquetar literatura exótica que al mismo tiempo no es propiamente cartesiana.
-Carpentier, claro. Lo he leído. Supongo que habrá inventado el término para describir su propia literatura. Yo no diría que mi narrativa es mágica. Si se trata de hechicería y esas cosas, el continente africano entero sería mágico. En çfrica del Norte hay varios tipos de magia. La hechicería puede hacerse dejando pequeños objetos en torno a la casa de una persona, con lo que se supone que cambiará su conducta. Pero eso también suele hacerlo la Iglesia católica con sus feligreses. Por lo general, bastaría darle a esos objetos la forma de las personas, eso es todo. Existe también el veneno, que algunas veces se agrega a los objetos o a la comida. Pero en realidad se trata de un proceso natural, que yo no consideraría magia.
-¿Encontró usted este tipo de magia en México?
-No tanto en México, creo que más en Guatemala. Tal vez en Chiapas, entre los lacandones. Aunque Chiapas se encuentra muy próximo a la naturaleza, es más guatemalteco que mexicano, parece más sudamericano.
-Ahora Chiapas ha llamado la atención internacional por el surgimiento de un grupo guerrillero.
-¿Ah sí? ¿Qué tipo de guerrilla?
-Eso es lo que todos quisiéramos saber. Lo único cierto es que tiene que ver, entre otras cosas, con la lucha contra el proverbial latifundismo de Chiapas. Supongo que hace sesenta años usted habrá notado lo mismo.
-Lo había, sí, aunque de alguna forma detrás del escenario. ¿Sigue igual? Es triste escucharlo. Lo que recuerdo de Chiapas es que era extremadamente alemana. ¡Dios mío! Estaba plagada de alemanes. Tenían todos los comercios, todas las tierras. Supongo que pretendían ganar todo el continente latinoamericano para ellos. Parecía que habían tomado ya Chiapas. Recuerdo que yo quería conocer el estado viniendo de Guatemala, aunque al principio sólo conseguí visitar Tapachula y los alrededores. Cuando quise regresar a Guatemala con los Tonny tuve un problema en la aduana, porque escribí en la solicitud del visado que no tenía ninguna religión. Me dijeron que debía conseguir las firmas de seis amigos que confirmaran mi honestidad. No fue difícil, fui al Partido Comunista y ellos me ayudaron a conseguir las firmas de los terratenientes, porque claro, allí todos eran grandes amigos, incluidos comunistas y católicos. De modo que tuve que decir que sí tenía fe, demostrar que tenía varios amigos en el credo católico aunque yo mismo no fuese particularmente religioso...
-Para usted regresar a Guatemala se había convertido en todo un reto.
-¡Por supuesto que fue un reto! Pero todos se mostraron bastante comprensivos...
-México y Guatemala parecen luchar por la paternidad, digamos, escenográfica de su novela Up Above the World, ¿En dónde ocurre exactamente?
-Al escribirla años más tarde aquí, en çfrica, no estaba pensando ni en México ni en Guatemala. Creo que se trataba de una locación abstracta. Como muchas de mis novelas, Up Above the World ha sido muy mal traducida. Incluso el título en español ayuda muy poco. Yo la había bautizado a partir de una canción infantil para referirme a la pareja que en ese país abstracto se la pasaba fumando marihuana en su propio país: el viaje.
-En esa novela es posible identificar la idea de un país fuera de la ley, caótico y casi se diría que psicotrópico, detrás del cual se oculta una especie de oscuro poder político. ¿Fue así como se sintió usted en México?
-Bueno, en parte, aunque no tanto como en Guatemala y El Salvador, probablemente. Y de ninguna manera tanto como en çfrica... Cuando uno llega a çfrica del Norte y vive aquí, es posible ver la nefasta influencia que ha tenido Inglaterra sobre la política local. Pero en México, en cierta ocasión, Jane y yo habíamos alquilado una cabaña. Una noche regresamos y escuchamos ruidos que venían de dentro y supimos que alguien estaba allí. Fuimos a buscar a un policía, lo llevamos a la casa, él entró. De pronto, oímos al policía decir: ``Hey, Pepe, ¿cómo estás? ¡Hace mucho que no te veía!'' ¡Eran amigos! Jane no podía creerlo. Aquello era un desastre, casi se podía ver al policía y al asaltante en amable coloquio. Un desastre.
-¿Y este tipo de absurdos siguió siendo atractivo para ustedes?
-¿Atractivo? No, al menos no creo que para Jane haya resultado atractivo. Algunos tipos de corrupción similares existen también en Estados Unidos, aunque nunca de una manera tan obvia. No creo que allá hubiese pasado algo así: reconocimiento y saludos de un policía y un asaltacasas. Claro que en Estados Unidos puede existir una relación entre las autoridades y el crimen... pero nunca serían tan obvios como para reconocerse y mostrarse contentos de encontrarse.
-¿Ocurriría este tipo de encuentro en Tánger?
-Por supuesto que ocurriría. Mucho peor que en México o Guatemala... La corrupción aquí se encuentra muy extendida. Todos aquí son corruptos y nadie es honrado. Nadie se esfuerza siquiera un poco por comenzar a ser honrado. Aquí puedes conseguir lo que desees si tienes dinero para pagarlo, puedes incluso matar a un hombre si tienes dinero suficiente. ¡Eso sí que es caótico!
-¿Por qué no permaneció usted en Latinoamérica o en Europa? Es muy conocida aquella cita suya de su primera visión de Marruecos como un buscado lugar mágico que le revelaría sus secretos y le daría la sabiduría y el éxtasis, quizás incluso la muerte. ¿En verdad encontró usted ese lugar aquí, y no en Latinoamérica?
-Bueno, quedarme aquí fue en realidad un accidente. En un principio no pretendíamos quedarnos en Marruecos por mucho tiempo. Yo estaba viviendo en Europa; me gustaba la idea de visitar Tánger porque estaba realmente cerca. Tenía deseos de conocer el Sahara y Jane no quería regresar a Latinoamérica porque le parecía que en cualquier momento podía haber allí una revolución, y que probablemente ella no sería capaz de sobrevivirla. Pero no hubo ninguna revolución. De hecho, fue ella quien tuvo su propia revolución: tuvo un infarto, después del cual ya no pudo leer. Estaba muy enferma y deprimida. Luego ya no pudo irse, no podía vivir fuera de aquí; tuvimos que quedarnos en Tánger porque estaba muy cerca del hospital en Málaga, donde la trataban. Jane odiaba Estados Unidos, le encantaba Tánger, no sé por qué. En aquel entonces, eso no parecía tener mucho sentido. Claro que tampoco parece tenerlo hoy en día. Me siento en casa, sin embargo.
-Parece ser que, al principio, Jane la pasó bastante mal en México...
-En nuestro primer viaje a México, en efecto, Jane se sintió muy mal. Estaba muy enferma y regresó a Estados Unidos unos días después de haber llegado. Creo que era también parte de su guerra personal. Esto fue en 1937. Jane creía que en cualquier momento la arrestarían, estallaría la guerra y la pondrían bajo custodia. Supongo que esa sensación debía ser muy común entonces entre todos los norteamericanos que viajaban a México.
-Pero en su segunda visita fue Jane la que pareció encantada de quedarse en Taxco, mientras que a usted no pareció entusiasmarle demasiado.
-Bueno, lo que pienso de Taxco es que era un lugar demasiado turístico. Estaba repleto de norteamericanos borrachos que se hacían llamar artistas, gente que no me gustaba. Soy norteamericano, peroÊno me gustan los norteamericanos. No demasiado. Pero creo que en general Taxco me gustaba. Era un lugar hermoso y lo recuerdo con afecto. Acapulco, en cambio, era un lugar distinto a Taxco. No era tan turístico por aquellos tiempos, y siempre me pareció el sitio más bello de la costa del Pacífico. Bueno, lo fue.
-Usted estuvo en Cuernavaca algún tiempo, apenas unos años después de Malcolm Lowry. ¿Leyó usted Bajo elvolcán?
-No tengo muy buenos recuerdos de Cuernavaca. Estuve internado en una clínica porque me habían extirpado las muelas del juicio y el médico cortó por error algún nervio de la mandíbula. Desde entonces no he vuelto a estar del todo bien. En Cuernavaca no podía siquiera masticar, la boca me dolía todo el tiempo. No entiendo a Malcolm Lowry. Después de todo, Bajo el volcán es una novela sobre un maniático escrita por un alcohólico. Yo no bebo, de modo que me resulta difícil entenderlo.
-Sus viajes a México son amplios e intermitentes, una especie de eterno recorrido. ¿Podría decir que alguna vez usted y Jane vivieron realmente en México?
-¿Qué significa vivir en un país? En México pasábamos un tiempo aquí y un tiempo allá. Estuve un periodo largo en una hacienda cercana a Toluca: Jajalpa, un lugar maravilloso. El paisaje era magnífico. En ese entonces estaba componiendo bastante.
-¿Qué ocurrió con el tambor y la piel de serpiente que compró usted en México, que hoy por hoy son como fetiches de su leyenda mexicana?
-¿Quieres decir si los tengo todavía? No, lamentablemente no. Los dejé; la piel de la serpiente pitón, el tambor y muchas otras cosas mexicanas que eran importantes para mí las tuve que dejar en Nueva York antes de venir a Tánger. Las dejé en casa a cargo de una amiga. pero fue una pésima idea, porque ella terminó vendiendo la casa con todas las cosas. Como sea, a Jane no le gustaba la piel de serpiente. La primera vez que la vio me preguntó indignada qué era eso.
-¿Qué recuerdos tiene del desierto de Sonora, que según dijo alguna vez llegó a gustarle más que el Sahara?
-Habíamos estado en Sonora en una época anterior a que abandonásemos Europa y nos instalásemos definitivamente en çfrica. Era un lugar hermoso, nos gustaba mucho a ambos. No recuerdo con claridad qué aspectos del desierto mexicano me cautivaron especialmente. Me gustaba mucho la música del lugar y, claro, estaba el paisaje, que debía impresionar a cualquiera.
-Es una lástima que haya escrito usted tan poco sobre estas impresiones. ¿No piensa en hacerlo alguna vez?
-No, hace mucho tiempo que no escribo. Soy ya demasiado viejo para escribir.