La Jornada domingo 1 de junio de 1997

NUEVOS AIRES EN EUROPA

Se confirmó ayer, en las urnas francesas, la tendencia política que recorre buena parte de Europa y que ha llevado al poder a partidos de centroizquierda, gracias, sobre todo, al voto de los sectores juveniles y de los ecologistas, y a la reanimación de los movimientos sociales y sindicales que dan nuevo aliento a los partidos socialdemócratas.

En Italia la alianza progresista El Olivo ya había conquistado el gobierno, y a los gobiernos de centroizquierda de Grecia y Portugal se suma el de los laboristas ingleses, crece la alianza socialista-verdes en Alemania, y en la región autónoma española de Galicia comunistas y socialistas estrechan una alianza para expulsar a la derecha del poder.

En todos esos casos, la centroizquierda ha llegado al poder con concepciones económicas matizadas y moderadas. Hoy, las socialdemocracias triunfantes aceptan no sólo las reglas básicas de la economía de mercado, sino también las normas que establece el Tratado de Maastricht -que los comunistas, por su parte, no pretenden derogar, sino modificar.

Desde este punto de vista, el viraje que está presenciando Europa es sólo el comienzo de un proceso y no representa un salto cualitativo respecto a la expansión del thatcherismo-reaganismo, que duró más de una década, llevó a la derecha al poder en Italia y en Francia y pareció eternizarla en Gran Bretaña y en Alemania.

El derrumbe de 1989, en efecto, no sólo afectó brutalmente a los comunistas, sino también al keynesianismo, a las reformas y al Estado social que promovían los socialdemócratas, así como a la ocupación, los sindicatos, los trabajadores de la educación y de los servicios públicos. Pareció que los partidos tradicionales de la izquierda y de la extrema izquierda habían sido históricamente cancelados. Pero los movimientos sociales y las huelgas no sólo los reanimaron, sino que en algunos casos los obligaron a retomar un protagonismo político y a establecer estrategias unitarias que enfatizan los problemas de los desocupados y de los jóvenes.

Ahora, en Francia, los ecologistas (que entran por primera vez, y con fuerza, a la Asamblea Nacional) son, por ejemplo, mucho más ``sociales'' que ``verdes'', y los socialistas, comunistas y revolucionarios trabajan en común y ponen como centro de su propuesta la reducción de la semana de trabajo y la lucha contra las desigualdades. Mercado sí, pero con amortiguadores sociales, parece ser la consigna de la hora en toda Europa.

En efecto, los débiles sindicatos ingleses comienzan a exigir la ampliación a la isla de la legislación social del continente, y en Francia seguramente se tomarán medidas para reducir la semana laboral con el fin de crear nuevos puestos de trabajo.

El modelo económico europeo -aumentos de productividad pero sin liquidar el Estado social, a fin de mantener el mercado interno y la paz- se opone así no sólo al estadunidense, que elimina toda traba a la fuerza brutal del mercado, sino también al asiático, que une el totalitarismo con el mercado. Esta diferencia probablemente obligará a redoblar los esfuerzos por la unidad europea (a costa de la pérdida de soberanía de cada país y de nuevos problemas sociales) y creará al mismo tiempo nuevas contradicciones sociales, pues la ``solución'' que ofrecía la derecha (privatizaciones, despidos, reducción de los salarios reales) ya no es posible y, por el contrario, el péndulo va en la dirección opuesta, la de la respuesta a las exigencias de las víctimas del desmantelamiento del Estado de bienestar.

En suma, la victoria del Partido Socialista Francés en los comicios de ayer representa un paso adelante en la superación de la pesadilla económica y política neoliberal que ha vivido el mundo desde hace más de tres lustros, y la posibilidad de ensayar fórmulas más humanas de la economía de mercado