La autoridad proclama su verdad, pero no se siente obligada a argumentar y probar. Acaso los gobernados sean vistos como discapacitados impedidos de entender las decisiones del gobierno.
En el Noveno Foro Nacional de IMEF (Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas), el empresario Eugenio Clariond arremetió contra la política financiera y cambiaria y, entre otras cosas dijo: ``a partir de 1970 y hasta 1997 los mexicanos hemos visto cómo nuestras autoridades monetarias cada vez que pueden inician un proceso de revaluación del peso hasta sobrevaluarlo. Invariablemente esto es seguido por una brusca devaluación''. Banxico --subrayó--, ``de lo que sí ha sido capaz es de aniquilar los capitales y el ahorro de miles de empresas productivas...; (según) las autoridades... México lo único que necesita es inflación de un dígito para llegar al paraíso''.
Al día siguiente, en el mismo Foro el presidente Zedillo defendió la política de Banxico, aseguró que no habrá ``ajustes traumáticos de la paridad (cambiaria)'', recordó la caída del PIB en 1995 y el primer trimestre de 1996 y su posterior recuperación, y afirmó que ``en las actuales circunstancias, la mejor política cambiaria para lograr el objetivo del crecimiento económico, la estabilidad financiera, y la competitividad del sector externo, es la del tipo de cambio flexible...''. ''Permitir que sean las fuerzas del mercado las que determinen el tipo de cambio --dijo--, es la mejor garantía de que éste será consecuente con el necesario y prioritario desarrollo exportador del país''. Insistió: ``hoy vengo a refrendar enfáticamente que tenemos buenas razones para ver hacia el futuro económico con confianza y con fundado optimismo''.
Quizá debamos felicitarnos de que el gobierno tenga ``buenas razones'' para actuar como lo hace, aunque los ciudadanos no estamos enterados de cuáles son. Decir que las cosas van bien porque tenemos un tipo de cambio determinado por el mercado, mientras el PIB repuntaba, es echar un manto demasiado opaco sobre la complejidad y sobre los riesgos que estamos viviendo.
La política monetaria y cambiaria continuará siendo igual a sí misma porque ha probado ser acertada --dice el presidente--, lo cual sería evidente a la luz del repunte del PIB a partir del segundo trimestre de 1996. Pero el presidente ignora (hace caso omiso) que esta misma recuperación, en las condiciones que viene dándose y bajo las formas de financiamiento puestas en marcha (capital externo de corto plazo), ha hecho caer sistemáticamente el superávit comercial externo e impulsado el déficit en cuenta corriente (pasa de mil 578 a mil 762 millones de dólares de 1995 a 1996 y va cobrando mayor velocidad este año).
Entre noviembre de 1995 y abril de 1997 el tipo de cambio pasó de 7.66 a 7.93 pesos, es decir fue apenas devaluado en 3.3 por ciento; mientras la inflación, en el mismo lapso, acumuló un aumento de 40.8 por ciento. Así va ocurriendo, en efecto, lo que refiere Clariond. Por ello, el índice de subvaluación utilizado por el sector privado (base 1977) llegó en abril de este año a 2.3 por ciento que contrasta acentuadamente con el 24.8 por ciento de noviembre de 1995.
Como en el sexenio pasado, la inflación ha sido detenida ``gracias'' a un ancla: el tipo de cambio. También ha coadyuvado la disminución en las tasas de interés, que es consecuencia a su vez de la inicial baja de los precios, y sume usted aún una política monetaria y una política fiscal restrictivas, inhibidoras de la demanda interna.
A lo que Mancera, y ahora el presidente, llaman tipo de cambio ``de mercado'', es a la entrada de capital externo de corto plazo, sobre la que todavía la paridad cambiaria se sostiene: puesto que se pagan altas tasas de interés a ese capital, entran montos de capital considerables; así se crea una ``oferta'' de dólares que, según Mancera, es determinante del precio en pesos de los dólares. De acuerdo a esta magnífica teoría, una devaluación brusca, originada o impulsada por una fuga de capitales (caída de la oferta), producirá un nuevo tipo de cambio ``de mercado''. Por tanto, cuando ello ocurra, simplemente resignémonos.
Deterioro de la balanza de pagos y fuerte cierre de la brecha entre tipo de cambio y precios, y presencia de capital externo volátil, van configurando las condiciones para una devaluación traumática, al tiempo que el crecimiento económico concentrado en el sector externo (mercado interno deprimido), impide que dicho crecimiento ``se sienta en los bolsillos'' de los mexicanos. Si las cosas no son así, bueno fuera enterarnos de las buenas razones del presidente.