El triunfo socialista en Francia nos habla de ofertas electorales no cumplidas por la coalición conservadora derrotada, pero sobre todo señala problemas de fondo no resueltos, así como la existencia de una angustia social extendida ante un cambio cuyos costos aparecen a los ojos de muchos por encima de sus promesas. Con la seguridad de la gente no se juega, y en Europa por muchas décadas la seguridad individual se ha vuelto inseparable de la seguridad social. Parte de esto es lo que hoy sigue en juego en la Francia interminable de la democracia y el reclamo plebeyo y jacobino.
El desafío socialista francés, como el que ahora encarna el laborismo de Tony Blair en Gran Bretaña, no es el de una reversión a supuestos tiempos mejores. Se trata, más bien, de un juego de ritmos y modulaciones y no de grandes virajes; aunque el cambio al que se enfrenta la humanidad hoy es mayúsculo, del tamaño del que encaró en el siglo XIX al calor de la Revolución Industrial, lo que buscan las experimentadas sociedades europeas son senderos de control y amortiguamiento de la mutación, más que reeditar el ludismo.
Los empeños que ahora se sitúan en las dos grandes ciudades clásicas de la modernidad, Londres y París, son importantes para nosotros. No son una anécdota más de este abrumador cambio mundial, sino intentos serios por no rehuirlo sin a la vez resignarse ante sus inclemencias.
Por todo esto y más, es importante observarlos con cuidado y tratar de aprender de ellos, al igual que evitar imitaciones extralógicas y festinamientos infundados. De esto saben bien los flamantes ciudadanos europeos, que no parecen dispuestos a renunciar a su futuro continental, y nosotros debíamos sobre todo tratar de aprovechar su magna experiencia.
Es o debía ser claro ya para todos que la política económica empleada para capear el temporal de 1994-1995 y abrir la puerta al crecimiento ha sido muy dura y con efectos sociales retardados, cuando no regresivos. Pero también debía estar más que asumido por todos que los márgenes de maniobra son estrechos, como escasos son los recursos disponibles para afianzar la recuperación e instrumentar cualquier cambio.
No es verdad que pueda sustentarse analíticamente que la actual mezcla de política económica sea la única, mucho menos la mejor, a nuestro alcance.
Pero tampoco lo es que sus escasos méritos sean suficientes para montar un nuevo juicio sumario al ``modelo'', cuyo sucedáneo no está, por lo demás, ni a la vista ni a disposición de nadie. La economía abierta y de mercado, que hoy todos los partidos han hecho suya, admite más de una batería de políticas y, en nuestro caso, no sólo puede sino debería contar ya con políticas específicas que se hagan cargo de tanta y tan grave insuficiencia en lo social y lo material.
A partir de un reconocimiento nacional de nuestras carencias y restricciones es posible y viable imaginar acciones nuevas, opciones a lo existente y panoramas mejores y creíbles para una población que ha esperado por mucho tiempo, pero que ha preferido manifestar su malestar en las urnas y con los votos, más que en la revuelta o la movilización sin cauce, aunque con causa.
Lo malo es que nada de esto ha merecido la atención de los partidos. A ver si el 7 de julio empiezan a trabajar en serio en lo que importa. Y dejan afores y desafueros para después, cuando entiendan de qué se trata