La Jornada Semanal, 8 de junio de 1997


NOTAS INEDITAS SOBRE POETICA Y MORAL

Constantino Cavafis

Constantino Cavafis (1863-1933) no estaba Esperando a los bárbaros. Aunque su obra lo haga ver como un "individualista" y un "escéptico" y estimule a quienes han creído encontrar en sus poemas una intención autobiográfica, sus recién descubiertas notas dejan ver a una persona dueña de una actitud recia y generosa. A la luz de estas páginas, las apreciaciones de los críticos que acompañan las traducciones de sus poemas parecen un poco precipitadas. Inéditos hasta 1983, cuando fueron publicados en griego con el título "Notas inéditas sobre poética y moral", los presentes textos fueron traducidos y publicados en francés por Bruno Roy en la editorial Fata Morgana.


1. Nunca he vivido en el campo. Ni siquiera he tenido, como otros, cortas estadías. Sin embargo, escribí un poema [``Lo escondido''] en el que celebro el campo y donde afirmo que le debo mis versos. El poema no merece mayores elogios. Es del todo insincero: una perfecta mentira.

No obstante, ahora me interrogo: ¿es verdaderamente una falta de sinceridad? ¿No miente el arte siempre? ¿No es cuando más miente cuando resulta más creador? Si esos versos fueron escritos, ¿no es un efecto del arte? (La imperfección de esos versos sin duda no viene de la falta de sinceridad: también a menudo se fracasa hallándose uno en la más sincera de las emociones.) En el momento en que componía esos versos, ¿no era sincero artísticamente? ¿No trabajaba mi imaginación como si yo hubiera vivido verdaderamente en el campo? (5/VII/1902)

2. Siento en mí capacidades excepcionales. Estoy convencido de que, si lo quisiera, podría convertirme en un gran médico, un abogado, un hombre de finanzas, un ingeniero. Solamente me serían necesarias dos cosas: tiempo para estudiar y la voluntad de renunciar a la literatura. ¿Es una ilusión de mi espíritu, significa sobreestimar mis capacidades? ¿O es algo natural y común? -común a todos los littérateurs, quiero decir, un poder que acaso poseen todos los littérateurs-. Todo trabajo práctico me parece simple. Sin embargo, debo admitirlo: a despecho de esta convicción, soy incapaz de llevar a bien algo en la vida práctica si no se me da el tiempo. Pero entonces caigo en la categoría general: con tiempo, todo hombre, incluso mediocremente dotado, puede triunfar. Y sin embargo, no: lo que me hace superior es que yo tendría necesidad, estoy convencido, de mucho menos tiempo. No obstante, soy consciente de que no podría lograr nada en la vida práctica, pues me sería imposible, salvo si hiciera un esfuerzo que me desgarraría el alma, sacar de mi yo profundo el hankering de la literatura. Otra cosa me viene a la mente. Esa capacidad que siento en mí, que me es revelada por la suficiencia que experimento respecto a las carreras prácticas, ¿no mana de la literatura, de la reflexión continua, del sharpening de la imaginación? Si pudiera, sin sufrir, hacer el esfuerzo de renegar de la imaginación, quizá perdería mis fuerzas, y las carreras prácticas se me volverían tan difíciles como a la gente ordinaria. Pero no lo creo. La capacidad está ahí. Mi debilidad -o mi fuerza, si es que se le atribuye algún valor al trabajo artístico- es no poder renegar de la literatura, o más exactamente, de la deliciosa agitation de la imaginación. (18/VIII/1902)

3. ¿La Verdad y la Mentira existen? ¿O no hay más que lo Nuevo y lo Viejo, donde la Mentira no es sino la Vejez de la Verdad? [...]

7. Yo no sé si la perversión brinda fuerza. A veces lo creo. Pero estoy seguro de que ella es fuente de grandeza. (13/XII/1902)

8. Los solitarios ven cosas que nosotros no vemos; tienen una visión del mundo supersensible. El alma se afina en la soledad, la meditación y la continencia. Nosotros la embotamos con las frecuentaciones, la ausencia de meditación y los placeres. Por eso, ellos ven lo que nosotros no podemos ver. Aquel que se queda solo en su pieza silenciosa oye claramente el latido del reloj. Pero cuando alguien entra y una conversación comienza, deja de oírlo. Sin embargo, el latido no se ha vuelto inaudible.

9. Hace falta cierto tiempo para descubrir la imperfección de los grandes poemas. El primer sentimiento que inspiran, en su aparición, es la admiración; y mientras la admiración no sea disipada o modificada, los más penetrantes críticos no pueden ver las imperfecciones. Eso es debido sin duda a la extraña naturaleza del hombre, que no puede juzgar sino a condición de no admirar.

10. Un joven poeta vino a visitarme. Muy pobre -se gana la vida con trabajos literarios-, me pareció un poco apesadumbrado de ver la bella casa en la que vivo, mi sirviente que le ofrece un té bien servido, mis ropas cortadas por un buen sastre. Me dijo: ``Qué cosa terrible tener que luchar para ganarse la vida, perseguir a los suscriptores para su revista, a los compradores para su libro.''

No quise dejarlo en su error y le hablé más o menos así: su situación es difícil y desagradable, pero ¡qué caro me han costado a mí mis pequeños lujos! Por ellos me alejé de mi vocación natural, me volví funcionario (¡qué escarnio!) y desperdicio cada día tantas horas preciosas, a las cuales se agregan las horas de desaliento y de fatiga que le siguen. ¡Qué desastre! ¡Qué traición! Mientras que él, el joven hombre pobre, no pierde una hora, y sigue fiel a su vocación de hijo del arte.

A menudo, cuando trabajo, me viene una bella idea; una imagen, algunos versos acabados, que estoy forzado a ignorar pues el despacho no puede dar espera. Al volver a casa, después de un poco de reposo, me propongo evocarlos; es en vano. Y es justo. Es como si el arte me dijera: yo no soy un sirviente que se puede despedir cuando se presenta y que vuelve cuando se le llama. Yo soy la más grande dama del mundo. Y si tú has renegado de mí -miserable traidor- por tu pobre bella casa, tus pobres ropas, y tu pobre buena situación, conténtate entonces con eso (pero ¿cómo podrías hacerlo?), y si crees que no vengo sino en los raros momentos en que estás en disposición de acogerme, quédate esperándome en el umbral, ahí donde deberías estar todos los días. (VI/1905)

11. Así como el buen sastre hace un vestido que sólo le queda perfecto a un hombre, quizás a dos, y un abrigo que puede servirle a dos o tres, así soy yo: mis poemas pueden convenir (to fit) a un caso, quizás a dos o tres. La comparación puede parecer humillante, pero por el contrario yo la creo feliz y consoladora. Si mis poemas no convienen a todos, convienen a algunos. No hay que olvidarlo. Es lo que garantiza su autenticidad. (9/VII/1905) [_]

13. Las pobres normas sociales -que no manan de la higiene ni de la razón- han aminorado mi obra. Han encadenado mi expresión, impidiéndome dar luz y emoción a aquellos que están hechos como yo. Las circunstancias de mi vida me han obligado a luchar largamente para dominar la lengua inglesa. ¡Qué lástima! Si hubiera consagrado el mismo esfuerzo a aprender el francés -si las circunstancias me lo hubieran permitido, si el francés me hubiera sido útil- habría podido, tal vez, gracias a los pronombres que dicen y callan a la vez, explicarme en forma más libre. ¿Qué hacer finalmente? Desde el punto de vista estético, es un fracaso. Seguiré siendo un objeto de conjeturas y no se me comprenderá plenamente sino a partir de aquello de lo que he renegado. (15/XII/1905) [_]

15. A veces, cuando reflexiono o concibo ideas difíciles, cuando pienso en las relaciones y las consecuencias de las cosas, me viene la idea de que los otros no son capaces de pensar y de sentir como yo, y eso me pone uncomfortable. Pues me digo entonces: qué injusticia que yo sea tal genio y que no sea ni conocido ni reconocido. Y la idea de que quizá me equivoco, y que muchos otros piensan de manera tan grandiosa, me alivia. ¿Qué poder tienen pues el Interés y el Deseo de Recompensa! Más me alivia la idea de ser parecido a los otros que la de ser superior y desconocido. (3/I/1907)

16. Sin entusiasmo -y en el entusiasmo incluyo la cólera- la humanidad no puede actuar. Sin embargo, uno no actúa bien bajo la influencia del entusiasmo. Hay que sobrepasarlo para obtener resultados. Pero incluso entonces -vueltos a la calma- lo que se realiza son obras nacidas del entusiasmo. El que se entusiasma demasiado no puede hacer un buen trabajo; el que nunca se entusiasma, tampoco. (24/I/1907) [_]

18. Un segundo oficio -algo que permita ganarse la vida, no muy pesado ni tan absorbente que le tome todo su tiempo- es una gran ventaja para el artista. El refreshes him lo purifica; casi le da reposo. Así es, al menos para algunos. (13/V/1907)

19. Leía esta noche un libro sobre Baudelaire. Y el autor estaba como épaté por Las flores del mal. Hace mucho tiempo que no he releído Las flores del mal. Tampoco como yo recuerde, es un libro tan épatant. Y tengo la impresión de que Baudelaire está encerrado en un círculo bien restringido de voluptuosidades. Anoche, por ejemplo, o el miércoles pasado, y tantas otras veces, yo viví, realicé, imaginé y combiné en silencio placeres mucho más singulares. (11/IX/1907) [_]

21. Sobre el impacto de la impresión, o poco después, se escribe un poema. La impresión -sensual o cerebral- era viva y sincera: el poema que resulta de ello (no necesariamente porque la impresión era tal, sino por una feliz coincidencia) es bueno, vivo y sincero. Luego el tiempo pasa. Y esa impresión -ante el hecho de otras circunstancias, ignoradas hasta entonces, o de la evolución de las cosas o las personas que la habían suscitado- aparece vana y ridícula. De golpe, el poema también. Yo no sé, sin embargo, si es justo. ¿Por qué trasladar el poema de la atmósfera de 1904 a la de 1908? Felizmente, los poemas son las más de las veces oscuros, y susceptibles así de adaptarse a otros sentimientos, a situaciones análogas. (11/VII/1908)

22. Sé que hay que ser serio para triunfar en la vida e inspirar el respeto. Sin embargo, me es difícil ser serio; no aprecio lo serio.

Me explico: en las cosas serias no gusto de lo serio sino solamente durante media hora, o incluso una o dos o tres por día. A menudo casi una jornada entera.

El resto del tiempo, lo que me gusta es la chanza, la broma, la ironía, el humbugging.

Pero eso no conviene.

Eso compromete el trabajo.

Pues yo trato sobre todo con gentes estúpidas e ignorantes. Ellos son siempre serios. Hocicos bestialmente serios; cómo podrían ellos bromear puesto que no comprenden. Sus hocicos serios son el reflejo. Todo es problema y dificultad para su ignorancia y su estupidez, por eso lo serio está tan extendido entre sus rasgos, como sobre los de los bueyes y los corderos (¡los animales tienen fisonomías tan serias!).

El que bromea es por lo general despreciado o, por lo menos, no se le toma en cuenta y no inspira confianza.

Por eso me esfuerzo, yo también, en presentar a la gente un rostro serio. Me he dado cuenta de que eso facilita grandemente mis asuntos. Pero interiormente, río y bromeo mucho. (16/ X/1908)