La Jornada Semanal, 8 de junio de 1997


LA ENSALADA DEL SIERVO

Yiannis Dimilás


Yiannis Dimilás es el seudónimo del escritor griego Yiannis Dimitromanolakis (isla de Creta, 1930). Estudió Ciencias Políticas en Atenas. En 1958, ingresó en el servicio público en la rama de Aduanas; paralelamente, ha ejercido el periodismo y la narrativa. En 1982 fue nombrado director de Aduanas de Suda, Creta. Publicó su primer libro en 1972, De la vida y el holocuasto de mi pueblo, de marcados acentos histórico y etnográfico, elementos que caracterizan a toda su obra, pues le preocupa transmitir las imágenes de un mundo que se pierde, así como trasladar al papel la sabiduría popular para rescatarla del olvido. El siguiente texto ha sido tomado se su libro Pan abandonado.


En nuestros tiempos, los siervos no existen. Ya pasaron las épocas en que los más pobres no podían vivir, en razón de que carecían de un pedazo de tierra que pudiera alimentarlos.

Fértil la tierra cretense. Extensiones infinitas. Olivos, vides, pradera. Pero todo esto en manos de unos cuantos.

En las manos de los agaes, de los cristianos pudientes o de los monasterios durante los años de la dominación turca. Solamente en las manos de los dueños cristianos, una vez que se marcharon los turcos durante los años que siguieron, y no eran pocos los que no tenían ni una ``pisada'' de tierra, como se dice en Creta de quienes carecen por completo de ella.

Cómo fue que se encontraron todos ellos así de pobres, eso ya es otra historia. Unos fueron pobres desde siempre; otros, durante los años de la dominación turca, si es que queremos remitirnos a otras épocas, no eran para nada pobres pero eran valientes, se levantaron en contra del tirano y lo pagaron, algunos con su vida y otros con su riqueza. Y a estos últimos helos de repente trabajando junto con sus hijos como esclavos en las propiedades de los turcos o de los patrones griegos, de noche a noche, por un pedazo de pan.

Por supuesto que cuando se marcharon los turcos las cosas cambiaron un poco, y esto porque los patrones se hicieron menos, y puesto que se hicieron menos los patrones, también disminuyó el número de esclavos.

Sin embargo, incluso ahora son muchos entre la gente de mayor edad quienes todavía lo recuerdan. Y lo recuerdan porque han comido el pan amargo del siervo.

Muchas son las historias acerca de los siervos. Por otro lado, como dijimos más arriba, son muchos los que vivieron como siervos en sus años de infancia, así que cada cual vive con su propia historia.

Muchas son las historias vivas que circulan hoy día, no en los libros sino de boca en boca, y muchos de nosotros hemos escuchado alguna vez pronunciar la frase ``no soy un esclavo'', dicha con coraje por alguien cuando han tratado de aprovecharse de él.

Hoy vamos a ocuparnos de la historia de un siervo. Los hechos ocurrieron en un poblado de Apokórona. No hace falta más que contar dos sucesos de la misma historia. De Apokórona era el patrón, de Apokórona el siervo.

La vida del siervo era idéntica a la vida de todos los otros siervos. Un morral colgado de su hombro con unas cuantas aceitunas y una pieza de rosca hecha de cebada, y por la madrugada andando a trabajar Marcos, que así se llamaba el siervo.

Adelante iba Marcos y atrás su perro que olfateaba el olor del pan que llevaba dentro del morral y se le pegaba lo más que podía y le meneaba la cola.

Llegaba, pues, el mediodía. Hora de que Marcos tomara su almuerzo. Abría su morral, sacaba el pan y las aceitunas, y antes de que alcanzara a meterse bien a bien en la boca el primer bocado, he aquí otra vez al perro junto a él meneándole la cola y mirándolo a los ojos como si le dijera: ¡dame a mí también!

Y como Marcos muy bien entendía lo que el perro quería decirle aunque no pudiera hablar, le contestaba:

-¡Tú también tienes hambre, infeliz, pero qué quieres que haga si el pan es poco y no alcanza! O tú o yo. Si comes tú, me quedo yo en ayunas. Así que mejor que te quedes en ayunas tú a que me quede en ayunas yo...

Una vez, cuando llegó el verano y estaban segando, fue Marcos a una fuente cercana a traer un poco de agua, atravesó por el jardincito que recibía el agua de esta fuente, cortó unos cuantos jitomates y se los comió.

Cuando volvió al campo, se fue directo al algarrobo en el cual habían dejado los alimentos sus patrones.

Encontró la botella de aceite, se la empinó y se bebió un buen trago y, acto seguido, empezó a dar de maromas en la tierra.

Lo ve la patrona, se le acerca y le pregunta:

-Pero ¿qué es lo que estás haciendo, Marcos, que te andas revolcando como si fueras un cerdo?

Y Marcos, sin pensarlo mucho, le dio a su patrona la mejor respuesta que hubiera podido darle:

-Una ensalada.

Nota y traducción del griego moderno:
Guadalupe Flores