Ante la opinión pública, la elección de diputados y senadores del próximo 6 de julio había venido siendo opacada por las campañas de los candidatos al gobierno del Distrito Federal. Ello resultaba entendible por el hecho de que en los comicios capitalinos se ha dado una confrontación directa de personalidades y porque en el proceso electoral del DF está abierto el escenario para una posible cohabitación política entre el Ejecutivo Federal, que tiene su sede histórica en esta capital, y una autoridad urbana surgida de la oposición.
Sin embargo, en las elecciones legislativas se encuentran en juego cuestiones igualmente importantes y de alcance nacional: la posibilidad de que, por primer vez en la historia contemporánea de México, el partido gobernante no tenga mayoría en la Cámara de Diputados y, con ello, se establezcan condiciones para la real separación de poderes y para un mayor ejercicio por parte del Legislativo de las atribuiciones de contrapeso del poder presidencial que le concede la Constitución. Cabe señalar que, independientemente de qué partido obtenga el mayor número de votos, las elecciones del próximo 6 de julio darán como resultado un Congreso con una composición más plural y representativa que la que hasta ahora ha tenido, situación que será indudablemente benéfica para el desarrollo democrático del país.
La convivencia política de un presidente con un congreso opositor es una situación normal y frecuente en muchas partes del mundo --Estados Unidos y Francia son ejemplos de ello-- y no tiene por qué ser sinónimo de ingobernabilidad, desestabilización económica o parálisis administrativa. En México, por el contrario, puede ser una importante oportunidad para el ejercicio de la civilidad, la tolerancia y la búsqueda de consensos, tanto al interior del Congreso como en su relación con el Ejecutivo federal.
Por ello, resulta positivo y necesario que la opinión pública enfoque su interés en la disputa por el Legislativo, una tendencia a la cual contribuyen debates como los realizados ayer, en diferentes tribunas, entre dirigentes y candidatos de las tres principales fuerzas políticas. Con ellos, el electorado ha podido apreciar con mayor amplitud los programas y las propuestas de los partidos, más que las personalidades de los aspirantes y dirigentes partidarios. Cabe esperar que ello reduzca la polarización y la rispidez con que han venido conduciéndose las campañas para la jefatura de gobierno del DF.
En este contexto, son también positivas las declaraciones formuladas por el presidente de la Canacintra, Carlos Gutiérrez Ruiz, en el sentido de que las plataformas económicas de los tres principales partidos --PAN, PRI y PRD-- garantizan por igual las inversiones y el proyecto de los empresarios, pues contribuyen a atemperar las afirmaciones sobre los posibles riesgos económicos que entrañarían lostriunfos opositores en la elección legislativa o en la del gobierno capitalino.
En los procesos comiciales que se realizan en buena parte de los países del mundo las categorías tradicionales de izquierda, centro y derecha resultan cada vez menos útiles para analizar las significaciones políticas de tales procesos y de sus resultados. Tal es el caso de las elecciones que tuvieron lugar ayer en Irlanda, en donde lo más relevante no es que haya ganado la llamada centroderecha y que pierda la llamada centroizquierda, sino que el partido heredero de Eamon de Valera, con todo su conservadurismo, nunca ha abandonado del todo la posición nacionalista y ha mantenido siempre lazos con el sector radical independentista, el Sinn Fein. Este duplicó sus votos en las elecciones británicas correspondientes a Irlanda del Norte y envió dos diputados a Westminster y, en estas elecciones en Irlanda del Sur, logró por primera vez un diputado en Dublín, lo que lo convierte en el único partido presente en toda la isla, en la Irlanda independiente y en la ocupada por los británicos.
Cabe interpretar que el electorado ha querido castigar a los izquierdistas que se aliaban con la derecha moderada y hacían demasiadas concesiones al Reino Unido, y que ha preferido votar directamente por aquélla, no tanto por su política económica y social --que los derrotados compartían--, sino sobre todo por su alianza con la Iglesia católica (que es conservadora, pero antibritánica) y por su apertura al nacionalismo.
Gerry Adams, líder del Sinn Fein, tendrá así mayor respaldo en Irlanda para negociar la paz en Irlanda del Norte con los laboristas de Tony Blair y, al mismo tiempo, mayor fuerza para conservar en Dublín sus diferencias frente al Fianna Fail y ampliar su audiencia en Irlanda del Sur.
La globalización pone en jaque las identidades nacionales pero, como se ha visto, puede también provocar una tendencia a reforzarlas, no reflejada por el viejo nacionalismo que se contentaba con un Estado independiente. Pero la globalización también engendra regionalismos, no todos ellos chovinistas y conservadores. Por el contrario, en el caso de Irlanda, pueden ayudar a conquistar una verdadera independencia y la unidad nacional.