Javier Flores
Las reformas al pase reglamentado
El Consejo Universitario de la UNAM decidirá sobre un conjunto de reformas al pase reglamentado, procedimiento por el cual los alumnos que cursan y aprueban el bachillerato en la Escuela Nacional Preparatoria y los Colegios de Ciencias y Humanidades --que forman parte de la propia UNAM-- ingresan sin presentar examen de admisión a las carreras profesionales. Las reformas incluyen aspectos como el promedio de calificaciones --que ahora será, al parecer, de 7-- y el tiempo en el cual se completan los estudios preparatorios que ahora será probablemente de 4 años--. Dado que se trata de medidas que atañen a escuelas que forman parte de la propia estructura de esta universidad, se trata en realidad de un ajuste interno, una especie de autotratamiento en el que el propio ``enfermo'' se aplica el bisturí para extirparse un mal, supuesto o real.
Debe notarse que con estas reformas no se pretende cancelar el pase automático, como lo venían demandando algunos sectores dentro y fuera de la universidad. Este persiste y solamente se le realizan algunos ajustes. Esto es muy interesante pues significa que en la apreciación del rector Francisco Barnés de Castro, no resulta conveniente para la UNAM la eliminación total de este mecanismo. La propuesta de las autoridades universitarias ha pasado por un proceso de consulta en el que principalmente los Consejos Técnicos de las escuelas, facultades, centros e institutos, han podido opinar. En otras palabras, el procedimiento seguido ha sido bien pensado y se ha desarrollado con todo cuidado. Tiene como antecedente, además, la cancelación de esta prerrogativa a las preparatorias populares, después de que ocurriera una agresión a estudiantes y varias denuncias penales en contra de algunos de los dirigentes de estas escuelas que gozaban indebidamente de este sistema, gracias a la combinación de chantajes y una senda incotrrecta de componendas escogida por administraciones anteriores. No obstante, hay aspectos que merecen ser observados con atención.
Con las reformas al pase automático se pretende, creo, garantizar que quienes ingresan a los estudios profesionales sean los mejores estudiantes. Esto significa que se piensa que un buen alumno es: a) aquel que tiene los más altos promedios y b) quien concluye sus estudios en el tiempo más corto. Esto que puede ser cierto en algunos casos es una simplificación. Por ejemplo, pensemos en un alumno que cumple satisfactoriamente con los nuevos requerimientos, es decir, obtiene 7 de promedio en la preparatoria que concluye en menos de 4 años, pero cuya ambición profesional es la de ser médico; pues resulta que a este joven se le informa que la carrera de médico cirujano se encuentra saturada y no hay cupo para él, a pesar de que cumple cabalmente con las nuevas disposiciones, lo que lo obliga a abandonar los estudios profesionales o bien a inscribirse en otra carrera. Si abandona estaremos presenciando probablemente la pérdida de un recurso, si cambia de carrera, será un profesionista frustrado y muy probablemente malo. Como vemos el problema es mucho más complejo de lo que parece y no puede reducirse nada más a calificaciones y tiempos de estudio.
Yo creo que el problema consiste en parte en una distorsión que conduce a ver a los estudiantes como fuente de todos los males de la universidad. Y no sólo en este nivel, a escala nacional, los problemas del sistema educativo se atribuyen a los estudiantes. Así, los problemas de la UNAM se deben al bajo nivel académico de los educandos y a que son unos revoltosos y los problemas educativos de México se deben a que somos un país de reprobados y retrasados mentales incapaces de sacar un 7 o un 6 en el examen de la secundaria o del Ceneval. Pero ésta además de ser una postura muy cómoda que elude responsabilidades, es tramposa pues generalmente se acompaña del ocultamiento de las deficiencias existentes en el sistema educativo nacional. Creo que, por el contrario, los estudiantes no deben ser vistos como la fuente de todos los males de la UNAM o del sistema educativo nacional, sino realmente como su razón de existir.
Pero regresemos al caso específico de las reformas al pase reglamentado en la UNAM. Estas revelan que no existe internamente una confianza en la calidad de la enseñanza del bachillerato universitario. Pensemos si es o no una incongruencia aprobar a un estudiante en la preparatoria para decirle luego que no es apto para realizar estudios profesionales. Más que transferir todas las responsabilidades a los jóvenes habría que revisar qué pasa con la enseñanza en las preparatorias. No se tiene confianza en sus mecanismos de selección de estudiantes al grado que esa responsabilidad se ha transferido peligrosamente a mecanismos extrauniversitarios. No se confía en la calidad de los estudios que se imparten, pues es frecuente la queja en los primeros años profesionales sobre el bajo nivel de los alumnos de primer ingreso. No se confía en los sistemas de evaluación del bachillerato, pues como se dijo, el aprobar en este nivel no es garantía de que el estudiante sea apto y tienen que aplicársele nuevas evaluaciones, ahora sí las buenas. En síntesis la Universidad no confía en la Universidad. Entonces la reforma que se pretende establecer carecerá de valor si no se acompaña de un esfuerzo real por mejorar al bachillerato.