Olga Harmony
La cultura como botín

Algo ocurre cada vez que Cuauhtémoc Cárdenas presenta una candidatura. No sólo se renueva una esperanza tan tenaz como lo es la lucha del candidato y quienes con él han logrado estructurar un partido viable como promotor del esperado cambio. Las aguas de la cultura se agitan y en ese río aparece la espuma brillante de artistas e intelectuales progresistas y una multitud de oscuros pescadores que acechan su ganancia. Me refiero a los resentidos de siempre que niegan la grandeza del talento ajeno --``vacas sagradas'' es el apelativo con el que pretenden destruir importantes trayectorias--, los que afirman insensateces como que la condición de eméritos dentro del Sistema Nacional de Creadores no debe ser vitalicia, los que muestran su antiintelectualismo afirmando que los intelectuales están coptados por el sistema, los que tildan de elitista todo lo que es artísticamente importante. Asistí a reuniones con ellos en el 88 y en el 94; ahora ya me niego. Y si entonces me agravió su tono revanchista y sufrí harto temor de que pudieran tomar la cultura por asalto, hoy pienso que su esperado botín ya se les fue de las manos para siempre.

Si en 1988 se obtuvo, a pesar de los maniobreros de la mediocracia, la firma de cien intelectuales a favor de Cárdenas (creo que podrían haber sido mucho más) en 1997 las cuentas son más alegres. Están los desplegados de ilustres universitarios, premios nacionales, eméritos, premios Universidad, que avalan esa candidatura: nadie podría afirmar que sus nombres no son de intelectuales de muy alto nivel; habría que añadir otros fuera del ámbito universitario, como Monsiváis, como Poniatowska e Hiriart, como los de esa pléyade que vota por el cambio. Y, más recientemente, el mural colectivo de Coyoacán que realizaron, a instancias de Carlos Payán, algunos de los mejores artistas mexicanos junto a jóvenes que empiezan en el arte. Las cien flores de Mao nunca pudieron brotar, pero esas semillas están latentes en toda izquierda renovada.

En el teatro no se han propiciado semejantes propuestas, pero todos sabemos que no son pocos los teatristas de talento que votarán por el sol azteca, y que incluso aceptaron, como María Rojo, una candidatura por este partido, porque no se trata --como algunos piensan-- sólo de la recia presencia de Cárdenas, sino de todo un equipo de primera: ¿Qué no podrán hacer por la cultura, desde las cámaras, gentes como Payán, como María, como tantos otros semejantes? Para los que niegan vigencia a toda esta activa participación de mucho de lo mejor de las artes y del pensamiento; para los resentidos de siempre, los que piensan que lo excelente es elitista, fenómeno que se da con frecuencia en el teatro, querría contar un hecho.

En las pasadas semanas fui jurado en audiciones para grupos que deseaban ser elegidos dentro de la temporada de Teatro Escolar; éste, en sí mismo, es un microcosmos, casi una metáfora de lo que ocurre en nuestra sociedad. Conocida es la corrupción que ha imperado en este sensible aspecto de la formación infantil y juvenil, en el que maestros que reciben un porcentaje de la venta de boletos obligan a sus alumnos a asistir a espectáculos en verdad infames. Integros funcionarios del INBA (que los hay: no todos los funcionarios son priístas corruptos, como quiere un sector de la izquierda) han luchado contra este fenómeno desde hace un par de sexenios y ahora cabe la pequeña esperanza de que hayan triunfado. Pues bien, en las audiciones se presentó más de una cincuentena de grupos, sin que hubiera habido una selección anterior. Todos participaron en igualdad de condiciones en uno de los mejores escenarios de la capital, el del Teatro Julio Jiménez Rueda, aunque algunos se descalificaron solos por no presentarse. Entre los participantes había serios y destacados profesionales, junto a egresados de alguna escuela y a otros aficionados de pésima calidad. La única consigna que tuvimos los jurados fue que sólo podrían ser aceptables, para ser vistas por los alumnos de las escuelas públicas, aquellas escenificaciones de muy buen nivel. Por supuesto, se eligió a los profesionales, no comerciales es decir a aquellos que saben hacer buen teatro. Fin del cuento y va moraleja: sólo lo bien hecho es digno de nuestro pueblo. Otra moraleja: la igualdad de condiciones no basta sin igualdad de calidad y tesón. Los perdidosos irán a engrosar las grillas de los resentidos que quisieran pescar en un río que no es revuelto, sino tan claro como el deseo de que todo cambie para bien en este país.