La Jornada 12 de junio de 1997

``Me engañaron; hasta que llegué a la cárcel entendí dónde estaba''

Cronología

-Irineo Tristán Montoya fue sentenciado a muerte el 17 de junio de 1986, acusado del homicidio del estadunidense John E. Kilheffer, ocurrido el 17 de noviembre de 1985. -Tristán Montoya ingresó a la prisión Ellis de máxima seguridad del poblado de Hunstville, el 20 de octubre de 1986.

-El juez del distrito judicial 107 del condado de Cameron, Brownsville, Robert Garza, dictó la condena correspondiente.

-El 18 de abril de 1997, el juez de la causa fijó la fecha de ejecución para el 18 de junio del mismo año. El mexicano conoció la noticia doce días más tarde.

-A principios de mayo de 1997, la embajada de México en Washington presentó una nota diplomática ante el Departamento de Estado para recordar que las autoridades texanas violaron los derechos consulares del connacional, al no permitirle establecer contacto con el consulado de México.

-La abogada Bonnie Goldstein presentó el 5 de junio de 1997 una petición de clemencia ante la Corte Criminal del condado de Cameron. El mismo día, el canciller José Angel Gurría envió una carta al gobernador de Texas, George W. Bush, para solicitar su intervención y evitar la aplicación de la inyección letal.

-El lunes 9 de junio el mandatario texano declaró a la prensa que no intercedería en favor del mexicano. (David Aponte)


David Aponte, enviado, Hunstville, Texas, 11 de junio Ť Dentro de un pequeño compartimento de metal y grueso cristal, prácticamente en una jaula, el death row (la fila de la muerte), el mexicano Irineo Tristán Montoya asegura que está preparado mental y físicamente para morir: ``Estoy seguro que esto será una injusticia de las autoridades estadunidenses, ya que es parte de un juego político para que gobernantes y jueces agarren sillas más altas''.

El prisionero 847 argumenta que el sistema judicial texano lo engaño: ``Me hicieron firmar una confesión en inglés. Me metieron en un círculo del cual no podía salir. Hasta que llegué a la cárcel entendí dónde estaba''.

A unos días de la fecha de ejecución, las 18:00 horas del 18 de junio, dice que la prisión lo mata día a día. Los custodios lo preparan, le recuerdan, le preguntan qué quiere cenar el próximo miércoles, cuál es su último deseo.

-Quiero camarones con nopales. Ese es mi deseo y mi sueño es salir de aquí, volver a México... Seguiré soñando hasta el final; mientras siga con vida seguiré soñando. Sueño con demostrarle a la gente que fue un error ponerme aquí, que merezco vivir en la sociedad. Una oportunidad deseo -responde.

De uniforme blanco, aislado en la pequeña jaula de metal, el mexicano de 30 años expresa que está desesperado, preocupado porque no tiene noticias de su proceso y el gobernador de Texas, George W. Bush, no lo va a ayudar. ``Tengo confianza en la intervención de mi gobierno, aunque la esperanza va muriendo poco a poco con las ejecuciones que han venido ocurriendo. Trato de no debilitarme y mantenerme fuerte, porque ya de por sí estoy muy abajo. Pero tengo confianza en mis abogados y en el gobierno mexicano''.

Ellis I, cárcel de máxima seguridad

Las estadísticas estremecen al connacional, preso en la cárcel de máxima seguridad Ellis I desde octubre de 1986, la prisión donde se ejecutó al mexicano Ramón Montoya Facundo en 1993. En el curso de 1997 las autoridades texanas han aplicado la inyección letal a 21 personas, un reo por semana, la cifra más alta desde 1935.

``Esto te quita un poco de tu parte, de tu vida, y la familia de uno es la que más resiente y eso es lo que más siento yo. Estoy indefenso, no puedo hacer nada. Me están diciendo que me van a matar cierto día y no puedo hacer nada. Un poco confiar en los recursos legales, en los abogados.

Tristán Montoya endurece el rostro, levanta la voz y mira hacia el techo de su diminuta prisión: ``Es triste porque cuando yo llegué aquí era un muchacho muy joven. Tenía 18 años. Hoy tengo 30 años y he aprendido a valorar, a amar la vida, a respetar a las personas. Es triste que todo lo que he aprendido en la vida y todas las esperanzas de mi familia, al último me quiten la vida. Para mi familia no es justo, para mí... Comprendo que existen muchas injusticias en esta vida. ¡Pero esto no lo acepto!

``A Estados Unidos vine con la esperanza de encontrar una nueva vida para mi familia. Nunca me imaginé que me iba a topar con algo como esto. Me vine sin la guía de mis padres, de 14 años (a trabajar como pescador). Pensé que sabía de la vida. No sabía nada. Ahora me doy cuenta. Salí de la escuela al quinto grado, pensando que sabía tantas cosas. Vine para trabajar, tratar de hacer algo mejor y vine y me encontré una pesadilla y es algo que no he podido despertar''.

En 1985, las autoridades de Texas acusaron al connacional de robo y asesinato en agravio de Kilheffer, ocurrido en el condado de Cameron, en Brownsville. En compañía de Juan Fernando Villavicencio pidió un aventón. Durante el trayecto, los jóvenes atacaron al estadunidense. Uno a otro se inculparon. Villavicencio obtuvo su libertad. Tristán Montoya firmó una confesión en inglés sin asistencia legal. El papel lo colocó en la antesala de la muerte.

``No vine a cometer un crimen... No creo que es justo que también las personas con las que yo crecí o el gobierno que está en mi país permitan que me maten de esta manera, porque si hubiera habido un diferente gobierno que le hubiera dado trabajo a mi padre para mantenernos, si hubiera un sistema mejor, no hubiera sucedido esto. El no ganaba suficiente para mantenernos. Eramos siete hermanos''.

El detenido, uno de los doce mexicanos colocados en el death row (la fila de la muerte) de esta prisión, cambia el gesto: ``Me engañaron. Me hicieron firmar papeles que no entendí. No conocía la lengua. Me siento triste porque no se me dio la oportunidad de defenderme como se debe. Pienso que abusaron de mi ignorancia. Pienso que este juicio no se debe tomar en consideración, sobre todo cuando se trata de la vida de una persona. No es justo que me quiten la vida sin una representación adecuada, que me den la oportunidad de defenderme. No creo que la ignorancia mía deba ser un mal.

``Así como son respetados los derechos de los ciudadanos de este país en el extranjero, Estados Unidos debe respetar nuestros derechos. Tienen que ser iguales. Aquí la justicia no es para los extranjeros, pero ellos sí exigen seguridad y respeto para sus ciudadanos en otros países.

``Yo simplemente le pido al alto mandatario (de México) que use las influencias y relaciones que tiene con Estados Unidos y debe de hablar con ellos y decirles que no es justo que a un ciudadano mexicano se le quite la vida, sin haberle dado y respetado los derechos que tiene. No porque uno viene a este país a trabajar ilegalmente, eso no quiere decir que uno no tiene derechos. Eso pensaba yo, que no tenía derechos.

``Las oportunidades son grandes (aquí), pero entras a un territorio donde no sabes las leyes, la lengua, sus derechos y es muy complicada la situación cuando nos acusan de un crimen. Y la necesidad nos fuerza (a venir). Pero nuestro gobierno debe ofrecer más oportunidades para que los mexicanos no tengan que salir al extranjero, ofrecer trabajo, medicamentos. Salimos del país porque hay crisis...''.

La prisión, ubicada a unos kilómetros de Hunstville, poblado que vive del sistema carcelario de Texas, alberga a 437 hombres y siete mujeres condenados a muerte. Uno o dos días antes de la fecha, los prisioneros son trasladados a Las Paredes, un pequeño centro de reclusión donde es aplicada la inyección letal.

``Le he pedido a mi familia que se mantenga firme. Yo no quiero morir, porque no es justo morir de esta manera. Estoy preparado por si acaso me ejecutan, pero no lo acepto. He estado tres veces (en Las Paredes). Me han hecho todos los preparativos, pero nunca he llegado a la cámara.

``(No obstante), me siento con la conciencia tranquila, seguro. No tengo... yo no creo odiar a nadie ni le tengo rencor a nadie y le pido a Dios que me permita nunca odiar a nadie. Le he pedido a mis padres que sean fuertes. Me llevo el amor de ellos conmigo, lo negativo se queda.

Durante la plática con tres periodistas mexicanos, el connacional reflexiona sobre el significado de la condena capital en la sociedad de Estados Unidos:

Asunto político, la pena de muerte

``La pena de muerte es un asunto político. La pena de muerte, el político la usa para poder ser elegido en sillas más grandes. Un juez, un gobernador, un gobernador le predica a la gente que va a ejecutar a todos los criminales. Aunque él no lo crea, el usa la pena de muerte para ser elegido. La gente vota por esas personas. Es un asunto político, no de justicia.

``Si ahorita el gobernador Bush dijera que va a quitar la pena de muerte, porque no es justo que le quite la vida a un ser humano, entonces la gente ya no lo reelige. Entonces él no puede sacrificar su futuro. Es un asunto político''.

-¿Qué puede ganar este estado con tu muerte?

-El político se hace más fuerte, el político que corre para otras sillas más grandes usará esto para decir: nosotros sí hacemos justicia aquí. Matamos a esta persona acusada de un crimen. Y es todo, no creo que el crimen disminuya. No creo que la persona que falleció en el crimen que se me acusa, resucite. No creo que se pague nada. Con destruir la vida de un ser humano nada se arregla. Ningún resultado positivo vas a sacar de ahí, porque estás destruyendo la vida de una persona. Esa no es la respuesta al crimen.

Los recursos legales, las apelaciones, han sido agotados en el caso de Irineo Tristán Montoya: ``Pienso que la culpa que yo tengo, ya la he pagado. He sufrido de una manera que es muy significativa, pero tengo un sueño: regresar vivo a México''.