Carlos Fuentes
México: máscara y rostro de la política
Tiempo hubo en que México era presentado como ejemplo al resto de Latinoamérica. El sistema era autoritario, pero estable. La corrupción era una montaña de basura escondida debajo de la alfombra de la ``unidad nacional''. El sistema PRI-Presidente aseguraba, además, crecimiento, aunque injustamente distribuido, constante. Esto se llamaba, sin ironía alguna, ``el milagro mexicano''.
A partir de la crisis de la deuda en 1982 y culminando con los fatales e ininterrumpidos sucesos de 1994, cuando el Año Nuevo fue recibido con una rebelión agraria e indígena en Chiapas, seguida por el asesinato del candidato del partido oficial, Luis Donaldo Colosio, a la Presidencia, la estabilidad mexicana tuvo nombre de película: lo que el viento se llevó. O más bien, lo que se llevaron la corrupción, la crisis económica y la vocinglera decrepitud del viejo sistema político.
Todo ello acompañado por capítulos tan increíbles y a veces grotescos que, como lo he dicho varias veces, vuelven redundante el trabajo del novelista. La imaginación literaria no puede superar una historia de vendettas familiares, rivalidades sicilianas, políticos esfumados, restos descubiertos por pitonisas y antiguas amantes en el jardín del hermano encarcelado de un ex presidente, seguido por el descubrimiento de que los huesos en el jardín fueron plantados allí por la maga en contubernio con el procurador especial del gobierno que en el acto se dio a la fuga, ahondando el misterio del político desparecido, o quizás asesinado, por el hermano del ex presidente, acusado asimismo (el hermano, no el ex presidente) de haber asesinado también al ex marido de su hermana que...
¿Pueden seguirme? Más bien, ¿quién puede seguir esta farsa trágica y este ritmo desorbitado? Añádase al cuadro la corrupción de un general protector de las mafias de narcos y la hipocresía de la certificación norteamericana que ignora la raíz del problema --la demanda de 15 millones de drogadictos en EU-- y culpa a la oferta latinoamericana de las consecuencias de la demanda. Una bonita pintura que a menudo derrota la imaginación literaria. Sin embargo, ¿no han nacido algunas de las mejores novelas latinoamericanas precisamente de los excesos de nuestra historia? Pienso en El otoño del Patriarca de Gabriel García Márquez, Santa Evita de Tomás Eloy Martínez, y Yo, el supremo de Augusto Roa Bastos. En estos libros, la imaginación vence a la historia.
Asimismo, en el México de hoy hay algo que trasciende el burlesque y nos permite confiar en el futuro del país. Ese hecho es la determinación nacional de vivir pacíficamente dentro de un sistema democrático. La rebelión chiapaneca de 1994 nos informó que el precio del prolongado retraso político podía ser la insurrección armada. Ese mismo año, la elección transparente que llevó a Ernesto Zedillo a la Presidencia dio prueba de que los mexicanos queríamos evitar la sangre y fortalecer los procedimientos democráticos.
Ahora, México se mueve hacia una cita con su destino político. El 6 de julio, la elección de seis gobernadores estatales, la totalidad de la Cámara de Diputados, una tercera parte del Senado y, por vez primera, la jefatura de gobierno de la ciudad de México (17 millones de habitantes) pondrá a prueba las reformas electorales introducidas durante los últimos años gracias a la acción de los partidos de oposición, la ciudadanía, y un gobierno reacio.
Estas consisten, básicamente, en un Instituto Federal Electoral totalmente independiente del gobierno y encabezado por un ciudadano de honestidad cabal, José Woldenberg; un registro electoral básicamente confiable; sistemas de computación modernos y prontos; acceso de la oposición a los medios (hecho inconcebible hace apenas diez años) y, por desgracia, sistemas de financiamiento ni totalmente justos ni totalmente transparentes. En esto, sin embargo, no estamos solos: la reforma de los financiamientos de campaña encabeza la agenda política de Estados Unidos.
El resultado es que durante los tres años de la presidencia zedillista, México ha celebrado, a diferentes niveles, 29 elecciones locales y federales, cuyos resultados no han sido cuestionados o, de serlo, han sido corregidos. Hoy, más del 40 por ciento del país es gobernado por la oposición. Si esta tendencia continúa en julio, México contará con una composición política pluralista en todos los niveles: el municipal, el estatal y el de la representación legislativa. No es un mal resultado en un país donde, desde 1929, un solo partido ha dominado todos los estratos de la representación.
Si las elecciones de julio se desarrollan normalmente, México dará un gigantesco paso adelante en todos los órdenes. Si la vieja guardia del PRI, los llamados dinosaurios, proceden a la Jorge Negrete --el PRI nunca pierde, y cuando pierde arrebata-- el precio de su desesperado y rapaz dominio será el caos, el dolor, el escenario imprevisible...
Dudo que esto suceda. Intimamente, el PRI sabe que su hora ha sonado y que su única posibilidad de sobrevivir es convertirse en un partido más. Pero toda vez que el PRI ha usado todas las máscaras imaginables --el nacionalismo revolucionario, el socialismo, el populismo, el intervencionismo de Estado y el neoliberalismo-- ¿cuál de todas ellas será, al cabo, su rostro verdadero?
Supongo que lo sabremos el 6 de julio de 1997.