El presidente (de la República) Zedillo, el presidente de la Asociación de Banqueros, el presidente (saliente) del Consejo Coordinador Empresarial, el presidente de Acción Nacional, Felipe Calderón, y sus amigos Fernández de Cevallos y Castillo Peraza, el presidente (dueño) de Tv Azteca y el virtual ex primer ministro de México, José Córdoba, se han unido tras el propósito de impedir que Cuauhtémoc Cárdenas sea gobernador de la ciudad capital del país.
Pero tan distinguidos personajes no se coligan sin una causa fundamental, sin algo que ya les caracterice, sin un propósito más amplio y perdurable: no es nada personal, sino eminentemente ideológico, político y... económico.
El salinismo empezó desde que Salinas se convirtió en el cerebro de un hombre con poco ídem, que fue Presidente de México (al menos, eso fue lo que se dijo). Pero el salinismo no es solamente familiar, sino de carácter institucional; es la concepción del Estado como instrumento directo de la formación de grandes grupos financieros, rectores de la economía y la vida social, por encima de la ``inoperante'' democracia, admitida por los liberales a través de la historia sólo a punta de revoluciones.
Sería un contrasentido que el salinismo asumiera como buena la democracia política cuando se trata justamente de eliminar al Estado --posible escenario de la democracia-- como poder frente al verdadero poder financiero.
La globalización (globalidad) mundial tiende a la supresión de la disputa democrática de ideas e intereses y su sustitución por decisiones asumidas por mercados oligopólicos de carácter mundial. La ideología de la globalidad es la de un pensamiento único. Si el Estado es la expresión de una determinada dominación, la democracia política hizo de éste un ámbito en disputa. Mover de lugar el poder es proteger la dominación de la capa financiera y poner a trabajar a todos para los financieros.
No es, por ello, una alucinación ver cómo la economía de las desigualdades prosigue su curso en los países menos democráticos, como México, Perú o Rusia. No, no se trata de países pobres, aunque lo sean, sino de aquellos donde la distribución del ingreso es terriblemente desigual. Pero no se trata tampoco solamente del poder local de los financieros, pues los criollos no se entienden a sí mismos sin los extranjeros, sus socios mayores, respetables, expertos, inteligentes y más blancos por añadidura.
México no puede escapar a la globalidad, se ha dicho. Cierto, muy cierto, pero falso, muy falso. Nuestro país puede asumir de otra forma la globalidad en curso, para lo cual es preciso cambiar de programa socioeconómico, es decir, abrir la democracia para que quienes no han tenido voz ni voto en las decisiones expresen sus intereses y los hagan valer.
Un triunfo de Cárdenas en la ciudad de México sería una derrota del programa de los neoliberales, empobrecedores del pueblo bajo la bandera del progreso y la modernidad que no se alcanzan. Y eso sí que no lo quieren admitir aquellas potencias y subalternos que ahora se han unido para evitar el éxito del candidato maldito del sistema, el que luchó los seis años contra el principal líder del salinismo, es decir, el señor Carlos Salinas de Gortari.
Esta es una lucha entre muchos bandos, mas el bando salinista la ha querido hacer suya solamente en contra de Cárdenas y el PRD. Pero, por fortuna, la diversidad nacional es mucho mayor que esto, aunque se vota por opciones políticas concretas.
El PRI empezó la presente campaña electoral atacando al PAN y al PRD casi por igual. Ahora, PRI y PAN se han unido para atacar al PRD, lo cual solamente reafirma la accidentada pero verdadera alianza estratégica entre aquellos partidos, pactada entre Carlos Salinas y Diego Fernández de Cevallos desde 1988.
Puede haber --y, de hecho, hay-- salinismo sin Salinas.