La Jornada viernes 13 de junio de 1997

Carlos Monsiváis
La credibilidad de José Córdoba

El careo entre Cuauhtémoc Cárdenas y José Córdoba Montoya terminó en el desencuentro entre dos estrategias para mi gusto equivocadas en distintos niveles. Cárdenas no explicó bien la (por lo demás muy comprensible) falta de pruebas, y perdió la oportunidad de elevar el nivel del enfrentamiento sustentándolo en razones políticas; Córdoba reiteró su inmensa capacidad de mentira y la sazonó con una puñalada trapera a Carlos Salinas de Gortari (del que ya no cree posible obtener honor alguno), y con una exhibición de pobreza económica y desamparo que conmovió sin duda a esa especie en extinción: los creyentes en su inteligencia.

Para defender su prestigio, el que retenga, Córdoba se ha concentrado en su bastión: la ausencia de pruebas directas en su contra. Es lo que procede legalmente, pero no le basta, y en su afán por exhibir la superioridad que le valió ser comparado con Fouché, Maquiavelo y el mismo Antonio Lozano Gracia, Córdoba opta por la fantasía: deslindarse a fondo de su inventor incómodo y negar cualquier papel en la toma de decisiones en el salinato, salvo, claro, las muy restringidas de la oficinita en donde, según nos quiere hacer creer, laboró tan humildemente.

Juez: Que usted fue el servidor más íntimo, más cercano, más influyente de Carlos Salinas durante su gobierno.

Córdoba: No, como jefe de la Oficina de la Presidencia de la República ejercí las funciones establecidas en el acuerdo de su creación.

¿No será Córdoba un videoclip de la modestia del género humano ¿Y quién lo saca de allí? Y viéndolo bien, la pregunta pertinente sería: ¿a quién le interesa sacarlo de allí? Córdoba, para disculparse con su creador político, ya acusó de ``insidia'' a la juez por la pregunta, que no es sino la síntesis de la opinión nacional, y se apresta a no admitir nada, como siempre, pero las conclusiones de su comportamiento se extraen solas. Al margen de su puesto formal, y esto es evidencia histórica, Córdoba fue en el pasado sexenio la figura casi central, la primera sombra de la República, el personaje con quien debían acordar los ministros, el hacedor junior de fortunas y caídas políticas, el enviado plenipotenciario, el Second Best, la influencia principal, el servidor más íntimo, influyente y cercano de Carlos Salinas (Todo eso se dijo y se publicó numerosamente durante el gobierno de Salinas, y Córdoba ni desmintió jamás tales afirmaciones, ni se atuvo a los límites de su ``puestito''). La prueba de la inmensa cercanía de Córdoba con Salinas, que a la luz de las revelaciones es ya simple complicidad, es la historia misma del sexenio, los decenas de miles de testimonios de la posición clave de quien hoy se ostenta como triste y lejano burócrata. Por eso no se puede juzgar a Córdoba al margen del gobierno salinista, y por eso, mientras no se investigue sólidamente a Carlos Salinas, y no a través del método Chapa Bezanilla de filtraciones, no tiene demasiado sentido acusar formalmente a Córdoba, entre otras cosas porque eso desvía la atención de lo central. ¿Para qué insistir en lo imposible de documentar, por lo menos, en este sexenio, si todavía no se efectúa el gran examen de daños nacionales, de la penosa celeridad de las privatizaciones, el aliento a la corrupción y la firma de un TLC tan inequitativo al arrasamiento ecológico y la persecución sangrienta a los disidentes? Urge el análisis a fondo de la impunidad gubernamental cuyo gran sinónimo es el salinismo. Luego de eso los cargos específicos serán más fáciles y consistentes.

Córdoba miente en lo general (la minusvalía de su función rectora) y en lo concreto. Se inició en la mentira burda con su ``doctorado''' en la Universidad de Stanford y se desborda en la inconsistencia al querer ocultar tras la bruma del No a la índole de su relación con Marcela Bodenstedt, que aloja en el pasado (esa etapa de la vida de los altos funcionarios donde nunca hay riesgos para la seguridad nacional). Afirma también: ``Es falso que como extranjero haya militado en el PRI'''. Respeto su nacionalización emotiva, pero si nos atenemos a las pruebas sí militó. En 1987, en el Diccionario Biográfico del Gobierno Mexicano se asegura que Córdoba ``pertenece al PRI desde 1980, donde ha desempeñado el cargo de asesor del director del IEPES (Carlos Salinas)''. Es una lástima que el internacionalismo neoliberal transgreda las leyes mexicanas.

Los sueños de la lucidez engendran boberías

En el juzgado, el día del careo, el interés de fotógrafos y reporteros y la reacción medrosa de autoridades obligaron al caos. Al cabo de días de represión en otros sitios, se golpea una vez más a los periodistas, mientras Córdoba emite la sonrisa que fue irónica, y hoy es mueca funeraria del cinismo. Ellos resisten y gritan en el juzgado ``¡Cuauhtémoc! ¡Cuauhtémoc!''', enfrentando a la impunidad con el símbolo a mano, el que resistió a Salinas y Córdoba.

La estrategia de Córdoba lo describe a la perfección pero sepulta su fama de lucidez sin tregua. Primero aprovechando el 10 de mayo, le recuerda explícitamente su mamacita al reportero del Washington Post que lo involucró en el narco (la descarga pueril de la mentada de madre es de una ``mexicanización'' pobrísima). Segundo, Córdoba manda a hacer una encuesta para demostrarle al juez su impopularidad entre los mexicanos (La Jornada, 9 de junio, nota de Rosa Icela Rodríguez). De 452 entrevistados, a la pregunta: ``Y si usted tuviera que contratar a Córdoba para algún trabajo, ¿lo contrataría o no lo contrataría?'', nueve por ciento responden afirmativamente, y 72 por ciento contesta que no. Supongo que ese nueve por ciento pertenece al sector empresarial beneficiado por Salinas y Córdoba, pero no localizo el sentido de la tarea. Averiguar la impopularidad de Córdoba es muy fácil, basta leer la prensa en estos días donde incluso sus defensores confiesan la antipatía que les merece, pero es descomunal el salto lógico que le atribuye a Cárdenas y dos diputados perredistas el origen de este juicio casi unánime. No, ni tampoco la causa es la xenofobia, sino, y esto lo comprende cualquiera, la conducta de Córdoba. De acuerdo a la lógica cordobiana: a) es tal la confianza en Cuauhtémoc del infelizaje mexicano, que basta que él lo diga para que el 72 por ciento declare no estar dispuesto a emplear a Córdoba; b) casi todos los empleadores posibles de Córdoba son unos imbéciles, que creen a pie juntillas las calumnias (y eso incluye a los de Banamex, que de modo no muy cortés se han deslindado de Córdoba según documentó Francisco Cárdenas Cruz), y c) Toda impopularidad gigantesca es producto de un complot. Además, no es muy inteligente de parte de Córdoba achacarle su despido del Banco Mundial a las declaraciones de los perredistas o, para el caso, de don Luis Colosio Fernández, que lo acusó de ``autor intelectual'' y a quien Córdoba no demandó, seguramente porque el dolor de un padre no causa daño moral.

Es obvio, la convicción de la sociedad entera puede carecer de peso legal. Pero la ausencia o el ocultamiento de las pruebas no equivale a la inexistencia de indicios y certezas colectivas. Y el alud de indicios y presunciones es la sentencia en la pared, y conste que no hablo de ``juicio histórico'' sino de acuerdo nacional. Si no admite discusión la importancia de Córdoba en el sexenio de Salinas, negarlo es fundar la honestidad proclamada en un acto terriblemente deshonesto. Córdoba --y este hecho público no admite desmentidos-- acumuló durante el salinato las prerrogativas más notorias. Eso, y no la xenofobia, es lo que lo acosa. Es ridículo el espectáculo del poderoso que finge no haberlo sido nunca, y ofrece la deslealtad a su inventor como prueba de lealtad a las leyes.

Al minimizar tan mentirosamente su cargo, Córdoba establece las reglas de su credibilidad. Si en eso tan comprobable defrauda, ¿qué no hará con lo demás? El desvanece su antigua influencia con tal de enviarle a Salinas todo el peso de la culpa.

A su modo, tiene razón; Salinas fue el Presidente de la República y es el mayor responsable, pero si Córdoba gozó de tales poderes, que de algo se responsabilice. ¿O es que su lucidez, como ya se ve, no fue sino uno más de los caprichos presidenciales?