Jordi Soler
Jennifer 21

Debajo del holgado título de ``Relax'', la sección ``Madrid'' del periódico El País presenta varias páginas de opciones para no estar solo en una habitación de hotel, o de casa, o en cualquier parte. Algunos ejemplos. ``Lili: mulatita, viciosísima, 5 mil pesetas''; y enseguida viene apuntado un número de teléfono. Ahora dos opciones notables por su brevedad: ``Viudita marchosa'', ``Canarión guapísimo''. La siguiente es más explicativa y toma su nombre de una fobia que está muy de moda en Barcelona: ``Jennifer 21'': modelo Play Boy en revistas americanas, cuerpo de infarto, depilada, vestido transparente y sin bragas, Zona Bernabeu, privadísimo, sin límite, 15 mil pesetas.

A continuación, dos ejemplos de talento específico. ``Diana: analmente insuperable, juegos prohibidos, jacuzzi''. Y el otro (ojo con el nombre que nos remite a la parte cruel de nuestra infancia): ``Cruela: sumisión, transformismo, fetichismo, lavativas''. Este otro alcanza a rayar en lo poético: ``Madora: vibradores, lluvia, dominación''.

Más adelante aparece esta oportunidad laboral, capaz de resolver un mal momento económico, a partir de un esfuerzo en equipo: ``Matrimonio intercambia pareja, 30 mil pesetas''. Y al final de estas varias páginas de opciones para no estar solo, varios gritos desesperados, de todos los sexos y en este tenor: ``Sexo gratis''.

Barcelona, la ciudad en donde se están escribiendo estas líneas, estrena una variante contagiosa de la claustrofobia, que se conoce con el nombre de Jennifer 21. El nombre fue tomado de un comic underground catalán, cuyas historias dibujadas a la Joan Miró, suceden sempre adentro de un elevador.

Un caso típico de Jennifer 21: salgo de mi habitación que está en el octavo piso del hotel Taber. Oprimo el botón que tiene una flecha doble de dos puntas, una hacia arriba y otra hacia abajo. Cuando el elevador abre sus puertas para que lo aborde decido, inspirado por un terror momentáneo, que bajaré a pie los ocho pisos, sin reparar en lo impráctico ni en lo fatigoso del acto. Hasta aquí Jennifer 21 puede confundirse con la claustrofobia. El asunto se vuelve novedoso cuando se trata de subir los ocho pisos: subirlos a pie parece un acto tan irracional como encerrarse en el elevador durante el trayecto. No queda más opción que una salida negociada entre el probable miedo y la posible fatiga; y entonces se opta, de forma natural, por reducir los dos factores: se recorren cuatro pisos en elevador y cuatro a pie: ni tanto miedo, ni tanta fatiga. Jennifer 21 es, según el doctor barcelonés Francesc Palau, ``una fobia cómoda''.

Dos curiosidades: el trayecto se hace siempre en solitario (porque cada quien negocia de forma distinta con su fobia); la moda, a partir de Jennifer, empieza a transformarse (las escaleras obligan a usar zapatos cómodos y estos, a su vez, son la base de una ropa más casual).

El origen de este terror de cuento es, según el doctor Palau, el calor de 30 grados y humedad excesiva, que padece en estas fechas Barcelona. ``Tanto calor --dice el especialista-- produce un sentimiento de opresión, que en un lugar cerrado como el ascensor, puede confundirse con la claustrofobia, esto es lo que ahora llama la gente Jennifer 21''.

Subir al octavo piso del hotel Taber es un problema. Hay quien sube en dos porciones, una de elevador y otra de escalera, hasta su habitación. Pero también los que van alternando un piso por elevador y otro por escaleras, con la ilusión de reducir al máximo la posibilidad de quedarse atrapados.

El elevador y las escaleras tienen tráfico constante. El fenómeno se multiplica en todos los edificios de Barcelona. Jennifer 21 marcará en buena medida el ambiente del próximo verano.