La Jornada domingo 15 de junio de 1997

PALESTINA: LA GASOLINA Y EL FUEGO

Estados Unidos, como las Naciones Unidas, jamás había reconocido la anexión a Israel de Jerusalén oriental después de la guerra árabe-israelí de 1967. Es más, por 30 años la embajada de Washington funcionó en Tel Aviv y sólo dos países de la comunidad internacional instalaron sus embajadas en la ciudad santa de tres religiones, que tanto los israelíes como los palestinos consideran su capital. Por último, el Departamento de Estado había actuado, supuestamente, como mediador entre Tel Aviv y la Autoridad Nacional Palestina durante los últimos meses de provocaciones constantes del gobierno israelí para modificar el equilibrio demográfico actual entre árabes e israelíes expulsando a los primeros de esa ciudad (por ejemplo, mediante la construcción de un túnel bajo la mezquita de Omar, la expulsión de los beduinos de Bir el Ghaneim para construir allí un barrio judío, los planes de construcción vial para aislar a los palestinos de Jerusalén de los de otros sectores de Cisjordania y otras medidas semejantes).

Ahora, la explosiva situación en el Cercano Oriente se ha agravado súbitamente debido a un sospechoso coup de theatre que lleva la tensión al extremo y acerca mucho el riesgo de una guerra entre Israel y los países árabes. En efecto, la resolución de la Cámara de Representantes estadunidense es demasiado unánime (406 votos contra sólo 17) como para que ambos partidos no hayan establecido previamente un acuerdo que ni la Casa Blanca ni el Departamento de Estado, pese a sus protestas formales, podían ignorar. Además, mientras Jordania y Egipto negociaban y, responsablemente, buscaban evitar lo peor (al mismo tiempo que la prensa egipcia enviaba reiterados llamados a la cordura recordando a Israel que la ruptura con el mundo árabe llevaría a la guerra), el gobierno israelí, por el contrario, desafiaba la voluntad de paz de la mayoría de su pueblo, de los árabes, del mundo, y aumentaba la escalada de las provocaciones políticas y militares prefiriendo una guerra, ahora, a unas elecciones perdidas y a una paz lograda al costo de ceder territorio ocupado.

Así aumentó la militarización y la represión en las zonas ocupadas y acrecentó en ellas el número de colonos y la división de las tierras palestinas; así llegó a acuerdos con Turquía que, además de acelerar el rearme israelí de carácter ofensivo (comprando bombarderos de alcance muy superior al de una guerra defensiva) permitían a los aviones de guerra israelíes volar sobre suelo turco a pocos kilómetros de la capital siria, Damasco; así aumentó su presencia militar y su represión en el Líbano, tratando las continuas resoluciones de las Naciones Unidas como si fuesen simple papel mojado.

Hoy, Washington se quita la máscara de mediador y toma partido directamente por el gobierno israelí belicista y de ultraderecha, que no representa sino apenas la mitad del electorado de Israel y que cuenta con menos de la mitad del mismo en lo que respecta a la guerra que Netanyahu está preparando. ¿Ha predominado acaso la idea de que ésta era inevitable y que, por consiguiente, es mejor golpear por separado a algunos países árabes antes que tener que combatir contra todos? ¿Significa esa resolución que Israel desea una dictadura férrea en Palestina frente a la creciente Intifada y también una guerra en Líbano y en Siria misma contra Damasco, corriendo el riesgo de que Egipto participe en ella, para aprovechar que Irak está desangrado y bajo la amenaza turca? ¿Alguien ha resuelto echarle gasolina, en vez del agua del apaciguamiento, al fuego del Cercano Oriente, aprovechando la complicidad de muchos gobiernos árabes y la división y confusión de los competidores europeos? ¿A 30 años de la guerra de 1967, otra generación conocerá el horror bélico generalizado en esa martirizada región?