Cuando algo nos molesta o nos preocupa, nos tornamos irritables, hipersensibles, se nos alteran los ritmos vitales y eventualmente padecemos insomnio.
Tales síntomas los encontramos hoy por hoy en los dirigentes y equipos cercanos a los partidos Acción Nacional y Revolucionario Institucional, que ven con nerviosismo el derrumbe de sus expectativas para el proceso electoral que va transcurriendo tan rápidamente para ellos.
El PRI tiene una más grande preocupación, porque no estaba como el PAN, acostumbrado a las derrotas electorales durante largos años; por primera vez en su historia, se encuentra en riesgo de no obtener, ni con ayuda de la ``cláusula de gobernabilidad'', mayoría en la Cámara de Diputados, y por primera vez también --se dice que siempre hay un primera vez-- ve con preocupación creciente que el gobierno de la ciudad de México, capital de la República y centro urbano más grande e importante del país, se le escapa de sus manos para quedar en las del PRD y del tenaz Cuauhtémoc Cárdenas.
El PAN, por su parte, está también metido en una guerra de nervios, pues ya se había engolosinado con sus aparatosos triunfos durante el sexenio anterior y contempla de pronto cómo bajan sus bonos y cómo su candidato de lujo, el ``arquitecto'' de la elevación del partido a los cuernos de la luna, es rechazado y frecuentemente abucheado, no sólo en mercados y universidades públicas, donde era de esperarse, sino en reuniones de clase media y en universidades privadas.
Y el nerviosismo y la desazón que provoca enterarse todos los días de que las encuestas no favorecen a sus partidos, además de quitar el sueño, de provocar irritabilidad, se manifiesta también en errores, incumplimientos a citas, actitudes desafiantes y regañonas.
Uno de esos errores a que me refiero, lo cometió el candidato al Senado por el PRI, Esteban Moctezuma, que propuso que fuera a través de un fideicomiso que se hiciera la declaración de bienes de los candidatos; con esta propuesta, el candidato demostró que sus asesores no saben bien a bien qué es un fideicomiso, pero les pareció elegante la palabrita, de moda durante el gobierno de Luis Echeverría, para dar a entender que así las cosas estarían muy claras o los bienes de los candidatos muy bien resguardados.
Otra muestra del nerviosismo, lo constituyen los innumerables desafíos a duelo televisados que los candidatos que van abajo en las encuestas, hacen a diestra y siniestra con la esperanza de que alguien debata con ellos, y a lo mejor de ese debate, como sucedió en 1994, sale un cambio en las tendencias electorales.
En este mundo de nervios tensos han sido muy oportunas las opiniones del reconocido dirigente empresarial Sánchez Navarro, quien propone posponer el debate sobre programas económicos hasta después de las elecciones, y la presentación del Partido de la Revolución Democrática de su proyecto de acciones políticas y especialmente legislativas de los primeros cien días de ejercicio de los nuevos parlamentarios del partido.
En efecto, en estos momentos lo mejor es que se presenten programas, y si se han de efectuar futuros debates, éstos sean fuera de contienda electoral, ya que hasta ahora se han dado a conocer a la opinión pública como si se tratara de una competencia pugilística impidiendo a los observadores y futuros votantes sopesar y meditar las propuestas que, aun cuando sean muy buenas, pasan a ocupar un segundo término frente a los intercambios de acusaciones y decires.
Pudiera ser que el nerviosismo se recrudezca y que los errores se multipliquen, pero hay que recordar a los candidatos y dirigentes de partidos que van abajo en las encuestas un principio que debe tranquilizarlos o al menos conformarlos: la democracia es autocorregible y el votante de hoy está juzgando a los candidatos por lo que hicieron ayer, ellos y los de su partido, de la misma manera que el votante de mañana juzgará a los candidatos de entonces por lo que hagamos los de ahora.