PAN: de filósofos a magnates

De cómo vino El Maquío y cómo se fue

Abraham García Ibarra


Cuando, después de una etapa de brava beligerancia como líder nato de la oligarquía económica, que culminó a tambor batiente luego de la nacionalización de la banca en 1982 con la ofensiva México en la libertad, pasó a la lucha plena político-electoral que lo llevó a disputar la Presidencia de la República, Manuel de Jesús Clouthier del Rincón terminó desconcertando a los bárbaros del norte al caer en una posición de repliegue, no obstante haber amenazado con encabezar una campaña nacional de desobediencia civil contra los resultados de los comicios del 6 de julio de 1988.

Los analistas de esa época se conformaron con la explicación formal de que El Maquío, en un acto de disciplina partidista, se había doblegado al mandato del Consejo Nacional del PAN que, en la fase poselectoral, optó por reconocer el triunfo de Carlos Salinas de Gortari a cambio del compromiso de democratización del sistema político mexicano.

Es probable, sin embargo, que no pocos militantes del clouthierismo sigan inclinándose por una segunda hipótesis: la orientada en el sentido de que, empresario al fin, hecho el balance financiero de su aventura electoral, Clouthier, convencido por el salinista Manuel Camacho Solís, cedió a la tentación de pactar el finiquito de un litigio económico con el magnate del comercio, Juan Manuel Ley, por una jugosas diferencia en la liquidación de un predio urbano en el que el segundo instaló, en Culiacán, una supertienda de la cadena occidental Plazas Ley. La pasión política, pues, derrotada por un remunerador y crematístico pragmatismo.

Lo que acredita verosimilitud a esa especie es que Clouthier, todavía priísta en la década de los setenta, sorteó hábilmente la afectación del latifundio ``Paralelo 38'' alterando los deslindes de su propiedad, además de que, en 1982, la Federación de Pequeños Propietarios Agrícolas y Ganaderos denunció que el agroempresario se había favorecido con créditos públicos preferenciales para el campo, desviándolos hacia desarrollos inmobiliarios urbanos, por un monto superior a 2 mil millones de pesos.

Ese episodio se inscribe en el marco de un proceso que los politólogos han pretendido desestimar: el trasiego de cuadros dirigentes de los directorios empresariales a los del Partido Acción Nacional. A partir de los setenta, sólo en la nómina del liderazgo de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) es posible rescatar los siguientes nombres: Clouthier del Rincón, Adalberto El Pelón Rosas López, José María Basagoiti, Jorge del Rincón Bernal, Norberto Corella Gilsamaniego, Rodolfo Elizondo Torres, Emilio Goicoechea Luna, José Luis Coindreau, Eugenio Elorduy, Carlos Amaya Rivera, Javier Castelo Parada, Eloy S. Vallina, Gerardo Pellico Agüeros y Daniel Cárdenas Izábal.

Si uno traslada la lectura de esa relación a las listas de activistas, dirigentes, candidatos y legisladores del PAN, entiende porqué se puede hablar en los últimos 20 años de panismo histórico y neopanismo. Con el agravante de que por lo menos cuatro de los nombrados, se han visto beneficiados con concertacesiones económicas autorizadas por el gobierno ora en la banca, ora en el comercio o la industria.

Con el expediente Clouthier, ¿cómo sorprenderse de que, unos cuantos años después, Diego Fernández de Cevallos haya caído en la tentación de Punta Diamante, apenas unos meses antes de que aceptara la candidatura presidencial bajo la cabalística insinuación de ``¿y usted, Diego, por qué no?'', hecha en Los Pinos, en donde se convirtió en asiduo huésped.

La mutación del panismo

En una simplificación muy doméstica, se suele reducir el ascenso electoral de la derecha en México a dos fenómenos de suyo corrientes e insuficientes: el supuesto fracaso planetario del socialismo a partir de la desintegración de la URSS y la derechización de las sociedades nacionales periféricas, como factores aleatorios a la crisis de prestigio del PRI, domesticado por el neoliberalismo tecnocrático.

Convendría, contra ese reduccionismo facilón, poner al PAN, como centro de gravedad de la derecha político-electoral, en un entorno más vasto y desde sus raíces sociológicas en su expresión religiosa y económica. Nos permitiría especular sobre la crisis del panismo histórico. La nueva etapa, entonces, se abriría en dos momentos: La desaparición de Adolfo Christlieb Ibarrola, el que se resistía a mezclar la política con la religión cuando operaba una recia ofensiva para afiliar al PAN a la Democracia Cristiana, y la deserción de Efraín González Morfín, renuente a aceptar que el partido quedara supeditado a los designios de los grupos de poder real, concretamente del Grupo Monterrey, de cuyo Instituto de Estudios Superiores, dicho sea de paso, egresaron personajes como Clouthier y Goicoechea Luna, para citar a dos de los más conspicuos.

Es el tiempo en que, en extinción ya la generación fundacional, los herederos no sienten el sabor del hispanismo de tufo franquista y buscan nuevos derroteros. La Iglesia católica es comandada por Paulo VI y, sofocados los intentos conciliares de aggiornamento, su Estado administrativo es conocido como Vaticano, Sociedad Anónima. En su enervada secularización financiera, su control queda en manos de los legatarios de Bernardino Nogara: Michele Sindona, el siciliano que termina en la cárcel; Lucio Gelli, que acaba en prófugo de la ley con sus socios de la logia Propaganda Dos, y Roberto Calvi, colgado de un puente. Los tres tripulados por el obispo Paul Marcinkus, ``el financiero de Dios''. Dos de ellos, empollados por el fascismo y al servicio de los ejércitos de Mussolini; tres asociados con la mafia, y los cuatro en pacto común con los sucesivos gobiernos de la Democracia Cristiana.

Es a esa organización internacional a la que los relevos panistas se acercan en su búsqueda de apoyos externos. Su agente es Arístides Calvani, el venezolano ex canciller por el Comité de Organización Política Independiente (Copei) y líder de la Organización Demócrata Cristiana de América. Lo vimos, a principios de la década de los ochenta, en México, en cónclaves panistas. Los promotores de su visita fueron Carlos Castillo Peraza y Alejandro Avilés.

Los líderes panistas en embrión oteaban a los cuatro puntos de la rosa de los vientos. Los de Puebla, hacia 1964 se gratificaban con el golpe de Estado contra Joao Goulart, cuyos autores terminarían proclamando la democracia sin adjetivos; hacia 1966 se regocijaban con Juan Carlos Onganía que, después del golpe contra Illía, consagraría a Argentina al Sagrado Corazón; su emoción culminante la propiciaría en 1973 Augusto Pinochet. Después de todo, allá estaba el amigo Eduardo Frei, cuya Democracia Cristiana sería aliada de la conspiración contra el gobierno de la Unidad Popular (no es casual que buena parte de la Plataforma Legislativa 1997-2000 del PAN respire, en materia cultural y laboral, aires de aquellos que desde esa época sopló la Junta Militar).

Y no es accidental la devoción a esos regímenes: Se dijeron católicos; anticomunistas bajo la concepción de ``las fronteras ideológicas''; antiestatistas en convicción contrarrevolucionaria, y fieles, porque allá se fraguó el complot en cada caso, a Estados Unidos. Militantes, en intransigencia bárbara, los de Chile y Argentina en la Escuela de Chicago, la del señor Milton Friedman. ¿Qué de extraño tiene que, en su mutación última, el panismo haya quedado subyugado por el predominio empresarial?

Cuando Felipe Calderón Hinojosa anuncia que, bajo su liderazgo, el panismo encontrará su verdadera identidad --acaso como opción de centro-- para la fase electoral 1997-2000 en que se prepara para la Presidencia de la República, puede estarse engañando a sí mismo. Es difícil aceptar que llegue a engañar a los demás. La cruz de su parroquia está a los ojos de todos. O como dirían los bárbaros del norte: ``Están muy vistas tus placas''. Sobre aviso, pues, no hay engaño. Esa victoria cultural que proclama Castillo Peraza un día sí y otro también, apenas si resiste el examen de la inteligencia más elemental.