Siempre me ha parecido que las únicas dos razones que deben justificar la presencia de un músico (ya sea que use falda o pantalón) en una orquesta son su calidad como ejecutante y su compromiso con la música. Sin embargo, no deja de ser sospechoso el hecho de que casi en el umbral del siglo XXI todavía existan algunas orquestas en el mundo (particularmente por los rumbos de Berlín y Viena) que se manejan como feudos machistas y sexistas a través de una política excluyente y discriminatoria hacia las mujeres, política que poco tiene que ver con méritos estrictamente musicales y que está basada en deleznables conceptos estéticos y sociales más propios del paleolítico que de nuestro tiempo. Nuestras propias orquestas, por ejemplo, si bien no son excluyentes, no reflejan con claridad la proporción de hombres y mujeres de la población. En este contexto, ¿qué tan buena idea es formar una orquesta habitada exclusivamente por mujeres? ¿Discriminación en reversa?
Tal preámbulo especulativo se debe al reciente concierto inaugural de la Orquesta de Mujeres del Nuevo Mundo, un debut que quizá sembró más dudas de las que despejó. Para este concierto, la novel orquesta organizó un programa de corte femenino: una directora invitada, dos mujeres solistas, obras de tres compositoras... y un público con abundante representación femenina.
Bajo la dirección de Isabel Mayagoitia, la Orquesta de Mujeres del Nuevo Mundo inició su existencia pública interpretando una obertura de Fanny Mendelssohn, obra con la que se demostró que sexo y apellido ilustre no son argumentos suficientes ni automáticos para generar buena música.
Esta obertura de la hermana de Félix Mendelssohn resultó ser una pieza de alcances muy menores, con más talacha que música, y francamente aburrida. En seguida, la flautista Judith Johanson y la arpista Gunta Salaks dieron vida al Concierto K. 299 de Mozart. Intérpretes ambas con una larga experiencia, las solistas suplieron con habilidad lo que a la orquesta le faltó en cuanto a dotar a Mozart de esa vitalidad y chispa espiritual que hay en casi toda su música, y lucieron particularmente en sus cadenzas. Para iniciar la segunda parte del programa, Mayagoitia dirigió uno de los grandes hits de Georg Friedrich Hndel: La llegada de la reina de Saba, cuya fama me sigue pareciendo inexplicable, sobre todo a la luz de tanta música realmente superior que hay en el catálogo del compositor. Y a continuación, el único momento atractivo de la noche: el estreno en México de una breve sinfonía de la compositora austriaca Marianne Martínez (1744-1812), obra cuya frescura y vitalidad permitieron al auditorio detectar la evidente influencia de Haydn en el trabajo de la autora. Para finalizar, la soprano Lucía Salas cantó un puñado de canciones de María Greever, en versiones orquestadas con poca imaginación, en las que la cantante pareció estar atada a un esquema rítmico demasiado rígido. Dicho de otra manera: un poco de rubato aquí y allá hubiera sido muy saludable para estas canciones de raíz cabalmente popular.
Por una parte, sea bienvenida en nuestro medio la creación de cualquier orquesta nueva, si sus intenciones musicales son legítimas. Por otro lado, qué bien que la iniciativa privada se involucre de lleno en el fomento de la música; los 17 espacios publicitarios en el programa de mano hablan de una buena labor de promoción, aunque es preciso señalar que el generoso patrocinio no se reflejó ni en la calidad ni en la presentación del programa de mano. Otro asunto importante es el de la sede elegida por la orquesta para su debut. Si bien el Hotel Nikko fue uno de los principales patronos del concierto, no parece muy buena idea presentar a una orquesta nueva en un salón de fiestas de un hotel caro, por dos razones: la primera, un cierto aliento de elitismo combinado con un ambiente de crónica de sociales; la segunda, que no se puede disfrutar un concierto en un salón con visibilidad y acústica realmente malas, y desde donde la música del lobby bar se escucha tan fuerte como la orquesta misma. En cuanto a la calidad musical, es claro que una orquesta es tan buena como el más débil de sus músicos, y si bien es cierto que hay algunas de las secciones de la Orquesta de Mujeres del Nuevo Mundo que suenan bien, también es cierto que la sección de violines como colectividad no está a la altura de Viktoria Horti, su concertino, quien sí es una violinista de experiencia y calidad más que probadas.
A la luz de lo visto y oído en esa noche inaugural me parece que es muy pronto para hacer un juicio definitivo sobre la Orquesta de Mujeres del Nuevo Mundo, sobre todo dado el peculiar entorno en que transcurrió este concierto. Lo que sí es evidente es que, además de apretar algunas tuercas en el plano puramente musical, quienes administran al conjunto deben poner más cuidado en la elección de su repertorio, sus espacios y sus formas de comunicación con el público. El reparto generoso de muestras gratuitas del shampoo de uno de los patrocinadores no es precisamente el mejor camino hacia la credibilidad de una orquesta nueva