Elena Poniatowska
El día que cambiamos de nombre
(II y última)

Hombres y mujeres de armas como los zapatistas, jamás los habíamos visto: dispuestos al autocuestionamiento, con todo y que los determina la fe en sí mismos y en sus ideales; seres que, en medio de sus circunstancias, o tal vez debido a ellas, conservan su capacidad de asombro y alimentan la nuestra. Marcos es el primer jefe guerrillero con e-mail. Independientemente de su poder de seducción --puntal del zapatismo han sido sus comunicados-- posee la visión de hacer uso de los medios que la tecnología brinda para extender su lucha. Así, a través de Marcos y de los instrumentos a los que ha sabido recurrir, estos rebeldes que en buena parte no saben hablar español, se comunican con nosotros mejor que cualquier experto. Hombres como usted y como yo, vaya, que se ilusionan, se entristecen, se enamoran, hablan del condón, de los dispositivos intrauterinos, del aborto y la violación y escuchan los argumentos de las indígenas que para elaborar sus leyes revolucionarias de guerra dicen que hay cosas que son de mujeres y les plantean a sus compañeros: ``¿Cuántas veces has tenido la regla tú? ¿Cuántas veces has parido? ¿Ves que no somos iguales? Por eso tenemos demandas diferentes''.

``Es cosa de hombres'', decimos en México para indicar que se trata de un asunto grave. Este libro es un asunto de hombres porque hombre es quien lo escribe y hombres los entrevistados: Marcos, Tachoy Moisés. Ninguna mujer. El movimiento zapatista, sin embargo, con todo y que sus insurgentes aprendieron táctica militar en los manuales de los rangers, de los marines, de los siespos, de los seals, no es sólo cosa de hombres, porque si un levantamiento ha demostrado que los asuntos graves son también cosa de mujeres ha sido éste que cimbra al mundo desde las montañas del sureste mexicano.

Tras la personalidad de Marcos, quien llamó mayormente la atención desde el estallido fue la figura diminuta de la comandante Ramona, cuya enfermedad volvía más desgarradora su lucha. Recuerdo que, cuando comenzaron a surgir en el mercado los muñequitos zapatistas, decíamos: ``no es Marcos, es Ramona porque traen faldita''. El papel fundamental que las mujeres juegan dentro del EZLN, con sus resonancias en cuanto a la situación general de las mexicanas --el olvido ancestral, la explotación, el ninguneo-- ha sido objeto de estudio en otros libros, entre ellos el magnífico ensayo-crónica-novela de Guiomar Rovira, Mujeres de maíz. Guiomar es una escritora que vive en Chiapas entre las indígenas; a la vez que entrevista, toma notas, observa y escribe, pone a remojar el nixtamal, lo muele, echa tortillas al comal y da a luz en la selva Lacandona.

¡Todos somos Marcos!

Entre las muchas respuestas que el subcomandante Marcos le da a Yvon Le Bot, me llamó la atención aquella sobre los nombres que escogen los zapatistas. Algunos escogieron nombres bíblicos, otros, los de compañeros a quienes admiraban, pero en la comunidad de Palo hubo uno que se puso Carlos Salinas de Gortari.

--¿Pero por qué? --le preguntaron. La respuesta tuvo su lógica:

--Porque así, cuando me detengan, luego luego me van a soltar.

Finalmente lo convencieron de cambiar a otro nombre con las mismas iniciales: Carlos Sierra González. Otra quiso llamarse Angélica María, otra Gloria Trevi. A propósito de la Trevi, recuerdo que cuando le sugerí al subcomandante que la invitara me respondió, los ojos risueños:

--Si viene ella, le cubrimos la selva de flores blancas.

A los hombres les dio por los Fideles, Castro y Velázquez, y hubo uno que se puso Ronald Reagan. Recuerdo que cuando Marcos envió a uno de sus choferes a recogernos a Guadalupe Tepeyac, Manuel Fernández, mis hijos y yo nos pusimos a platicar con él. Al rato ya éramos amigos, a pesar de su pasamontañas y su fusil; cuando le pregunté si le gustaba su trabajo dijo:

--Bueno, si yo tuviera escuela sería chofer de Salinas de Gortari, pero pues como no tengo, soy chofer de Marcos.

Me quedé patidifusa y pensé que el endoctrinamiento no había calado muy hondo si el chofer confundía a tal grado la calidad de la melcocha. Pero también me encantó la fiereza de los zapatistas a la hora de los cateos en los retenes y su naturalidad en las respuestas. Había algo fresco e ingenuo en su trato, como si acabaran de nacer al diálogo. El candor los volvía entrañables. Todo ello nos remite a las relaciones del sup con Durito, con el viejo Antonio, con los animales, la flora y la fauna. El libro no es sólo un testamento ideológico sino un recorrido por los enigmas de la selva y por la historia de las guerrillas en nuestros países. Chiapas, Guatemala, Nicaragua, Cuba, Bolivia, ahí donde el Che Guevara eligió seguir siendo un rebelde, es el mismo pedazo de tierra, nuestra selva, la misma injusticia que nos lacera y que, en el momento de mayor persecución hacia el zapatismo, nos hizo a todos salir a la calle y cambiarnos de nombre, igual que los militantes en la selva Lacandona, para gritar frente al balcón presidencial: ``Todos somos Marcos''