La Jornada 21 de junio de 1997

REGRESO A CASA IRINEO TRISTAN

José Gil Olmos, enviado, y Martha Patricia Castro, corresponsal, Pueblo Viejo, Ver., 20 de junio Ť El pueblo pesquero asentado a la ribera del río Pánuco se desvocó cuando Irineo regresó a casa. ``Bienvenido'', le dijeron en carteles, con música de mariachi y llanto. ``Gringos asesinos'', gritaron otros de los suyos en el camino. Pero para la familia el reclamo fue hacia el gobierno mexicano, ``que no nos hizo caso'', exclamó don Honorio Tristán.

El día más importante para Irineo Tristán Montoya fue el de su muerte. Desde la frontera no dejó de recibir muestras de apoyo. Algunas veces fueron flores y porras, otras lágrimas y lamentos, pero casi siempre por donde pasó, desde Matamoros, Tamaulipas, hasta Pueblo Viejo, Veracruz, los gritos fueron contra quienes le quitaron ``con autorización'' la vida, o con permiso le otorgaron la muerte.


Llegada del cadáver de Irineo Tristán a
la colonia donde nació.
Foto: Omar Meneses

Cuando reverberaba el sol entre las calles polvosas de Pueblo Viejo y la sombra apenas era un regalo de los escasos árboles, apareció en la carretera la caravana que acompañaba a Irineo en su último viaje.

A la mitad de su vida el Ney --como le llamaban a Irineo sus amigos-- dejó el pueblo pesquero y a su familia. Con un amigo se fue hacia Brownsville, Texas, a buscar la fortuna que jamás alcanzaría en su tierra, aunque trabajara en lo mismo: sacando camarón del Golfo de México.

Honorio, su hermano menor, quien tenía entonces sólo 13 años, lo alcanzó después en compañía de un miembro más de la familia. Como casi todos los de Pueblo Viejo, los Tristán Montoya pasaron de mojados a través del río Bravo. Arrastrando una condición marginal por el puerto de Brownsville, ocultándose de la migra, los tres hermanos lograron encontrar un trabajo en distintos barcos camaroneros. En una de esas naves Honorio cuenta que se enteró de la detención de su hermano por el asesinato del taxista John Kilheffer. ``Lo escuché por el radio'', dice, y recuerda ese año de 1985.

El sueño de la fortuna se transformó desde entonces en pesadilla. ``Estados Unidos es el país de la muerte'', exclama ahora don Honorio, siguiendo el féretro donde descansa su hijo Irineo.

Dubitativo, Honorio hijo mira la pared de su casa cuando, minutos antes de la llegada de su hermano, se le pregunta si regresará algún día a buscar trabajo en tierra estadunidense. ``No sé, no creo, hay que pensarlo dos veces, es que ahora ya se pasan de cabrones''.

México lindo y querido, si muero lejos de ti...

Los cinco hermanos de Irineo llevan a cuestas el ataúd metálico. Sudorosos resisten el sol. Cientos salen a la calle principal de Pueblo Viejo a recibir a Irineo, quien por fin regresa a la casa donde viven sus padres, la misma que abandonó sin su permiso cuando apenas tenía 17 años, en busca del sueño americano.

El mariachi toca un son que se titula Tampico hermoso. Son las 5 de la tarde, pero el calor no amaina. Niños, mujeres y hombres humildes caminan al lado de Irineo. Al frente llevan un cuadro con la Virgen de Guadalupe. A los costados, carteles en los que manifiestan algo de lo que sienten: ``Irineo, bienvenido a casa'', dice el que lleva una niña; ``Irineo, vive tu recuerdo para exigir coraje en la defensa de los derechos humanos de tus hermanos condenados a muerte'', reza otro que lleva un adolescente.

El viento que llega del río Panuco no alcanza a refrescar la tarde, ni tampoco las lágrimas que escurren en los rostros de algunas mujeres. ``¿Por qué, Dios mío, asesinos?'', gime una de ellas mientras estrecha a un niño entre sus brazos.

Moños negros cuelgan en la calle que lleva a la casa de la familia Tristán Montoya. Las calles de tierra de la Congregación Anáhuac, del municipio de Pueblo Viejo, Veracruz --colindante con Tampico, Tamaulipas--, de pronto son ocupadas por amigos, vecinos y miembros de la familia.

En una camioneta viaja la madre de Irineo, Emilia Montoya, quien se encuentra enferma de cáncer en uno de los pulmones. Los hijos temen que ahora se acelere la enfermedad. Poco pueden hacer.

Casi al llegar a la casa de los Tristán los mariachis tocan la canción que arranca algunas lágrimas en los rostros de los hombres que caminan alrededor del ataúd. ``México lindo y querido, si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido, y que me traigan aquí'', canta el mariachi a Irineo.

Atrás, en una ambulancia destartalada, su padre reclama la nula asistencia del gobierno mexicano para salvar a su hijo. ``Aquí está la muestra, traigo a mi hijo, pero no como yo quería''.

A su vez, Arturo Solís Gómez, presidente del Centro de Estudios Fronterizos y Promoción de Derechos Humanos, de Reynosa, asegura que cuando vino el presidente Zedillo, hace dos semanas, ``nos dijeron que tenía todo su tiempo ocupado, pero como sí tuvo tiempo para recibir a los Toros Neza'',

Incluso aseguró que los consulados mexicanos de Houston y Brownsville trataron de ``manipular'' el traslado del cuerpo de Irineo para que no fuera visto por los mexicanos. En la frontera con Matamoros se trató de desviar la caravana por el Puente Viejo mientras que por el Puente Nuevo los esperaban cientos de connacionales.

Honorio hijo aseguró que su hermano Gabriel tuvo que ponerse frente a las patrullas mexicanas para obligarlos a regresar por la ruta donde los esperaba la gente. ``El Puente Nuevo estaba lleno y no querían que se escucharan los gritos contra los gringos'', sostuvo Solís Gómez.

La última noche en casa

En el patio de la casa de los Tristán Montoya --a medio construir-- la foto de Irineo se muestra orgullosa. Se le ve fuerte, con los brazos cruzados y el torso moreno de pescador. La imagen está en un altar con flores. Pero su cuerpo ahora está dentro del ataúd y en el pecho sin vida ahora lleva la bandera tricolor de México.

Una larga hilera espera ver su rostro macilento. En los ojos de niños, hombres y mujeres se repite la imagen de Irineo. Una carta es repartida por Pueblo Viejo, está firmada por Ney y es del 30 de agosto de 1990.

``Yo no sé, pero lo que se siente estar bajo sentencia de muerte es muy difícil de explicar. Todos mis compañeros aquí están sentenciados a morir y todos casi andamos juntos. Para mí, si algún día, con el favor de Dios, salgo de aquí, esto va a ser como una experiencia que tuve, pero quién sabe, todo está en Dios que salga o no''.

En Pueblo Viejo anochece. Sobre las aguas del Pánuco descansan los barcos camaroneros. Irineo descansa en el suyo. Este sábado termina el periplo para el joven mexicano que hace 13 años salió en busca de una esperanza y que sólo encontró una muerte ``autorizada''.