Alberto Aziz Nassif
Fidel: un siglo de historia
Parecía que a Fidel Velázquez le había pasado de largo su cita con la muerte, que ya no moriría. El último de los cinco lobitos (junto con Quintero, Yurén, Sánchez Madariaga y Amilpa) acaba de morir y ahora formará parte de la historia contemporánea del país. Hay dos situaciones que hacen de este líder un caso excepcional en la historia moderna de México: su amplio poder y su larga permanencia. Nadie en México ha durado tanto tiempo en una posición de primera importancia. Fidel fue el mayor operador del sistema corporativo estatal, al que está sometida la mayoría de los trabajadores. Es muy posible que ningún líder vuelva a acumular ese capital político de control e interlocución gubernamental, como lo hizo Fidel Velázquez. Puede ser que Fidel haya sido la mejor encarnación del sistema político mexicano actual. Quizás su muerte sea también un presagio simbólico del final de este sistema.
Era una costumbre preguntar en cualquier análisis que se hiciera sobre el movimiento obrero: ¿qué va a pasar cuando Fidel ya no esté al frente de la CTM? Y la respuesta era una gran interrogante. Fidel permaneció porque fue el creador y el operador hábil y pragmático que supo ubicarse y reproducir la estructura de poder corporativo. No aspiró, como Morones o Lombardo, a la silla presidencial; supo conservar su lugar y se volvió una pieza indispensable de la maquinaria estatal. Sería imposible explicar los últimos 60 años de la relación entre el movimiento obrero organizado --como se le llamaba en los años setenta-- y el Estado mexicano sin la presencia protagónica de Fidel y la CTM.
Fidel nació en 1900 en San Pedro Atzcapotzaltongo, estado de México.
Después de sus primeras incursiones en el sindicalismo de la CROM, controlada por Morones, empezó su acercamiento con Lombardo Toledano y juntos fundaron, en 1936, la central obrera más importante del siglo XX en México: la Confederación de Trabajadores de México, de la que fue, salvo un par de ocasiones, su líder vitalicio.
La CTM no siempre fue lo que es ahora, sino que pasó por diversas etapas: sus primeros años --en el contexto del cardenismo-- fue de mucha pluralidad: en sus filas estaban las vanguardias obreras, sindicatos nacionales de industria, grupos comunistas y socialistas; en su primera etapa fue un sindicalismo triunfante. La batuta ideológica la llevaba Lombardo, con su marxismo a la mexicana, y la estrategia de organización estaba a cargo de Fidel. Esta división del trabajo funcionó prácticamente los primeros diez años, a pesar de que en ellos se combatió a los sectores más progresistas. El eje de esta primera etapa fue una ``alianza'' entre el gobierno y los trabajadores. Durante el sexenio de Avila Camacho, la CTM mudó su radicalismo por posiciones de mayor colaboración, las cuales llegaron a una subordinación en el sexenio alemanista; la alianza se volvió subordinación a pesar de que el discurso se mantuvo en términos de alianza. Cambiaron las prioridades que impuso el modelo de desarrollo, y los trabajadores quedaron enmarcados dentro de una rígida estructura de control y apoyo al gobierno a cambio de salarios y estabilidad.
Con enfrentamientos sistemáticos (1948 y 1958), divisiones y nuevas restructuraciones, el corporativismo cetemista operó las reglas de un juego: control político, poca productividad y crecimiento estable del salario. El modelo funcionó hasta 1982. La crisis y el cambio de modelo económico modificaron en forma estructural las relaciones con el gobierno. Los líderes obreros dejaron de ser interlocutores en el pacto social. La subordinación siguió funcionando y el neoliberalismo impuso su propia racionalidad: productividad a la japonesa, modificación reductora de los contratos de trabajo y de las conquistas obreras y una drástica caída salarial. Así se inició la tercera etapa del sindicalismo cetemista y del liderazgo de Fidel. En esta etapa, que dura hasta la fecha, Fidel fue sumamente útil para el gobierno, pues gracias al corporativismo se pudo hacer un ajuste de forma cruda, sin pagar los costos políticos y sin una oposición activa de la mayoría de los trabajadores. La última tarea de Fidel fue ser el pararrayos de esta operación.
Es posible que de ahora en adelante, sin Fidel y con el avance de la oposición, el sindicalismo entre a una nueva etapa, en la cual el control corporativo se mude hacia una fase de reorganización y reformas que terminen con esa forma de control corporativo y se establezcan nuevas reglas del juego que junten la letra y la práctica de la justicia laboral.
Después de casi un siglo de vida, Fidel merece descansar en paz y los trabajadores entrar a una nueva época.